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Mientras ____ intentaba asegurar su posición en aquella rama del árbol, se oyó el sonido que hace una tela al rasgarse. Debían de ser sus vaqueros.

-¡Eso te pasa por meterte en estos líos! -se reprendió en voz alta. Y aunque hubiera querido saber la importancia de los daños, no se atrevió a soltarse del tronco del árbol. Ya se sentía bastante insegura allí de pie entre las ramas. Desde luego, trepar a los árboles no era uno de sus fuertes. Nunca le habían hecho demasiada gracia las alturas.

Pero al menos no había malgastado el esfuerzo, porque ante ella tenía lo que había buscado... una espléndida vista del castillo y de los jardines que lo rodeaban, y ____ sintió un estremecimiento de emoción.

Así que aquel era el castillo Abbotsdale, del que tanto había oído hablar a su tía abuela Julia en sus historias. Era incluso más increíble de lo que se había imaginado.

Con ojos ávidos, absorbió sus torres esplendorosas, aquellas paredes centenarias cubiertas de hiedra, los antiguos parapetos de piedra y las ventanas de cristales emplomados que brillaban con el sol suave del verano en Yorkshire.

-Cómo me gustaría que pudieras estar aquí y verlo como yo, tía Julia - susurró-. Es todo lo que tú me habías contado y mucho más.

Aquel maravilloso lugar había sido una vez la residencia de los malvados Styles, el azote de la familia de la tía Julia y de la suya propia, los Blake. Pero había pasado ya mucho tiempo desde aquello. Los Styles habían abandonado el castillo que, en la actualidad, había caído en manos menos villanas.

O por lo menos eso esperaba ella, porque estaba deseando conocer a los nuevos dueños y convencerlos de que la dejasen echar un vistazo al interior.

En aquel mismo instante, hubo un ruido en el bosque a sus espaldas. Con la sorpresa, ____ se dio la vuelta rápidamente, con lo que volvió a engancharse los vaqueros en el mismo sitio, pero, en aquella ocasión, no tuvo tiempo de pararse a pensar en ello.

Avanzando hacia ella, venía a caballo un hombre de pelo oscuro, y, aunque no podía verle la cara ya que estaba justo debajo de ella, había algo en él, algo poderoso y casi magnético que le impedía apartar la mirada de él.

Quizás fuese su postura sobre la silla de montar, con los pies descansando sin dificultad sobre los estribos, las botas negras y brillantes, los muslos apretados contra los flancos del animal, o quizás fuese su espalda de hombros anchos y bien musculados que se dibujaba con firmeza bajo su jersey verde oscuro... tenía un aura que le hizo estremecerse, y sin pensar, se inclinó hacia delante para intentar verle la cara.

«¿Estás loca?», se reprendió. Lo mejor era intentar pasar desapercibida para poder salir de allí sin que nadie la viese, y, por un instante, le pareció que así había sido. Subida en aquel árbol, estaba fuera del campo visual de jinete, y hasta le pareció que tiraba de la rienda para hacer girar al caballo y alejarse, pero volvió a detenerse y a mirar hacia el árbol en que ella estaba subida.

____ se encogió por dentro. Ya sabía lo que había visto: el bolso que había dejado al pie del árbol al subirse a él.

-Lo mejor sería que bajases de ese árbol a recoger lo que es tuyo, quienquiera que seas -le dijo mientras se acercaba con una voz profunda y masculina-. Quién sabe; puede haber ladrones o intrusos por aquí.

Entonces sus ojos se encontraron. ____ se había imaginado que tendría un rostro de facciones marcadas, mirada penetrante e inteligente y un gesto un poco arrogante, pero no se había imaginado que iba a encontrarse con un rostro de aquella perfección, ni con el magnetismo de aquellos ojos oscuros de largas pestañas.

Aquel hombre era el más atractivo de cuantos había conocido en toda su vida. Y sin una sombra de duda, supo también que debía estarle pareciendo una completa imbécil, colgada haciendo equilibrios en aquella rama y mirándolo como si no supiese hablar.

Una SonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora