Una vez que estamos en el aire, Natalia nos sirve más champán y prepara nuestra cena de bodas. Y que cena, salmón ahumado, seguido de perdiz asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise, todo cocinado y servido por una Natalia cada vez más eficiente.
-¿Postre, Sr. Pasquarelli? -pregunta.
Sacude la cabeza y pasa su dedo por su labio inferior mientras me mira inquisitivamente, su expresión oscura e ilegible.
-No, gracias -murmuro, incapaz de romper el contacto visual con él. Sus labios se acurrucan en una pequeña sonrisa secreta y Natalia se retira.
-Bien -murmura-. Había planeado tenerte a ti como postre.
Oh... ¿aquí?
-Ven -dice, levantándose de la mesa y ofreciéndome su mano. Me lleva a la parte posterior de la cabina.
-Hay un baño aquí -señala una puerta pequeña, luego me lleva por un corto pasillo y por una puerta al final. Por Dios... un dormitorio. La cabina es de color crema y de madera de arce y la pequeña cama doble está cubierta con cojines dorados y marrones. Se ve muy cómoda. Ruggero se voltea y me hala en sus brazos, mirándome.
-Pensé en pasar nuestra noche de bodas a treinta y cinco mil pies. Es algo que nunca antes he hecho.
¡Mierda sagrada!... otra primera vez. Jadeo ante él, mi corazón palpita... el club de las alturas. He escuchado al respecto.
-Pero primero tengo que sacarte de ese fabuloso vestido -sus ojos brillan con amor y algo más oscuro, algo que me encanta... algo que llama a mi diosa interior. Él me quita el aliento.
-Date la vuelta-su voz es baja, con cocheridad y sexy como el infierno.
¿Cómo puede infundir tantas promesas en esas tres palabras? Cumplo gustosamente y sus manos se mueven hacia mi cabello. Suavemente saca las horquillas una a la vez, sus dedos expertos haciendo el trabajo. Mi cabello cae en ondas amplias sobre mis hombros, un mechón a la vez, cubriendo la espalda y hasta mis pechos. Trato de estar quieta y no retorcerme, pero estoy adolorida por su tacto. Después de nuestro largo y agotador pero emocionante día, lo quiero, a todo él.
-Tienes un cabello tan hermoso, Karol-su boca se encuentra cerca de mi oído y siento su aliento, aunque sus labios no me tocan. Cuando todo el cabello está libre de alfileres, pasa sus dedos a través de él, con suavidad masajeando mi cuero cabelludo... oh mi... Cierro mis ojos y saboreo la sensación. Sus dedos viajan hacia abajo y me hala, inclinando mi cabeza hacia atrás para exponer mi garganta.
-Eres mía -respira y sus dientes rozan el lóbulo de mi oreja. Gimo.
-Silencio -me advierte. Aparta el pelo de mis hombros y arrastra un dedo sobre la parte superior de mi espalda, de hombro a hombro, siguiendo el borde de encaje de mi vestido. Me estremezco con anticipación. Siembra un tierno beso en mi espalda por encima del primer botón del vestido.
-Tan hermosa -dice mientras deshace con destreza el primer botón-. Hoy me has hecho el hombre más feliz en la vida -Con infinita lentitud, desabrocha cada uno de ellos, todo el camino por mi espalda-. Te amo tanto -deja besos desde mi nuca hasta el borde de mi hombro. Entre cada beso, murmura:- Te. Amo. Tanto. Quiero. Estar. Dentro. De. Ti. Eres. Mía
Cada palabra es intoxicante. Cierro los ojos e inclino la cabeza, dándole un acceso más fácil a mi cuello y me caigo más dentro del hechizo de que Ruggero Pasquarelli, mi marido.
-Mía -susurra una vez más. Desliza mi vestido fuera de mis brazos cayendo en un pozo a mis pies viéndose como una nube de seda de color marfil y encaje.