Capítulo 12.

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Aquella mañana me desperté con más frío del habitual. Comencé a sentir dolor en los músculos de mi espalda y cuello y, nada más abrí los ojos, fui consciente de todo. Nikola y yo seguíamos en la misma postura; tumbados en el suelo. Además, sin manta alguna, lo cual provocó que nuestros cuerpos se quedasen helados durante toda la noche. Menos mal que Nikola tenía el suyo sobre el mío, así nos otorgamos mutuamente algo de calor y no cogimos hipotermia.

—Oh, no —murmuré al mirar toda la habitación—. Niko, despertaos —llevé mis manos a sus hombros para zarandearle levemente.

—Uhm... —gruñó de manera adorable, frunciendo el ceño sin llegar a abrir los ojos.

—Vamos, Niko —carcajeé al ver su gesto—. Se alarmarán si no me ven en mis aposentos —dije provocando que el rubio fuera abriéndolos poco a poco.

—Estáis a salvo, estáis conmigo —susurró aún con sus labios algo hinchados de tanto dormir.

—Lo sé, pero mi guardia real no —rodé los ojos y subí mis manos hasta su pelo—. Además, necesito que os levantéis —solté una carcajada, haciendo que mi amigo cayera en la cuenta de que estaba tumbado sobre mi cuerpo.

—¡Lo siento! —tartamudeó, quitándose de encima lo más rápido que pudo.

—No os preocupéis —negué con la cabeza a la vez que me ponía en pie—. Me habéis otorgado mucha calidez esta noche —le sonreí, viendo cómo él se sonrojaba—. Vamos, ordenaré un buen desayuno para vos —añadí mientras pasaba por delante suya y estiraba mi brazo para que me cogiera la mano.

Después de unos segundos, en los cuales pensé que aún estaría despertando del todo, entrelazó sus dedos con los míos y salimos de vuelta al pasadizo hasta mis aposentos. Una vez allí, le indiqué a Nikola que regresara a su habitación, que tomara un baño caliente y se vistiera con un traje que le entregué antes de marcharse, pues yo haría lo mismo. Cuando el rubio me dejó a solas en mi habitación, Albert entró preocupado.

—¿Qué os inquieta en tan hermosa mañana? —le pregunté mientras terminaba de colocar bien el pañuelo en mi cuello. Me había bañado y vestido solo, eso era para estar orgulloso, pero lo que realmente me tenía feliz, eran los momentos de la noche anterior con Nikola, y el haber dormido con una proximidad imposible de superar.

—Vine a despertaros y no os encontrabais en vuestra cama, alteza —respondió mirándome por el reflejo de mi espejo.

—He madrugado —me encogí de hombros y, tras mirarme de arriba abajo, me volteé hacia mi sirviente—. Quería disfrutar de un paseo con la pureza del aire que se mezcla con el rocío de la mañana —solté un suspiro y empecé a andar, pasando por su lado.

—Disculpad mi preocupación entonces, mi señor —se inclinó levemente hacia mí, a lo que yo me giré un poco para mirarle y negar con mi mano.

—¿Cómo va el desayuno? —salí del baño hasta mi habitación, siendo seguido por mi sirviente.

—En seguida estará listo —contestó más animado.

—Avisad a mi invitado pues —le ordené en un tono amable, y Albert asintió y echó a andar rápido para salir de mis aposentos.

Después de un delicioso y nutritivo desayuno, el cual me llenó de más energía de lo normal, Albert me recordó que esa mañana me tocaba clase de piano. Normalmente, me hubiera hecho más ilusión, pero con Nikola allí, la verdad era que sólo quería disfrutar de él y no compartirlo con nadie. Muy a mi pesar, no tuve más remedio que dar la clase con mi querido maestro Bezach, pero no estuvo tan mal como pensaba, ya que este le propuso a mi amigo si quería presenciarla, a lo que Nikola aceptó encantado a la par que ilusionado.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora