⛪24.⛪

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C A P I T U L O   24.


Laura.

Volví. Logré hacerlo.

Y no sé si estoy feliz porque pude regresar, o si estoy desesperada por el hecho de que me están llevando a rastras en contra de mi voluntad. Nunca pensé que la idea de venir a un reformatorio de monjas, se convertiría en lo que estoy viviendo ahora.

Un infierno.

—¡Suéltame! —forcejeé con el hombre que me arrastraba por el suelo tomándome con fuerza del cabello y cuello—. ¡Maldito salvaje, suéltame!

En uno de nuestros jalones, caí de boca al suelo y me levanté más furiosa de lo que creí que estaba. Retrocedí atropelladamente, acercándome al auto y todos me rodearon, mis dedos tocaron la parte trasera del auto, justo dónde me habían sacado y al palparme los dedos supe que tenía sangre en cada uno.

—Ven con nosotros por las buenas —advirtió el padre que conocía cómo Federico.

—¡Aléjense! —grité con ardor en la garganta.

Varias personas se acercaron a ver desde lejos, y seguridad venía hacia nosotros con pasos seguros.

—¡Créeme que si no vienes ahora, no te dejaremos vivir! —tronó el padre de nuevo— ¡Por las buenas, María!

—¿Soy una especie de bruja, no es así? —sonreí— Soy una pieza esencial en ustedes —di un paso adelante—. Bien, comprobemos eso.

—¿Qué haces? —entornó la mirada hacia mí, y luego se percató de que la seguridad del hospital venía por nosotros.

Poco a poco me arrodillé en el suelo, y aunque sabía que no era yo la que controlaba dichas acciones, lo permití.

—Aquellos padres, monjes y aprendices, que han deshonrado a sus raíces —los observé sonriendo mientras recitaba las palabras que mi mente me ordenaba en un susurro que apenas era audible para ellos—, serán condenados con perdices. Aquellas monjas y superiores, que en el Templo del bosque, han cometido grandes errores, sus pegados pagarán, con su sangre derramada.

—Detente... —palideció el padre Joaquín— No otra vez. ¡Hagan algo!

»Y no habrá salvación para todos aquellos que han hecho mal, porque por ellos, las consecuencias de sus acciones vendrán —decía todo tan rápido y tan preciso que me percaté de que mi voz también estaba siendo controlada—. Maldigo a éste pueblo, y a todos los que habitan aquí, por irrumpir la vida de inocentes, y convertir en obscuridad su esencia —noté cómo el cielo se obscureció de momento, y el cómo el viento se volvió más agresivo.

»Y si llego a morir, su castigo, será peor que la muerte.

Con las manos puestas en el suelo, ensangrentadas y temblorosas, me puse de pie, los observé y subí al auto que me llevaría a mi fin. Ellos no se inmutaron, pues aún todos pálidos subieron y me llevaron con ellos.

Justo antes de perder de vista aquel estacionamiento, logré ver por una última vez en mi campo de visión a Matías y a Felipe.

Y me dolió tener que dejarlos ahí, pero esa sería la única forma de que pudieran escapar.

No soy la princesa en apuros que el príncipe de sus sueños salva, y ésto no es un cuento de hadas, es la vida real, y si éste es mi destino, no puedo huir más de él. Estoy cansada, agotada, y triste.

Estaba en medio de dos hombres, que reconocí cómo aprendices, mientras que Federico conducía mis manos ya las habían atado. No puse objeción alguna, no dije palabra, y lo único que mi cuerpo hacía era observar y respirar.

El Templo © [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora