Capítulo 2.

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—¿Atacando palacio?¿Quiénes tienen tal osadía? —fruncí el ceño.

—Sólo son unos pueblerinos sublevados, majestad, pero aún así debéis esconderos en algún lugar seguro —dijo cada vez más nervioso.

—No os preocupéis, Albert —di un paso hacia atrás para volver a meterme en mi habitación—. Iré por los pasadizos.

—Pero...

—Resguardaos del peligro en lo que mis caballeros se encargan de esa muchedumbre —le ordené mientras volvía a cerrar la puerta.

—¡Majestad! —le escuché exclamar alarmado al otro lado.

Rodé mis ojos y anduve hasta el baño, en el cual Nikola seguía escondido, esperando inquieto por mi regreso.

—¿Qué ocurre? —preguntó preocupado nada más entré.

—Nada por lo que haya que alarmarse —sonreí levemente—. Algunos de vuestros vecinos hambrientos se creen con el derecho de reclamar a su rey —comenté mientras iba hacia el final del baño, siendo seguido por el rubio.

—Eso es cruel, Leo —respondió a mis espaldas.

—¿Acaso lo que ellos intentan hacer no lo es? —giré mi cabeza para mirarle.

—Pero vuestro padre es el culpable de sus desdichas —recriminó con valentía, mirándome con el ceño fruncido.

—¿También os vais a sublevar contra mí? —di un par de pasos hasta quedar a pocos centímetros de él.

—Nunca haría tal cosa, alteza —negó a la vez que lo hacía con su cabeza.

—Venid conmigo —agarré su muñeca y tiré de ella hasta colocarle a mi lado—. Guardad silencio hasta que yo os ordene —dije mientras empujaba una parte de pared falsa y dejaba al descubierto un pasadizo.

—Esto es magnífico... —murmuró una vez cerraba la entrada, dejando la pared como si nada hubiese pasado.

—Silencio —susurré, poniendo mi mano sobre la boca de Nikola. Cogí una antorcha que había colgada de una pared y le hice un gesto con la cabeza para que comenzara a seguirme.

Andamos durante unos minutos hasta que llegamos a unas escaleras de piedra que conducían al ala este de la última planta de palacio. Las subimos con cuidado y, cuando llegamos al último escalón, Nikola se quedó asombrado al ver aquella enorme sala sin nada en ella. Fui hasta la puerta y la bloqueé con un tablón de madera que había al lado del marco. Esa habitación estaba prácticamente olvidada, tan sólo yo subía de vez en cuando en momentos en los cuales quería estar solo y que nadie me encontrase. Todo estaba iluminado gracias a la bóveda de cristal que tenía por techo, la cual por las noches dejaba traspasar la bonita luz de la luna y las estrellas. A pesar de no constar de nada, era el lugar donde más a salvo me sentía, tal vez no mi cuerpo, pero sí mi alma.

—¿Dónde estamos? —preguntó Nikola sin dejar de contemplar el cielo.

—En la cima de palacio —respondí a medida que me acercaba a él.

—¿Por qué no son estos vuestros aposentos? —me miró extrañado.

—Es mejor que todos durmamos en una misma planta, así la seguridad es más eficaz —anduve hasta la única ventana que había y pude ver cómo, en la entrada principal de palacio, mis guardias lidiaban con la inesperada revuelta por parte del campesinado.

—Pero si vuestros soldados fallasen, Dios no lo quiera, también el peligro sería para todos por igual —dijo una vez se colocó a mi lado.

—Niko, ¿por qué no queréis entrar en la guardia real? —giré mi cabeza hacia él para mirarle—. Seríais un magnífico general —sonreí levemente de lado.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora