➸ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ④②

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—Ella puede cuidar de sí misma —grita el Gigante Rubio. Su mano se mueve de donde lo he abofeteado en la mejilla, y Ruggero lo golpea.

Es como si lo viera en cámara lenta. Un puñetazo perfectamente sincronizado al mentón que se mueve a tal velocidad pero con tan poca energía desperdiciada, que el Gigante Rubio no lo ve venir. Se desploma en el suelo como la escoria que es.

Mierda.

—Ruggero, ¡no! —jadeo de pánico, parándome en frente de él para detenerle. Mierda, lo va a matar—. Ya le he pegado —grito por encima de la música. Ruggero no me mira. Está mirando a mi asaltante con una malevolencia que no he visto antes llameando en sus ojos. Bien, quizás una vez antes, después de que Benicio Banderbield me hiciera un pase.

La otra docena de personas bailando se mueven hacia afuera como una onda en un lago, limpiando el espacio a nuestro alrededor, manteniendo una distancia segura. El Gigante Rubio se apresura a ponerse de pies mientras Michael se nos une.

¡Oh no! Valentina está conmigo, abriendo la boca hacia todos nosotros. Michael jadea agarrando el brazo de Ruggero mientras Renato aparece también.

—Tómalo con calma, ¿bien? No fue con mala intención.

El gigante rubio levanta sus manos en señal de rendición, batiéndose en una retirada precipitada. Los ojos de Ruggero lo siguen fuera de la pista de baile. No me mira.

La canción cambia de la letra explícita de Sexy Bitch a un número de baile tecno pulsante donde una mujer canta con voz apasionada. Michael me mira, después a Ruggero, y soltando a su hermano lleva a Valentina a bailar. Pongo mis brazos alrededor del cuello de Ruggero hasta que finalmente hace contacto visual, sus ojos todavía ardiendo primitivos y salvajes. Un vistazo al adolescente peleador. Santa Mierda. Examina mi rostro.

—¿Estás bien? —pregunta finalmente.

—Sí —froto mi palma, tratando de dispersar las punzadas, y llevo mis manos a su pecho. Mi mano está palpitando. Nunca he abofeteado a nadie antes. ¿Qué me ha poseído? Tocarme no era el peor crimen contra la humanidad. ¿O lo era?

Aunque en lo profundo de mi interior, sé por qué lo golpeé. Es porque instintivamente sabía cómo reaccionaría Ruggero viendo algún a extraño agarrándome. Sabía que perdería su precioso cochecontrol. Y el pensamiento de que algún estúpido don nadie pudiera sacar de sus casillas a mi esposo, mi amor, bien, me ponía como loca. Realmente loca.

—¿Quieres sentarte? —pregunta Ruggero por encima del pulsante palpitar.

Oh, vuelve a mí, por favor.

—No. Baila conmigo.

Me mira impasiblemente, sin decir nada.
Touch me canta la mujer.

—Baila conmigo—aún está enfadado—. Baila. Ruggero, por favor.

Tomo sus manos. Ruggero fulmina con la mirada al chico, pero empiezo a moverme contra él, envolviéndome a mí misma a su alrededor. La multitud de bailarines nos ha rodeado una vez más, aunque hay una zona de exclusión de dos pies alrededor de nosotros.

—¿Lo golpeaste? —pregunta Ruggero, parado aún inmóvil. Tomo sus manos en puños.

—Por supuesto que lo hice. Creía que eras tú, pero sus manos eran velludas. Por favor, baila conmigo.

Mientras Ruggero me mira, el fuego de sus ojos lentamente cambia, convirtiéndose en algo más, algo más caliente. Repentinamente, agarra mis
muñecas y tira limpiamente de mí contra él, fijando sus manos en mi espalda.

CUMPLIENDO TUS REGLAS [TEMP 3] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora