5- Investigando

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El detective MacArthur se disponía a su labor, no había nada que no pudiera descubrirse en esta vida, y mucho menos cuando lo investigado tiene aliento, respira, camina y puede comunicarse. Cruzó el umbral de la puerta, a su derecha observó los hermosos estantes, mientras un olor a café, leche, azúcares y libros nuevos y otros un poco usados inundaba su olfato. La cafetería era medianamente grande, con varias mesas y sillas predispuestas en líneas paralelas. El mostrador principal hacía notar lo que sería el espacio para recepcionar los pedidos. Lentamente, fue acercándose al mostrador, la joven que atendía le ofreció una sonrisa de bienvenida.

–¿Puedo tomarle su pedido? – la pregunta fue bien recibida.

– Claro, ¿qué me recomienda? – Mientras hablaba observó la mesa del fondo que estaba siendo abandonada en ese preciso momento.

– Capuchino, con unas magdalenas. ¿Le parece? – La mujer seguía esperando su consentimiento. Luego de recibirla, se predispuso a abonar la cuenta para posteriormente tomar asiento. Pero, a medio camino se fijó que un lugar del estante estaba vacío.

– El libro de Gemma -La mujer lo hizo apartar la mirada para dirigirla ahora hacia ella.

–¿Disculpe? -Respondió de manera inquisitiva acercándose de nuevo a ella.

– Ese espacio está vació desde que Gemma, una antigua cliente se llevó el ejemplar. -Bajó la mirada como recordando el suceso.

– Eso quiere decir que ...

– No, no... no puede llevarse los libros, si es que esa era su pregunta. – Se apresuró a decirle.

– Me ha arruinado los planes que tenía. ¿Por qué se lo llevó? -La pregunta fue autómata, sin pestañear.

– Bueno, si lo vuelvo a ver por aquí en una siguiente ocasión, se lo cuento. Una pícara sonrisa se dejó acallar en su resplandeciente rostro.

La mujer desapareció detrás del mostrador, dejándolo a medio hablar, con preguntas sin retorno. Su primer lugar de investigación resultaba ser un fracaso, no logró conseguir una pizca de información, pero sabía que ese lugar era un pozo de agua no tan profundas, así que en la próxima visita conseguiría indagar más. No podía fracasar, no, y mucho menos cuando toda la confianza de su padre había sido depositada en él.

El sabor del café era exquisito, lo ponía a pensar a mil por hora, sin frenos que lo paren.

Cuando abandonó el precinto una ráfaga de aire fría lo hizo estremecerse, se frotó los brazos que llevaba descubiertos en una remera tipo polo con cuello, miró hacia el cielo notando que un color grisáceo presagiaba la tormenta que en minutos dejaría caer sus misiles acuosos. –¡Lo que me faltaba! – Matt masculló para sí lamentándose del pésimo clima que lo acompañaría en su búsqueda hoy.

Comenzó a encaminarse hacia el tren subterráneo, y a medida que avanzaba las gotas lo empapaban abrasivamente. Su suerte era pésima, por eso él nunca creyó en la fortuna. Se había convencido que todo lo bueno que le pasa al ser humano es producto de su esfuerzo, de su constante persistencia, al igual que los casos que tantas veces observó resolver a su padre.

– Como me hace falta en estos momentos una gabardina, sombreros y lentes. ¡Por lo menos para esconder mi rostro mientras hallo respuestas! – Recordó el pasado, el baúl del ático, había descubierto los más grandes artilugios de un investigador privado. Jugaba a disfrazarse cuando era niño, a resolver misterios del jardín, hallaba lápices de colores y plumones extraviados de sus compañeros. Cuando fue creciendo, fundó su miniempresa investigadora en la secundaria. Todos lo contactaban por cuadernos, libros, objetos de valor sentimental perdidos en el centro educativo. Incluso, cosas encontradas que buscaban a sus dueños, él los hallaba, fueron tiempos geniales.

Cuando creció, Matt se dio cuenta que había casos más importantes que resolver. Mascotas perdidas... Sí, señores. Él hallaba a los dueños de los animales de la perrera. Ayudar a los que firman con sus patitas era satisfactorio. No cobraba por ese servicio, pero sí logró salvar a cada perro con dueño. Los casos que más le dolían era cuando descubría que los más pulguientos no tenían familia. Eran el producto desechado de la sociedad, y aunque quisiera ayudarlos muy pocos eran adoptados. Eso siguió así por varios años. Hasta que creció aun más. Y ahora, se dedicaba a casos más complejos, bueno, eso cuando su padre le daba el beneficio de la confianza en resolver un caso.

– Gemma – Repetía ese nombre con una voz dejada y silenciada, casi como un susurro.

-Te hallaré, lo prometo. Susurró la promesa mientras la lluvia caía sobre su rostro, y lo dejaba completamente mojado, con frío y muy parecido a un lunático en la calle. Vislumbró a unos pasos más delante la entrada al subte, era hora de volver. 
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GEMMA'S LAST NIGHT (LA NOCHE ANTES, DE GEMMA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora