15 de octubre.

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¿Pues que mas hacer?

Tenía que seguir con mi vida.

Tenía que seguir asistiendo a la Universidad.

No puedo tirar mi futuro a la basura.

Volví a mis viejos hábitos.

Camisetas negras.

Pantalones ajustados oscuros.

Y converse o vans.

Deje mi cabello como lo tenia al levantarme.

Baje con una sensación de vacío en mi interior.

Mi madre me estaba esperando con el desayuno preparado.

En lo que comía no queriendo, ella tomo un cepillo y comenzó a peinar mi cabello.

Hizo dos trenzas a los laterales y después las unió por detrás dejando el resto suelto.

Sin esperarlo derrame un par de lágrimas.

Trato de abrazarme, lo cual rechace, si me envolvía en sus brazos era posible que no fuese a la escuela y terminara peor.

Dudaba poder terminar peor.

Al salir de la casa mi estomago se revolvió y vomité sobre las plantas del jardín.

Entre de nuevo, lave mi boca y remoje mi cara para refrescarla.

Entré al lugar con la cabeza alta y un solo objetivo.

Mi casillero.

Habían limpiado las palabras, ahora no había restos de "vandalismo".

Al darme la vuelta me encontré con una visión no muy agradable.

Estabas con Lucifer.

Y el te abrazaba.

Y tu también.

No se si esto era intencionadamente, pero que hermosa coincidencia que fuese en frente de mi casillero.

Estúpidos.

Camine a mi primera clase que por desgracia me tocaba con ustedes, pero también para mi fortuna, con Megan.

Me senté a su lado.

Ella me pregunto si necesitaba un abrazo.

Yo le dije que solo quería beber mucho, fumar y ver películas en casa.

Me prometió que pasaríamos el fin de semana como vagabundas.

Ella sabía que odiaba las fiestas.

Que tenia pavor a la gente sudorosa y muy junta.

Aghh.

Era asqueroso.

Por eso nunca asistía a ese tipo de fiestas.

Entraste con Lucifer, el tenia un brazo sobre tus hombros.

Puta vida.

¿Enserio había sido tan maldita que merecía esto?

Se sentaron en el único lugar libre que era en frente de nosotras.

Si, era un día de mierda.

Observe como el tomaba tu mano pero tu la alejabas.

Después como el colocaba su brazo en el respaldo de tu silla y tu te inclinabas hacia adelante.

Al terminar la clase estaba tan agotada emocionalmente que corrí a casa con lágrimas en los ojos.

Mi madre me recibió con el abrazo antes rechazado y llamo a la escuela diciendo que no podría ir mañana y posiblemente lo que quedaba de semana.

Al parecer sabia lo que era tener el corazón roto.

También llamo a su trabajo pidiendo el día y se quedo conmigo hablando.

Entonces se me paso por la cabeza una duda.

"Mama, ¿que se siente tener una hija lesbiana? " Pregunte inocente.

"Nada en especial, bebé. Tal vez un poco menos de preocupación sabiendo que nunca terminara embarazada por accidente." Solté una carcajada.

"Bueno, en eso tienes razón."

"Tu madre siempre tiene razón, no lo olvides."

"Pero, ¿que tal las enfermedades de transmisión sexual? Esas no se evitan entre lesbianas." Pregunté inocente de nuevo.

"Oh, cállate si no quieres un candado en la vagina" Volvimos a reír.  Hace mucho tiempo que no pasaba tiempo de calidad con mi madre.

"¿Ya sabes que harás para tus veintiún años?" Saco el tema.

"Nada. Tal vez un maratón de Harry Potter con Megan. Estas invitada si quieres venir."

"No, lo decía porque tu abuela quiere celebrarlo. Ya sabes, lo tradicional, un pastel con la familia y una semana de actividades programadas."

"¿Toda la familia?" Dude, refiriéndome también a la familia paterna, que, después del fallecimiento de mi padre se habían mudado a Canadá.

"Si, toda. Es la próxima semana, asi que te pregunto porque la abuela quiere respuesta."

"Me gustaría. Muy en el fondo me gustaría. Dile que si." Una sonrisa ilumino su cara.

"Vale, la llamare en seguida" Dijo levantándose del sofá, lanzándome sobre el, ya que estaba sentada en su regazo. Corrió — literalmente — al teléfono y marco el número de la abuela.

Hablo con ella sobre las actividades planeadas y sobre el sabor del pastel.  Al colgar llamo a la familia, la parte a la que le tocaba avisar diciéndoles que la próxima semana todos nos encontraríamos en la casa campestre de la abuela ubicada en las costas de México.

La última vez que fui aún bailaba.

Y en esa casa había practicada hasta el cansancio desgarrando mis dedos y lastimando mis tobillos.

Era difícil.

Pero estar alejada un rato de todo no haría daño.

Mucho menos ahora.

Pedí pizza, posiblemente una de las mejores amigas de la mujer.

Pasamos la tarde comiendo pizza, hablando — sobre todo del encuentro familiar —, y corriendo por la casa, la había provocado diciéndole que en México ya era mayor de edad y que entraría discotecas, fumaría hierba y follaría con cualquiera.

Al final me atrapo y me gane un golpe suave en la nuca con la firme amenaza de un candado en la vagina.

Me gustaban estos días.

Las madres siempre te hacen sentir bien a pesar de ser el peor día de tu vida.

Diario de una Homosexual.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora