Capítulo 7. El hogar es donde está tu corazón.

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"Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte."

 Fernando Pessoa

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SARAWAT

El beso se termina aun cuando tú pensaste que nunca lo haría. Los aplausos a tu alrededor, las sonrisas felices que delatan el completo éxito que la obra ha tenido por alguna extraña razón no parecen hacerte feliz. Parece que en ese lugar la única persona para la que la alegría ha sido negada eres tú mismo pero no puedes evitarlo. Sí, eso es lo que esperabas, que la gente reunida ahí en ese teatro te alabara como ahora lo hace, que todos los inversores voltearan a verte con esa mirada satisfecha sabiendo que no se han equivocado, que vales la pena, que siempre has sido digno de toda esa admiración.

Y sin embargo la única mirada que quisieras que se quedara quieta en tu piel, los únicos ojos que quisieras que se detuvieran sobre los tuyos, ellos, ellos no te miran. Porque siguen brillando para otra mirada que no es la tuya, porque a pesar de que siguen en el escenario, de que aún no se despiden de aquella mágica aura que las luces del teatro le dan a los actores, ellos siguen mirándose ajenos a los sentimientos y a las pasiones que han desatado. Ellos son ajenos a ti.

Tratas de forzar una sonrisa hasta que lo logras. Asientes pacientemente a todas las palabras amables y elogios formidables que los inversores dedican hacia ti. Eso es lo que querías Sarawat Guntithanon, sólo querías lavar tu nombre y lo has hecho ¿qué te falta ahora? Cuando los ojos de todos los invitados al teatro regresan al escenario donde Mil y Tine interpretan ahora las notas de una alegre canción de amor, tienes la necesidad de salir y lo haces, no puedes soportarlo más.

Toda esa deferencia te ahoga, sólo quisieras desaparecer, diluirte en la negrura de los pasillos, huir incluso de la mirada preocupada del vigilante de la entrada que te observa de forma extraña pero no dice nada. Tus pulmones parecen estarse ahogando, el oxígeno no es suficiente un horrible dolor inunda tu pecho ¿qué es ese vacío? ¿Por qué, por qué duele tanto? Por un momento te sientes en medio de un torbellino, giras en esa nada que no te deja ver porque los ojos se vuelven ciegos cuando no tienen nada que contemplar, cuando no hay una luz que les devuelva las ganas de querer seguir mirando. La soledad, tu soledad, te envuelve en un abrazo asfixiante dejándote sin fuerzas a punto de caer. Eso quieres... caer, perderte, no sentir nada.

Y es que lo sabes ahora, ya no puedes más. Todo este tiempo estuviste tratando de contenerte, tratando que no se notara que un corazón hecho polvo latía en tu pecho, tratando de hacer de cuenta que ese dolor no era fruto de tu propia estupidez, de tu terquedad, de esa estúpida manía que te llevó a alejar a Tine Teepakorn de tu lado.

—Tine....— susurras.

Y su nombre sabe dulce al pronunciarlo, quizá un poco más dulce porque sabes que ya no es tuyo, pero quisieras que lo fuera, ya no quieres negarlo, tu corazón tampoco. Quieres a Tine, lo quieres a tu lado, quieres que te sonría, que él sea el único que se sienta orgulloso de ti, que él sea el único al que le importe que la obra sea un éxito porque él es la única persona que te importa a ti.

Siempre ha sido lo único para ti a pesar de que trataste de convencerte de que no lo era pero es tarde ya, porque aunque sabes que también fuiste lo único para él por mucho tiempo ahora ya no tienes esa seguridad y a pesar de todo sabes que está bien porque no lo mereces. Él llegó a ti dispuesto a seguir siendo lo que siempre había sido, tu amigo, tu amor. Pero ya no es tuyo y sabes que Mil fue capaz de hacer lo que tú no: amarlo sin importarle nada y ahí, radica toda la diferencia.

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