Capítulo 3. Alguien como tú.

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"Furia color de amor, amor color de olvido." 

Luis Cernuda

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SARAWAT

Corres, quisieras volar. Si pudieras hacerlo desprenderías de tu espalda un par de alas y te irías muy lejos, a ese lugar donde no tienes que arrepentirte de nada, donde no hay dolor, donde no hay culpa, donde verlo no te lastime y puedas abrazarlo y refugiarte en él como siempre habías querido hacerlo, pero es muy tarde, llegaste muy tarde Tine.

Abres la puerta del despacho y sin pensarlo si quiera avientas el bolso en cualquier lugar. En este momento no importa que sea el diseño exclusivo. De verdad quisieras que nada importara. Te sientas sobre tu elegante silla negra y te quedas ahí, quieto, contemplando el vacío y absorbiendo en tu corazón ese silencio que te rodea.

Tine, sí, Tine Teepakorn está ahí probablemente bailando aún sobre el escenario de tu teatro y tú sigues preguntándote cómo pasó todo eso. Porque aunque lo hubieras deseado no lo creerías, no puedes creer que has vuelto a verlo porque esa esperanza, como la mayoría de las esperanzas de tu vida, murieron el día en el que tu madre murió y todos aquellos recuerdos cálidos que iluminaron tu infancia los enterraste junto con el recuerdo de tu madre y después de eso...

Después de eso tu vida se convirtió en amargura, en soledad, en un dolor terrible de vivir que llegó a envolverte completamente. Quizá, de no haber sido por la academia de arte dramático de Bangkok y por la gente que conociste ahí y que te devolvió las ganas de sonreír y de luchar por tus sueños, te habrías rendido desde hace mucho tiempo atrás y también quizá nunca hubieras ido a Julliard por medio de esa beca que la escuela te ofreció. Cuando piensas en eso, no puedes evitar que un estremecimiento recorra tu cuerpo porque, quizá si no hubieras ido a Nueva York nunca te habrías topado con él, con esa persona a la que le hiciste daño, y si él no se hubiera topado contigo, todo habría estado bien, todo.

Quizá, si las cosas hubieran sido distintas, habrías seguido actuando, ocuparías el lugar de Mil Ittiporn en una obra y quizá, sólo quizá, Tine habría vuelto de cualquier modo y habrías corrido hacia él, lo habrías abrazado fuertemente, lo habrías tenido junto a ti mucho rato, contándole acerca de todas las cosas que has hecho en este tiempo y él habría sonreído, él también se habría sentido feliz de verte, y habrían pasado la noche entera hablando, sintiéndose felices al notar que seguían siendo los amigos inseparables que llegaron a ser cuando eran niños y el mundo no era tan complicado, y la vida valía la pena y tú no tenías un corazón muerto en vida latiendo dolorosamente en tu pecho.

Tú, le habrías dicho a Tine que lo estuviste esperando siempre, que nunca pudiste olvidarlo, que cada noche que él pasó lejos tú dormiste soñando con sus ojos, que aún lo haces, que es el color cálido de su mirada el que cada mañana te salva de la horrenda pesadilla que no te deja en paz.

Si la vida hubiera sido justa, tú no estarías ahí, abrazando tus piernas sobre la silla, mirando el despacho, sintiendo a la soledad acribillado cada milímetro de tu piel. Si todo hubiera sido distinto, Tine estaría ahí, contigo, pero no lo está y sabes que es mejor así. Porque es tarde, porque tú ya no eres más ese niño cuyo corazón latía para proteger la sonrisa brillante de los labios de Tine Teepakorn. No te quedan fuerzas en la vida más que para seguir siendo un idiota, un cobarde. Pero ya no quieres saber más de dolor. Sabes que si dejas llegar a Tine a ti otra vez todo volverá a empezar y ya has demostrado con creces que tú no sabes amar a nadie, que nunca podrías amar porque en verdad nunca lo has hecho.

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