La batalla entre dos mundos

4 1 0
                                    

Era un día rutinario. Luego de mis visitas al señor Norberto, recuperé la suficiente fuerza como para mudarme sola con mis dos hijos a un departamento justo al lado de la casa de mis padres. Estaba en mi dormitorio, recostada en mi cama blanca capitoneada color arena, estilo Luis XV, rodeada de mis libros y escuchando una música de fondo.

De repente el sonido del teléfono interrumpió mi inspiración. Atendí rápido, con el propósito de que nada me apartara de mi escritura en la que permanecía concentrada. Era mi ex esposo Alejandro.

—¡Quiero verte! Te espero en la plaza a las ocho de la noche —me dijo sin rodeos apenas coloqué el teléfono en la oreja y pregunté qué necesitaba.

—¿Cómo? —inquirí asombrada de esa actitud tan ajena a nuestra realidad de no hablarnos y menos de vernos en persona. Pero me colgó el teléfono.

El corazón me saltó del pecho. Hacía siete años que estábamos separados y él seguía causando ese efecto en mí. Pasé horas intentando imponer mi voluntad de dignidad y orgullo herido, pero fracasé ante ese cometido. Me preparé por horas, buscando entre mis ropas cual colocarme, hasta que me decidí por algo totalmente diferente a lo que acostumbraba usar. Era un vestido negro de tafeta con un prominente escote. De recatado y serio era lo que menos implicaba ese atuendo. Llegué tarde, caminé las dos cuadras que me separaba del lugar del encuentro con lentitud, estilo y elegancia, pero temblando como un barco de papel en plena alta mar. Mis manos no paraban de moverse por el cabello, y volvían a pasarse por la falda del vestido, de nuevo por el cabello y en esa actitud repetitiva estuve esos pocos metros que me separaba de la plaza, cuando vi que dos faros de luces de un automóvil blanco centelleaban sin parar, dándome la señal de que ese era el hombre que aún movilizaba mis emociones.

Percibí su sombra dentro del automóvil, y estaba estático mientras yo intentaba observarlo con disimulo en esos escasos tres metros que me faltaban. De verdad que sudaba y lo único que logré hacer en ese estado calamitoso y de sentirme casi descompuesta, fue levantar la barbilla y no dejarme apabullar. Me di cuenta de que era nuestra primera cita, nunca habíamos tenido una, puesto que desde el día que nos conocimos, continuamos juntos. Él continuaba impecable en su postura estoica. Cuando llegué al auto, me abrió la puerta desde adentro, por lo que se prendieron las luces. Lo miré a los ojos y sentí cómo se estremeció ligeramente. Yo estaba coqueta y vanidosa, quería sorprenderlo con la imagen de la nueva Victoria, tanto en lo externo como en lo interno.

Los años que llevaba separada de él los había pasado recorriendo arduos caminos de prueba que me templaron el carácter lo suficiente como para caminar rumbo al vehículo sin bajar la cabeza. Llevaba la barbilla a lo alto y la sumisa Victoria de antaño había dejado de existir. Mi aspecto físico era menos delgado que antes, se me habían acentuado las curvas. Mi cabello, larguísimo y de un negro intenso, remarcaba la rareza oriental de mis facciones. Lo importante era que ya no tenía complejo de ellas, al contrario, las acentuaba con delineador negro para que mi mirada fuera más exótica. Subí en silencio y nos miramos, las palabras estaban de más en ese momento. Los primeros metros en que el auto se puso en marcha al sonido de una dulce música romántica y de las miradas que iban y venían de uno al otro directo a los ojos, ninguno decía palabra alguna.

—¿Cómo has estado? —le pregunté con los nervios ramificándose por todo mi cuerpo.

—Bien, ¿y tú? —respondió mirándome por el rabillo del ojo.

—Viva, que es mucho decir. —respondí con una sonrisa nerviosa.

––No entiendo. ¿Estuviste enferma?

––No, en realidad no, solo un poco mal, pero ya estoy genial.

––Cuéntame.

––No creo que puedas entenderlo. Quizás otro día te lo cuento. ¿Qué vamos a hacer? Pensé que había pasado algo grave con tus padres o algo así, por tu llamado tan extraño.

Callando la ignorancia de mi KARMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora