CAPÍTULO #11

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Hoy no tengo nada que hacer. Marta ha arreglado las cosas para que tenga este puente libre y así poder ir a Málaga a visitar a mi familia, hace tiempo que no los veo y ya toca.

Lo único importante que tengo que hacer hoy es preparar la maleta para el viaje. El resto del tiempo lo dedicaré a relajarme y a hacer algo de deporte, correr me ayuda a despejar la mente y a liberar energía retenida.

La herida que me ha causado lo de Violeta aún está muy abierta, pero en cierto modo escuece menos. Puede que la oscuridad al fin y al cabo tenga algo de luz.

Sin embargo la luz de lo de Natalia ha desaparecido por completo, como si se la hubiera tragado un agujero negro.

Las clases se me han hecho interminables. Estoy agotada pero no me apetece nada volver a casa y esperar sola a que Susi regrese de trabajar en la tarde. Temo derrumbarme y volver a tocar el fondo del pozo.

Una vez en casa se me ocurre que la idea de salir a correr. Antes solía hacerlo, pero con la facultad a penas me queda tiempo. Me cambio rápidamente de ropa salgo de casa.

Preparo en mi IPod la música, me coloco los cascos, caliento un poco y empiezo a correr. Me dejo llevar, no tengo ningún destino fijado. Troto a un ritmo elevado, intenso. Quiero gastar hasta la última gota de energía de mi cuerpo.

Después de dos horas sin parar miro a mi alrededor. Estoy en un parque en el que nunca antes he estado. Es muy grande y tranquilo. Apenas hay ruido y el único cobijo que encuentro son los bancos que hay bajo los árboles.

Tomo asiento en uno de ellos y es cuando me percato de lo cansada que estoy. Me duelen las piernas tanto que no las puedo mover. Estoy agotada física y psíquicamente, no puedo más. Y para colmo no sé dónde estoy así que tampoco sé volver a casa…

Esa mezcla tan odiosa de pena, rabia y rencor vuelve a apoderarse de mí. De nuevo comienzo a llorar sin saber cuándo podré parar.

Decido bajar al parque que hay al lado de casa para correr un rato. Es un parque muy bonito y tranquilo. Allí es donde llevo a Bobby de paseo cuando lo tengo en Madrid. Cuando vaya a Málaga lo recogeré de casa de mis padres, echo de menos a ese pequeñín.

Cuando llego al parque empiezo a calentar. Hoy parece que es uno de esos días en los que se para el mundo. Hay silencio absoluto, ni siquiera se escucha a los pájaros cantar.

Empiezo a correr por uno de los caminos del parque. A lo lejos veo a alguien acurrucado en uno de ellos. Es una chica. Me extraña, ya que no es normal que haya alguien en el parque y menos de esa manera. A medida que me voy acercando la percibo con más detalle. Parece que está tiritado, pero lo dudo ya que hoy hace muy buena temperatura.

Mi primer impulso es dejarla tranquila, pasar de largo sin tan siquiera mirarla pero algo dentro de mí me dice que me acerque a preguntarle si está bien. Siempre que no hago caso de mi instinto me va mal, así que sin pensármelo dos veces hago lo que me pide.

Me acerco a la chica y le acaricio suavemente el hombro. Ahora que estoy más cerca me percato del sonido que emiten sus suaves sollozos.

-Chica, ¿estás bien? –Le digo

La chica me mira con una cara llena de lágrimas y una profunda expresión de tristeza a la vez que de sorpresa. Tardo un poco en darme cuenta, pero cuando lo hago no puedo creer lo que ven mis ojos.

-¿Natalia…?

No logro dejar de llorar. Ni siquiera cuando alguien toca mi hombro y me pregunta si estoy bien. Tardo un poco en reaccionar, pero su voz es inconfundible…

Le miro para verificar que no me he equivocado al deducir su identidad. Efectivamente es Pablo Alborán.

-¿Natalia…? –Pregunta sorprendido

-Pablo… –Le contesto de igual manera. Vendita y maldita casualidad…

-¿Pero qué te ocurre? ¿Es por mí? Lo siento Natalia, nunca pensé que te fuera a afectar tanto… -Poco a poco su cara va llenándose de una expresión colmada de terror.

-No Pablo, no es sólo por ti. Es por todo… Yo no…. No puedo más…. –Me vuelvo a derrumbar. Esto me supera.

-Natalia…

 

 

El alma se me parte en mil pedazos cuando veo el estado en el que se encuentra. Me duele tanto verla así…

­-Natalia… –Le digo mientras me siento a su lado y la abrazo delicadamente. Como si de la más tierna flor se tratase.

-Siento que tengas que ver esto Pablo. –Me dice sin dejar de sollozar.

-Shh. No te preocupes, no pasa nada. –Intento calmarla de corazón, pero no sirve de nada. Parece que llora más…

Empiezo a acariciarle el pelo y siento como me abraza más fuerte, como si le fuera la vida en ello. Siento como se estremece entre mis brazos mientras busca el calor de mi cuerpo. Está congelada.

-Natalia estás helada. No puedes quedarte aquí. ¿Te llevo a casa?

-Es que no sé dónde estoy… Nunca había venido hasta aquí… -Me dice entre lágrimas más calmada pero sin despegar su cuerpo del mío. Se le ve tan vulnerable…

-¿Pero cómo va a ser eso? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

-Empecé a correr y paré cuando no pude más. Y entonces vi donde estaba y que no sabía volver…

Un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Como no entre en calor va a enfermar. De repente se me ocurre una disparatada idea.

-Natalia. –Le digo moviéndole la cara para que me mire. ­–Ven conmigo. Pronto oscurecerá y hará más frío. No puedes quedarte aquí, necesitas entrar en calor. Te voy a llevar a mi casa.

AHOGÁNDOME EN TU ADIÓSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora