Capítulo 1: El accidente.

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— ¿Segura que estarás bien? —pregunta mi madre, por tercera o cuarta vez desde que salimos de casa.

— Estaré bien, mamá. No tienes de que preocuparte.—Intento tranquilizarla.

Estamos paradas frente a las puertas corredizas en la entrada del aeropuerto, esperando por Leo, que está sacando las maletas del coche. Durante el transcurso de la mañana, mamá no ha dejado de preguntar si estaré bien, y yo no he dejado de asegurarle que así será. Comprendo su preocupación. Es mi madre; su deber es preocuparse por mí. Pero ella también debe comprenderme a mí. Ya no soy una niña, tengo diecisiete años y en unas semanas cumpliré los dieciocho; soy lo bastante grande como para cuidarme sola.

— Oh, mi niña —me abraza mamá—. No puedo creer que mi bebé se irá a estudiar un año al extranjero.

Suspiro, y Leo llega junto a nosotras con mis maletas en las manos. No empaqué mucho; sólo lo suficiente como para sobrevivir unos días antes de ir de compras y renovar mi guardarropa.

— Ya no es una bebé, Ana —dice Leo, mirándome con cierto cariño paternal.

A pesar de que no es mi verdadero padre, él siempre ha estado allí. Es como mi tío favorito, aunque esa imagen que tengo suya se ha distorsionado un poco al enterarme de que él y mamá se casarían. Estoy feliz por ellos; Leo es un gran tipo y mi madre merece ser feliz, mas la noticia me tomó por sorpresa. Sigo intentando acostumbrarme a la idea de que ahora vivirá con nosotras y que tal vez vaya a esperar que lo llame papá. Una palabra demasiado fuerte para alguien a quien siempre he visto como el mejor amigo de mi mamá, si me lo preguntan.

— Gracias, Leo —sonrío.

<<Atención, pasajeros del vuelo diecinueve con destino a Vancouver: Favor de pasar a la sala de espera de la sección E11, despegaremos en aproximadamente veinte minutos.>>

— Ese es mi llamado —sonrío con nostalgia. Mamá suspira y me abraza mientras sus ojos se llenan de lágrimas.

— Cuídate mucho, hija. Siempre recuerda que te amo más que a mi propia vida —solloza.

— Lo sé, mamá —le contesto, ya sintiendo como me arden los ojos—. Yo también te quiero.

La suelto y la vuelvo a abrazar por última vez antes de volverme a Leo, que me mira con una expresión de dolor controlado.

— Keyla. —me dice.

— Leo —le respondo con el mismo tono. Me abraza con fuerza.

— Se buena y estudia mucho, ¿quieres?

— Claro, yo siempre soy buena, lo sabes —digo devolviéndole el abrazo.

— Por supuesto que sí —ríe y me suelta—. Ahora ve a patear algunos traseros canadienses, cariño.

Sonrío, tomo mis maletas, y me doy vuelta para comenzar a caminar hacia las máquinas donde te revisan el equipaje.

Estoy sentada en la sala de espera. Tengo los audífonos puestos —aunque no estoy escuchando nada: están desconectados—, mientras leo un folleto que me entregó una de las azafatas que esperan afuera del avión para recibir los boletos junto con uno de los guardias de seguridad.

'Un vuelo seguro, es un vuelo cómodo y feliz' se lee en el folleto. Todo lo que necesitas saber para no entrar en pánico en caso de que sea tu primer vuelo. A pesar de que no es mi caso, intento leerlo para distraerme. Aunque es algo difícil de hacer con los idiotas que están parados en frente de mí intentando buscar a alguien a quien molestar para matar el tiempo (quienes, por cierto, son la razón por la cual necesito urgentemente alguna distracción). Estoy familiarizada con ese tipo de chicos. Yo le digo niños plaga. Ya saben: esos chicos que se sienten bien consigo mismos cuando hacen sentir menos a alguien más. Esos chicos que se esparcen como plagas y que pronto tienen a una bolita más de niños idiotas detrás de ellos, mirándolos como si fueran sus ídolos. He lidiado con ese tipo de personas toda mi vida, no es ninguna novedad verlos en caza, buscando a algún pobre iluso para molestar.

Náufragos [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora