CAPÍTULO #21

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En cuanto salgo del piso de Pablo cojo un taxi y me voy a casa para organizar el viaje. En dos horas tengo que estar en la estación de tren y aún no he preparado ni la maleta.

Lo dispongo todo lo más rápido que puedo y, aun sabiendo que olvido mil cosas, pongo rumbo a la estación. El tren que me llevará a Salamanca sale en escasos treinta minutos, así que no puedo entretenerme con nada o lo perderé.

Ya sentada en el vagón y más tranquila, recapacito sobre todo lo que ha sucedido. Su olor aún permanece sobre mi piel y no puedo evitar estremecerme al recordarle.

No sé qué va a pasar. No sé lo que voy a hacer y ni cómo reaccionar a todo lo que ha pasado.

Los recuerdos que tengo de anoche son escasos y borrosos. El vino me pasó factura e hizo que perdiera el control.

Está claro que lo que hicimos no estuvo nada bien. Quizás mi amistad con Pablo se vaya por la borda por culpa de no haber recapacitado antes de actuar.

Ojalá pudiera contar todo esto a alguien, pero sigo sin móvil y no tengo Internet, así que no me queda otra más que esperar a llegar a mi destino y llamar por teléfono desde casa de mis padres.

A pesar de que paso el viaje escuchando música no puedo evitar sentir y acordarme de todo. Han pasado ya ocho años, pero su muerte me sigue doliendo como el primer día.

Aquel fatal accidente se lo llevó con apenas 14 años. Tenía toda la vida por delante y no hay día en el que no me sienta la culpable de su muerte.

A veces siento que Lucas está a mi lado, que me ayuda y me protege cuando más lo necesito. Pero también hay veces que percibo todo lo contrario, como si quisiera hacerme responsable de su muerte.

Es cierto que no fui lo suficientemente valiente. Debería de haber intentado protegerle como él hizo conmigo, pero el coche iba muy rápido y yo sólo tenía 14 años.

En lo más profundo de mi ser, sé que Lucas y yo seguimos unidos el uno con el otro por ese lazo tan especial que sólo se da entre hermanos gemelos.

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No estoy muy seguro de lo que ha pasado. Recuerdo que estuve con Natalia y que, tras dormir unas horas, bajé a tocar el piano. Pero el caso es que cuando volví a la habitación ella ya no estaba. ¿Sería todo una ilusión causada por el alcohol? Lo dudo, era demasiado real.

De camino a Málaga intento sofocar el terrible dolor que me taladra la cabeza, pero no obtengo ningún resultado. Después de un par de horas llego, inevitablemente, a mi destino.

Es la primera vez en mi vida en la que deseo no llegar a casa. No quiero tener que enfrentar el momento de contar a la familia lo que ha pasado con Violeta, se supone que pasaría las Navidades con nosotros, así que tendré que dar alguna explicación...

Las malas vibraciones que invadían mi cuerpo hasta apenas hace unos minutos lo abandonan en cuanto cruzo la puerta de casa y me encuentro con Ana y su preciosa sonrisa recibiéndome.

Cada día que pasa estoy más enamorado de esta pequeñaja.

Enseguida el resto de la familia me viene a saludar. Todos preguntan por Violeta y yo simplemente digo que no va a poder venir. Cuando lo hago Ana se acerca a mi oído y dice: "Tío Pa. Me alegro de que no haya venido. Violeta me da miedo."

Intento no reír, pero no lo consigo. En cierto modo siento que es un alivio que Violeta no esté porque la verdad es que nunca se llevó demasiado bien con mi familia.

Violeta tiene un carácter muy fuerte. Es muy suya y siempre quiere llevar la batuta, tanto, que llegó a llevar la de mi vida.

Ahora que definitivamente ha salido de ella me siento libre, con derecho a volver a tomar el camino que más desee y con ganas, muchas ganas de hacerlo.

Pero también es cierto que tengo miedo de volver a quererla y que me rechace. Que me diga que ya no siente lo que una vez sintió y que todo era mentira.

Y por otra parte estoy hecho un lío. Lo que ha pasado con Natalia, si realmente ha llegado a suceder, ha sido un tremendo error. Ojalá mi memoria me falle y recuerde cosas que no son, porque si lo son, la pasada noche fue una noche intensa y cargada de pasión.

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Como cada año la Navidad está lejos de ser una festividad alegre en mi casa. Más bien es todo lo contrario. Mis padres la pasan recordando a mi hermano y mis tías contando sus penas.

Las reuniones familiares no son para nada divertidas y las discusiones resuenan en las paredes de lo que alguna vez fue un hogar feliz.

Es cierto lo que dicen de que la muerte puede eclipsar por completo el bienestar de una familia.

Cuando mi hermano falleció en ese fatídico 25 de diciembre una bruma oscura nubló a toda mi familia, incluida yo. Mis padres no paraban de discutir y eso me afectaba tanto que buscaba, en la calle, la estabilidad que no encontraba en casa.

Pero ésta no me sirvió para nada más que para perder el control sobre mi vida y desviarme completamente del camino. Dejé casi por completo los estudios y no hacía más que meterme en problemas.

Estuve perdida durante casi dos años hasta que mi ángel de la guarda, como a mí me gusta llamarla, me salvó. No hay día en el que no alce la vista al cielo y dé las gracias a mi abuela por sacarme de la oscuridad.

Ella fue la que me llevó a su casa de Madrid donde comencé una nueva vida. Viví con ella hasta el día en el que murió, justo antes de empezar la facultad.

Fue entonces cuando decidí dejarlo todo atrás y continuar mi camino, esta vez, junto a Susi.

Mi abuela Sofía era, y es, la persona más especial de mi vida y con la que siempre me sentiré en deuda. Nunca podré agradecer suficiente todo lo que hizo por mí y por mi futuro.

AHOGÁNDOME EN TU ADIÓSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora