|Capítulo 27|

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A veces la estupidez humana sobrepasa los límites de lo imaginable. Cada vez que creo que no podemos ser más ignorantes, nos superamos. Se superan.

¿Hacer pasar la muerte de Timothy Lesminton como uno de mis afortunados? Inaudito. Él ni siquiera estaba en mi lista y, aunque lo estuviera, Erika era la “Décima Afortunada” así debía ser, así fue.

Se hace mi voluntad. Yo tengo la potestad de elegir, yo soy quien decide quién, cómo, cuándo y dónde mueren mis afortunados. Para mi pesar, mis planes se están viendo interrumpidos por esos mocosos insolentes que no saben en qué se están metiendo. Creen que no sé lo que hacen pero se equivocan. Yo lo sé todo.

Tendré que adelantarlo todo y disminuir el número de personas que “liberaré”. Su pequeña “investigación” ha causado que descuide lo que realmente tengo que hacer y me concentre en evitar que me encuentre, además he tenido que ser más cuidadoso de lo que normalmente soy. ¿Quién diría que tres niñitos inexpertos estarían más cerca de hallarme que la policía?

Los oficiales de policía no son ni de cerca una de mis preocupaciones. Todos saben lo incompetentes que pueden llegar a ser. Y el resto de los habitantes viven en la ignorancia, si tan solo se dieran la tarea de indagar y de investigar en lugar de preocuparse porque los tenga un la mira, se darían cuenta de quién soy. Pero son ciegos, de alguna manera todos lo somos, somos ciegos que podemos ver, pero no miran.

Ruidos provenientes de la sala me recuerdan que no estoy solo, pienso en gritar algo como, “No hagas ruido, estoy trabajando” pero eso sería ridículo ya que no trabajo desde casa, así que finalmente le digo.

—No hagas ruido, me duele la cabeza.

No es del todo falso, las migrañas últimamente han empeorado pero evito comentárselo. Sé que se preocuparía y eso sería innecesario, odio que se preocupen por mí.

Termino por levantarme de la cama solo cuando escucho la puerta de su habitación cerrarse de un portazo seguido de un “lo siento” de su parte. Ruedo los ojos pero no le digo nada, salgo de mi habitación y voy hasta la cocina donde está el pequeño cuaderno donde anotamos cosas para no olvidarlas, le escribo una pequeña nota y la dejo en un lugar visible para que sepa que salí.

Al salir de la cocina paso por la sala y finalmente saco mis llaves del bolsillo de mi pantalón, verifico que sus llaves estén donde siempre las deja y sonrío al ver que están ahí.

Camino por las calles de Lesminton tranquilamente con mi mejor cara de preocupación. Aunque John no era muy conocido por aquí la noticia de su muerte es realmente preocupante para el resto de de la personas. Sobretodo porque su muerte fue diferente a la del resto, no tenía mi firma, pero él no era uno de mis afortunados así que no le iba a colocar mi firma a un don nadie.

Sonrió internamente cuando varias personas me dirigen un saludo, pronunciando mi nombre acompañado con un asentimiento y una sonrisa forzada. No diré que soy muy popular aquí pero si lo suficiente como para que nadie sospeche de mí, aunque algunos se atreverían a decir que soy extraño, quizás tenebroso. No sé de dónde sacaron esa idea.

Por otra parte, mi difunto ayudante era protagonista de miradas despectivas y murmullos negativos, su llegada fue muy repentina y ni siquiera tenía una buena excusa.

Llego a mi destino y miro a todas partes asegurándome que nadie me esté siguiendo o que alguien me vea entrar.

Mientras camino voy poniéndome mis guantes de látex que siempre están en los pasillos de mis pantalones al salir, uno nunca sabe, dejar huellas no es una opción, ADN mucho menos. Aún no entiendo como me dejé convencer para dejar esas gotas de sangre en una de las escenas de crimen de mis afortunadas solo para inculpar a Thomas, manchar mi imagen de tal manera. Por un efímero momento todos creyeron que él era el responsable de todo, aún hay personas que así lo creen, que desfachatez.

Asesinato Número 8Donde viven las historias. Descúbrelo ahora