CAPÍTULO #30

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Pablo se inclina delante de mí y coge mis manos.

Yo, que sigo como en un sueño, contemplo todo lo que ocurre a mi alrededor a cámara lenta. No sé cuántas horas habrán pasado desde que me senté en éste incómodo sillón, pero lo cierto es que me da lo mismo. Voy a quedarme en él todo el tiempo que haga falta hasta que alcance a razonar la situación, aunque la verdad es que no sé cuándo lo voy a lograr.

Lentamente desvío mi mirada fija en el infinito hasta las manos de Pablo que entrelazando las mías, las protegen.

Él ha estado conmigo y me ha arropado desde el principio, pero la situación me impide disfrutar de su cercanía y demostrarle mi amor. Me siento tan vacía que ya no sé ni expresar mis sentimientos.

-Natalia. –Me dice suavemente mientras me obliga a mirarlo sujetándome el mentón. –Necesitas descansar. Estás aquí desde hace muchas horas y no has dormido durante muchas más... -Está preocupado, lo noto en su tono de voz. Pero no quiero irme. No puedo dejar a mis padres solos.

-Pablo tengo que quedarme aquí velando a mis padres, no me puedo ir. Estoy bien, no te preocupes. –Le respondo con todo el trabajo del mundo. El silencio y el llanto continuado me han dejado la garganta completamente rota.

-Cariño, no estás bien. Es imposible que lo estés. Por favor, ven conmigo al hotel. Aunque sólo sea para darte una ducha y comer algo, por favor... -La mirada con la que Pablo me habla, me lo dice todo. Está realmente preocupado por mí, pero no me puedo ir.

-Pablo, lo siento pero no lo voy a hacer. Me quedo aquí y punto. –Le contesto mientras unos incontrolables nervios se apoderan de mí.

-Natalia...

-No Pablo. Ni Natalia ni Natalio. Mis padres han muerto y me voy a quedar con ellos. No me pienso ir. ¡Me quedo y punto! –Estallo y, segundos después las lágrimas vuelven a colmar mis ojos.

Pablo reacciona enseguida, pasando del estado atónito en el que le ha dejado sumido mi reacción, a uno de alerta que le permite actuar rápidamente. Mientras yo sigo teniendo mi mirada enfocada a su cara pero perdida en medio de la nada, él se me acerca y, en un abrazo cálido pero que siento frío, me rompo en mil pedazos. No queda mucha gente en la sala, pero la que hay se alarma al escuchar el llanto desgarrador y cargado de dolor que sale de mi cuerpo.

De repente siento cómo me falta el aire. Me cuesta mucho respirar y, creyendo que es el apretado abrazo de Pablo el que me impide hacerlo, me zafo de él. Pero en cuanto lo hago compruebo que sigo sin poder. Algo va mal.

-Natalia. ¿Estás bien? –Pregunta alarmado.

No puedo responder, pero mi expresión ha de hablar por mí, porque Pablo reacciona enseguida.

-Natalia. Voy a sacarte de aquí. Tranquila, todo va a estar bien. –Dice levantándose para cogerme del sillón y me lleva hasta el exterior, donde el aire fresco hace que recupere un poco el aliento.

Mientras me aferro al cuello de Pablo con fuerza escucho sutilmente cómo habla con Susi, que ha salido detrás de nosotros. Aunque no consigo entender qué dice. Lo único que recuerdo con más claridad es que Pablo me mete en un coche, me abrocha el cinturón y, sin soltarme ni por un momento, ordena al conductor que nos lleve hasta el hotel.

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En cuanto cojo en brazos a Natalia siento lo tensa que está. Me cuesta mucho trabajo acomodarla sobre mi pecho, pero finalmente lo consigo y la saco a la calle. Estoy desconcertado, no sé cuál es el siguiente paso que he de dar. Menos mal que Susi estaba ahí para guiarme.

-Pablo, llévatela. No esperes ni un segundo más. Coge aquel taxi y llévala al hotel para que descanse. –Ella habla atropelladamente. Debe de estar tan angustiada como yo. No soporto ver así a Natalia.

-Está bien. –Le digo mientras prieto a Natalia contra mi pecho mientras tomo camino hacia el taxi. Quiero que sienta que estoy cerca de ella, que no voy a dejarla jamás.

-No dudes en llamarme si me necesitas. –Dice Susi en voz suficientemente alta como para que la escuche desde el taxi en el que ya estoy sentando a Natalia.

Cuando la acomodo en el asiento y le abrocho el cinturón me siento a su lado e indico al conductor que nos lleve hasta el hotel en el que tenemos reservadas las habitaciones. Fue lo primero que hice cuando llegamos a Salamanca.

Al llegar a hotel pido la llave de mi habitación y de la de Susi y Natalia. En un principio iba a dejarla en ella para que pudiera descansar, pero prefiero que no esté sola. Así que finalmente devuelvo la llave de la suya y la llevo a la mía.

En el ascensor le hablo, pero ella sigue sin decir nada. No ha hablado desde que nos montamos en el taxi donde un triste "¿Por qué?" me volvió a partir el corazón.

-Natalia cariño. Ya verás como cuando descanses un poco lo ves todo de otra manera.

Su única reacción es acercarse a mí y abrazarme de tal manera que hace que se me pare el corazón. No sé lo que tiene esta chica, pero hasta en la peor situación consigue que mi mundo se detenga por completo olvidando los problemas y disfrutando del contacto de su cuerpo con el mío.

Es una sensación mágica. Parece imposible que un simple gesto, una sencilla mirada o una pequeña sonrisa puedan cambiar la vida de una persona, pero así es y Natalia ha cambiado por completo la mía.

AHOGÁNDOME EN TU ADIÓSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora