CAPÍTULO #12

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Estoy en shock. No soy capaz de hacer ni de decir nada. ¿De verdad me ha dicho que me va a llevar a su casa? Es imposible… Ni en mis mejores sueños lo podría haber imaginado…

Él me está mirando, expectante. Aguardando a que le diga algo, pero estoy bloqueada. Le tengo medio abrazado y no soy capaz ni de soltarlo.

-¿Natalia? ¿Qué me dices? ¿Quieres venir? –Ay dios…

-Ss-si, cla-claro.

-Ya verás cómo vas a estar mejor. Venga vamos, vivo aquí al lado así que llegaremos en seguida. –Me dice.

Se levanta y tira de mi mano para que yo también lo haga, pero cuando apoyo los pies en el suelo y tomo impulso para ponerme en pie, un insoportable dolor recorre mis piernas por completo. Ya no recordaba lo entumecidas que habían quedado por culpa de sobreesfuerzo físico.

Al ver la mueca de dolor en mi cara y que no me levanto, Pablo me mira preocupado y me pregunta:

-Natalia ¿estás bien?

-No... –Le digo avergonzada.

-¿Qué te ocurre?

-Me duelen mucho las piernas. Las tengo entumecidas de tanto correr.

-Vaya… ¿Sueles correr?

-Antes sí, ya no tanto. Ahora apenas tengo tiempo.

-Es que es normal. Cuando acostumbras a tu cuerpo a no hacer apenas ejercicio y repentinamente haces mucho en poco tiempo pasan estas cosas. Yo más de una vez he tenido el mismo problema. –Me dice mientras se agacha delante de mí y continúa; –El remedio más rápido es masajearlas para que los músculos se calienten y te permitan andar un ratito. –Me mira a los ojos y mientras se frota las manos me pregunta: -¿Me permites?

Vaya, esto sí que me deja sin palabras. Me da mucha vergüenza, pero es que no me puedo mover. No tengo muchas opciones.

-Cla-claro. –He vuelto a tartamudear cuando estoy con él, como me pasaba al principio. Me dedica una de esas sonrisas tan suyas que tanto enamoran y empieza a masajearme delicadamente la zona de los gemelos en ambas piernas.

Durante todo el tiempo que lo hace soy incapaz de moverme. Sólo puedo permanecer sentada contemplando la escena y, por qué no decirlo, disfrutando del contacto de las manos de Pablo sobre mi piel. Esto es increíble.

Por un momento me quedo embobada mirando su cara. Está concentrado, tiene el ceño fruncido y la mirada fija en sus manos, como si les transmitiera de manera precisa los movimientos que han de realizar. Parece que nota que le miro porque en un momento alza la vista, me observa y vuelve a dedicarme esa sonrisa que me derrite el corazón. Él y Susi so los únicos capaces de aliviarme las penas con tan sólo un gesto.

-Muy bien, creo que con esto bastará. A ver, prueba a ponerte en pie, pero hazlo despacito. Yo te ayudo. –Me dice mientras se incorpora.

Apoyo mis manos en sus hombros y me levanto poco a poco, como me ha dicho que haga.

-¿Mejor? ­–Me pregunta.

-Sí. Muchas gracias.

-No las des. No es necesario.­ –Me dice con gesto amable. -¿Vamos?

-Vamos.

Y  apoyada en sus hombros me guía hasta su casa.

El camino hasta casa fue largo ya que la pobre Natalia no podía caminar muy rápido. Había dejado de llorar hacía rato, pero seguía pareciendo nerviosa.

Yo también estaba bastante nervioso. Natalia y yo íbamos a hablar sobre todo lo que había pasado. No sabía cómo reaccionaría tanto ella como yo. No quería que entre nosotros hubiera una relación distante, pero tampoco quería que fuese muy cercana porque seguía poniendo muy nervioso cuando estaba con ella y temía perder el control de la situación en cualquier momento.

Cuando abro la puerta de casa Natalia, a la que sigo sosteniendo, se pone tensa.

-Natalia no pasa nada. Sólo voy a preparar té para entrar en calor, porque la verdad es que yo también tengo un poco de frío. Confía en mí. –Le digo despacio, atento a su reacción.

-Pablo confío en ti, siempre lo he hecho. Pero todo esto es muy fuerte para mí…

-Y para mí, pero sólo quiero ayudarte. Estás mal, y no me gusta ver a la gente mal y no hacer nada para solucionarlo. Venga, pasa. –Le insisto.

Cuando al fin entró en casa la miró asombrada. -¿Te gusta? ­–Pregunté.

-Me encanta. –Me dice antes de que un escalofrío le estremeciera por completo, tanto que le dejó el rostro pálido y le cambió la expresión. Rápidamente me acerqué a ella y la acogí de nuevo entre mis brazos para guiarla hasta el sofá.

Una vez sentada en él le tendí una manta y me dirigí a la cocina para poner el agua en la tetera.

Preparé los tés y los llevé hasta la mesita. Me senté junto a ella en el sofá y le serví el suyo.

En cuanto se lo comenzó a beber. Una leve sonrisa me indicó que ya se encontraba mejor.

Pablo me acompaña hasta el sofá y me cubre con una suave y calentita manta color crema. Después va a la cocina y se pone a preparar los tés. Mientras lo espero observo atentamente su ático.

Es espacioso, pero no demasiado grande. A mi izquierda hay un gran ventanal que cubre una de las paredes del salón y que da acceso a una bonita terraza llena de plantas y con vistas a todo Madrid.

La luz que entra por él ilumina el piano de cola que hay justo delante. Al verlo no puedo evitar imaginar a Pablo sentado en él tocando una de sus canciones o incluso componiendo otras.

La cocina está a mi derecha, al lado de una moderna escalera. Es de estilo americano, con una barra que la conecta con el resto de la sala. También es amplia y moderna, como el resto del habitáculo. Justo enfrente hay una amplia mesa para doce comensales. Me pregunto si le gustará celebrar grandes reuniones con amigos o familia.

Pablo trae los tés y miro atenta cómo los sirve. Estoy tan nerviosa…

Cuando me da el mío me sonríe dulcemente y yo, una vez más, me derrito. Empiezo a beber en cuanto me lo da. Estoy helada y necesito entrar en calor, y la verdad es que con un solo sorbo me encuentro mucho mejor.

Pablo me mira y sonríe.

-Me gusta verte sonreír. Estás muy guapa cuando lo haces. –Sus palabras hacen que me sonroje, qué vergüenza….

-Pablo, no sabes cuánto siento todo esto, pero es que me has cogido en un mal momento. No estoy atravesando la mejor etapa de mi vida y necesitaba desahogarme, escapar de la realidad un rato. Pero al final mira cómo he acabado… peor de cómo estaba… -Poco a poco me voy derrumbando. Él lo debe de haber notado enseguida porque suelta su taza en la mesa y aprieta sus manos en las mías. Me reconforta al instante.

-Natalia quiero que sepas que puedes confiar en mí y contar conmigo siempre que lo necesites. –Dice mirándome a los ojos. Toma mi taza, la deja al lado de la suya y vuelve a cogerme las manos. –Aquí –Continúa mientras me acerca una mano a su corazón. –siempre encontrarás a un amigo dispuesto a ayudarte. No lo olvides nunca.

No puedo reprimir el llanto. Las lágrimas comienzan a brotar por enésima vez de mis ojos. Él intenta secarlas todas con sus manos, una por una, pero no lo consigue. Al final opta por tirar de mí y dejarme caer sobre su pecho. Ahí es cuando me derrumbo por completo.

Él intenta calmarme acariciándome el pelo y diciéndome cosas bonitas, pero no sirve de nada.

Finalmente comienza a susurrarme al oído lo que parece una canción y aunque no la reconozco, consigue calmarme.

Y así, abrazados, es como nos quedamos durante lo que parecen horas.

Al fin he encontrado la paz que tanto buscaba y lo he hecho en el mejor lugar del mundo, entre sus brazos.

AHOGÁNDOME EN TU ADIÓSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora