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Capítulo 8. El corazón nunca miente.

"Se sabe que el duelo agudo que causa una pérdida semejante hallará un final, pero que uno permanecerá inconsolable, sin hallar jamás sustituto. Todo lo que tome ese lugar, aun ocupándolo enteramente seguirá siendo siempre algo distinto. Y a decir verdad, está bien así. Es el único medio que tenemos de perpetuar un amor al que no queremos renunciar." 

Sigmund Freud.

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TINE

La gente siempre te dijo que son las pequeñas cosas de la vida las que valen la pena aun cuando no siempre puedes verlas. A veces cuando en la tarde caminabas en soledad por los viñedos dejando que el aire cálido acariciara tu cabello y la música del crepúsculo se colara en tu pecho, llegabas a creerlo en serio. Porque no había nada mejor que esa soledad en la que nada salvo la alegría de estar vivo y ver la luz del sol colándose entre las hojas importaba.

Era ese el tipo de cosas pequeñas que te hacían sonreír en medio de una espera que parecía no terminarse nunca. Y no sabes ahora si esa espera se ha terminado ya, pero cuando sientes su mano en la tuya, cuando por vez primera sus ojos se unen a los tuyos en la contemplación de esas pequeñas cosas te das cuenta de que ya no estás solo y eso hace que pienses que quizá las cosas pequeñas, ahora son grandes cosas por el simple hecho de que puedes compartirlas con alguien más, con él, con Mil.

Mientras caminas a su lado sin decir nada, porque a veces las más grandes declaraciones las hace el silencio, piensas en el sueño que te ha estado acompañando estas últimas semanas que has pasado lejos de Nueva York. Por algún extraño motivo que tu mente no entiende pero que tu corazón descifraría en dos segundos si lo dejaras hacerlo, has soñado con los ojos de Sarawat cada día que han estado lejos y aunque despertar con la luz de esa mirada que parece confundirse con la realidad en el último segundo del sueño te hace sentir agitación en las mañanas, no le has dado mayor importancia, mucho menos en ese instante de infinita paz.

Pero tu alma, esa a la que a veces es mejor no escuchar, se pregunta una y mil veces cómo sería andar ese mismo camino y apreciar las mismas pequeñas cosas sosteniendo en tu mano la suavidad de otra, cómo sería mirar el resplandor de esa tarde, la última de las vacaciones de invierno, a través de esos ojos tristes que a pesar de todo sabes que nunca podrás olvidar.

Todos dicen que la frase esa que reza que uno no puede olvidar nunca a su primer amor, es sólo un chisme de abuelas pero, algo dentro de ti dice que es la verdad. Porque vamos, lo amaste sin dejar de hacerlo por más de diecisiete años, y haberlo hecho de algún modo dejó marcas en ti. Tú crees que has sustituido ese mirar para siempre y sin embargo éste se niega a dejarte libre aunque sueños sean.

Suspiras haciendo que Mil sonría, cree que lo haces por la felicidad congelada de ese momento, de ese silencio. Tal vez es así, sí, es por él. Por él y por todos esos momentos que bajo el nublado cielo de Napa has vivido. Quizá valdría la pena recordar ese periodo vacacional como uno de los más tranquilos y bellos de tu vida. Al parecer, las cosas con tu madre han vuelto a la normalidad también. Aunque se mantiene a cierta distancia de Mil, existe entre ellos ahora una cordialidad que antes te hubiera parecido imposible, incluso, cantaron juntos un villancico en navidad haciéndote sonreír desmesuradamente.

Sin embargo, a veces no podías evitar poner atención en la forma atenta en la que te miraba a ti tu madre. Los ojos de Dara siempre dicen algo más de lo que querrían decir y eso que siempre fue una ventaja en la enfermedad, porque la expresión de sus ojos te hacía sentir cerca de ella, ahora te parece un insistente recordatorio. Sabes que ella ha aceptado tu decisión porque tú crees ser feliz, pero sus ojos dicen que esperarán siempre por otra cosa. La mirada de tu madre encierra una esperanza que precisamente por estar a punto de morir, se hace más fuerte y más brillante al encontrarse con el espejo de tus ojos.