KARMA Y VIDAS PASADAS

4 1 0
                                    

La distancia que nos separaba a mi hermana y a mí era manipulada por nuestra madre Gema. Creo que ella lo disfrutaba, su anhelo era poder controlarlo todo sin que nadie supiera cómo tejía enredos en contra de sus propias hijas. Las críticas que usaba infundían más la separación que la unión. Ella era muy déspota y tirana en sus decisiones, las que acunaba en nombre del amor. Quizás ella no se daba cuenta de lo que acarreaba con sus actitudes, el tema era que mi hermana Natacha le preguntaba por mi salud y por mi bienestar, y ella siempre le contestaba que estaba perfecta. Mi hermana no tuvo la sensibilidad de buscarme a mí personalmente en esos tiempos. Mi madre consideraba que actuaba de la mejor forma, y para su realidad, ella siempre me ha ayudado dentro de sus capacidades y seguro que así fue. Manejaba el poder del dinero y eso le daba el control justo en mi vida, más en esos días en que estaba sola, con dos hijos y sin lograr trabajar. Con ella jamás hubo besos, lágrimas compartidas o abrazos de esperanza y fe. Me acompañaba siempre que se lo pedía en cada búsqueda, pero jamás tuvo iniciativa propia, excepto cuando se trató de buscar médicos caros y darme muchas pastillas que me hicieran dormir por meses. Fue madre a su manera y a través de su ignorancia. Ella también se encontraba aprendiendo, evolucionando y expiando. Dudaba de todo, sin piedad por el dolor ajeno, amargada en su cocina y rodeada del humo de su cigarrillo. Esto se potenció cuando mi padre Juan Carlos se fue de la casa después de casi cincuenta años de casados. Mi madre lo echó al comprobar su infidelidad de tanto tiempo y ante las evidentes pruebas vistas por todos nosotros. Fue entonces cuando aumentó su avaricia en la necesidad de tener más y más cosas materiales, siempre ahorrando ese dinero que no le compraría ni la salud ni el tiempo desperdiciado. Descubrió que ya no podía controlar ni las decisiones de sus hijos ni la de su esposo Carlos, que se marchó lejos y armó una nueva vida. La relación de amor de mis padres había caducado y la única que se negaba a verlo era ella. No estaba acostumbrada a perder jamás y luchó para que ese matrimonio durara como fuera. Hasta que no pudo. La sociedad exige una actitud de éxito, de logros y de conquistas. Y mi madre era una mujer que le interesaba tener su nombre liberado de juicios impropios y que descalifican como ser de estado civil divorciada. La sociedad no te permite contar los padecimientos, tus dolores solo son vistos como muestra de debilidad o de victimismo. Dejan que solo les muestres al niño nacido, pero jamás piden que cuentes lo que te dolió dentro de la sala de parto. Así es de severa esta sociedad donde las personas esconden bajo la excusa de la apariencia una gran hipocresía y frente a los demás fingen tener vidas perfectas, aunque todos sabemos que eso es utopía, porque no hay familias perfectas, ni esposos perfectos, ni hijos perfectos. Estamos en esta realidad justamente porque estamos muy lejos de alcanzar esa perfección. Mi madre no llegó a verlo así y quizá por eso sufrió de más en esos días.

Solo el amor a quienes sufren logra doblegar el alma, el orgullo y el ego. Todo era un proceso y en él estaba toda mi familia involucrada. En cuento a mi mamá, no supo amar sin apegos, algo que es muy difícil. Se enfermó del alma, comenzó a marchitarse. Estábamos todos aprendiendo a convivir en esta vida que nos va enseñando poco a poco a dejar las malas inclinaciones por amor a los que nos rodean. Los que se atribuyen la vanidad de saber todo como seres orgullosos, que no se dejan dominar por el amor de compasión al que sufre, no llegan a utilizar esas situaciones desde el lugar de oportunidades, para permitir que el egoísmo sea suplido por la piedad.

Los humanos preferimos negar lo que no entendemos y marcharnos sin mirar atrás, como lo hicieron mi papá y mi ex esposo. Ambos se marcharon y formaron otros hogares con otras familias. Pero lo importante de esas decisiones fueron los lazos del amor y el perdón. Importa tanto lo que se aprende porque todo queda en el ADN espiritual, eso no se olvida nunca, es eterno. Mi padre se marchó cuando Lucas ya era mayor de edad y sus nietos estaban más grandes, eso le permitió ser una figura paterna estable y buena a su manera, tanto para sus hijos como para sus nietos Luz y Salvador.

Callando la ignorancia de mi KARMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora