—¡Tío, estoy tan contenta por viajar! No puedo pensar en quedarme mucho tiempo en un mismo lugar. ¡Necesito conocer el mundo! —dije con alegría; la verdad, me entusiasmaba sobremanera la idea de viajar y conocer lugares nuevos.
—¡Qué exagerada eres, niña! Solo vamos a la playa por un mes. —respondió con paciencia y una sonrisa tierna en sus labios.
—¡Sí! Pero algún día lo voy a hacer por todo el mundo. — Mencioné entusiasta, mientras con mis brazos, hacía un gran círculo imaginario del mismo mundo donde pensaba recorrer de grande.
—¡Está muy bien!—Reconoció con un una mueca —. ¿Viajar por el mundo es tu sueño?
—Sí, por eso voy a estudiar diplomacia o embajadora de algo. Aún no sé de qué. — comenté pensativa.
—¿No tienes miedo? —Me cuestionó con su mirada acusa.
—¡No! —Admití sin mucho pensar.
—¿Ni un poco? —Volvió a preguntar.
—Bueno, la verdad —reconocí dubitativa —, un poco; pero más de extrañarte a ti y a Natacha.
—¿Y tus padres? —inquirió, quizás intentando que reflexionara sobre mis deseos de aventura y el apego a la familia.
—Mi papá, de seguro me apoya, mi madre no creo que se entere que me fui. —respondí con indiferencia.
—¿Por qué dices eso? —Me miró ceñudo.
—Porque nunca la veo. Mi hermana y yo, solo contamos contigo. Papá, hace mucho con llevarnos al colegio, a las clases de piano o inglés y eso que cuenta con la ayuda de Emilia, nuestra niñera. —Resumí.
—Sí, eso es verdad... —Asintió con la cabeza, sin dejar de mirarme ––, pero debes entender a tu madre. Es muy trabajadora. Lo hace para darles a sus hijos, la vida que ella no tuvo.
—¡No sé! Igual no la entiendo. Pero la quiero mucho. —acoté con una sonrisa —. Lo importante, tío, es que viene con nosotros al viaje y se queda papá al cuidado de los negocios. ¿Verdad?
—¿Viky cuantos años tenes ahora? — preguntó sorprendido por mi razonamiento, al tiempo que reprendía con delicadeza a mi hermana, quien no dejaba de moverse inquieta dentro de la camioneta, como una muñeca a cuerda.
—¡Tío! —Le respondí frunciendo mis labios finos y levantando mis brazos al cielo, con especial dramatismo —. Tengo casi trece años y Natacha, siete. ¡Soy muy grande! —Le aseguré.
—Sin duda. —Concordó, con una sonrisa sincera.
Mi tío Moisés era un hombre de aspecto rudo, pero muy apuesto. Tenía la piel tostada, curtida por su trabajo de albañil. Su rostro armonioso estaba coronado por una sonrisa blanca y perfecta. Era alto e imponía respeto, pero a la vez, poseía una gran sensibilidad con los niños. Muy ágil, decidido y con mucha energía de amor y respeto por todos a los que él llamaba amigos. De hecho, en su tiempo libre, se dedicaba a ayudar en la construcción de las casas de muchas personas, sin pedir nada a cambio. Sonreí al recordar esas características, que lo hacían tan especial e inigualable, y le pregunto:
—¿En qué te ayudo con las compras? —Quise saber, bajando de la combi al llegar al mercado en nuestra ciudad llamada Rivera en Uruguay. Insistí diciendo—: Tío déjame ayudarte. Dame la mitad de la lista.
Mi tío nos miró a mi hermana Natacha, y a mí con ternura y, sonriendo con paciencia, rasgó la lista un poco menos de la mitad de la hoja y nos la entregó. Con mi hermana corrimos a buscar un carro de compras para luego salir saltando por los corredores del supermercado. El tío desapareció premuroso, mientras mi hermana y yo continuábamos por el lado opuesto. No podía evitar sentirme emocionada por el viaje que, para mí en lo particular, representaba aventura y diversión; le comentaba a mi hermana de ello, aun cuando no prestaba atención.
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Callando la ignorancia de mi KARMA
ParanormalLa vida de Victoria Monserrat no era una casualidad de un destino caprichoso, sino que vidas pasadas que no recuerda, afecta su vida presente. Junto con muchos maestros de la tierra y también del más allá -con los cuales logró contactar en ese proce...