Me convertí en una casanova

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Luego de salir al mundo de los hombres con Daniel, reconocí que no era tan sencillo el volver amar y busqué solamente divertirme. No tenía que cuidarme más del pecado que me había enloquecido cuando era seguidora de una iglesia sectaria e intransigente. Ya había sufrido demasiado hablando salmos y aleluyas, y amando a un solo hombre con culpa, queja y sumisión casi absoluta. Esa experiencia y las que siguieron fueron necesarias, como todo lo que sucede. Pero me pasé al otro polo, ese que no era bueno según los prejuicios que me habían otorgado y enseñado.

Mi fe no cambió, aunque guardé todo eso dentro de un cajón. Seguía creyendo en una inteligencia superior, pero lo que me habían enseñado los supuestos hombres de fe sobre el tema, me decepcionó; por ello busqué otras explicaciones más idóneas y con más lógica que me dieran el espacio necesario para ser yo misma. Todos esos hombres y mujeres religiosas fracasaron como yo, porque también eran ignorantes, con la diferencia de que ellos se creían poderosos y sabios. Yo seguía buscando en cada etapa con más conocimientos.

Mi cambio de actitud era palpable, pues ya no me manipulaban esas mentes enfermas por el fanatismo. Salí de ese círculo y me involucré en forma más efectiva al trabajo, ejercí a mi manera la profesión de escribana y al mismo tiempo seguí trabajando en la inmobiliaria. Salía a la calle a pasear, iba a parques y a playas, era una nueva vida con mucho sol y nada de viento frío de esa «ventana» que en el pasado se abría y me dejaba helada del terror.

Mis hijos Salvador y Luz fueron los primeros que comenzaron a notar mi cambio. Ya no era motivo de rezongo una mala palabra, todo lo contrario, escuchaban a su madre recitarlas todas juntas después de haberlas reprimido por décadas. De ese modo hacía mi propia catarsis, gritaba conmigo y mis palabras no eran motivo de vocabularios que indicaban cultura, sino más bien de un trato callejero y sin educación. Estaba fascinada y lo disfrutaba.

La buenita había muerto, no quedaba nada de la sumisa y hasta cursi Victoria Monserrat que habían conocido Alejandro y mi familia.

Mi deseo de insurrección por todo el tiempo que consideré desperdiciado lo volqué en la forma más rápida de demostrar mi rebeldía: salir con muchos hombres. Así que me permití total consentimiento al coqueteo y me convertí en una versión femenina de Casanova. Desplegué mis armas seductoras y comencé a bromear, librando mis anteriores ideas arcaicas y paralizantes. Necesitaba reprogramarme para entrar en la aventura del presente. Ahora hablaba como una malcriada vulgar, pero sin arriesgarme a perder la compostura. Mi música pasó de cánticos de alabanza a coros de cumbia villera. Cambié las cuentas del rosario por las cuentas de chat y los números telefónicos de mis citas nocturnas. La paloma blanca se volvió un buitre carroñero y creé solo dos códigos: no mentir o fingir lo que no sentía y jamás permitir que mis hijos conocieran a ninguno de esos hombres. Luego de eso, me había dado libreta verde para todo. Sin «te amo» y sin compromiso, todo era aceptado.

Fue una locura de descarga frente a mis solitarios días de engañada y de ser tratada en general como una loca. Me pareció la única salida como expatriada de mi propia esperanza.

Necesitaba presentarme otra vez al mundo como una mujer diferente y no hay nada peor, más precario y más peligroso que una persona despechada con el amor y con la vida misma. Me volví promiscua, retomé el cigarrillo y lo disfruté mucho.

Necesitaba equivocarme y, si todo era como decían, que no pasaba por sentimientos, que eran nada más relaciones casuales de sexo, pues necesitaba conocer ese mundo de lo prohibido.

Me pervertía a sabiendas de lo que ideaba y anduve como una fiera con cara de ángel para seducir a mis víctimas. Durante el día cuidaba de mis hijos, de mi casa, trabajaba en la inmobiliaria y escribía esos libros amados que nunca pensaba publicar, pero apenas caía la noche hablaba por chat con muchos hombres y sentía músicas ruidosas y extravagantes sacando mis propios demonios para verlos cara a cara.

Callando la ignorancia de mi KARMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora