Capítulo 8

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El barco vikingo chocó contra la embarcación que lideraba a los barcos enemigos con un chirriante crujido, embistiéndola directamente en el centro. A oídos de Serenity llegaban los gritos de confusión mientras Endymion daba órdenes a los remeros para que continuaran remando.

A gatas, Serenity se escondió detrás de su baúl de hierro, lo abrió con dedos temblorosos y sacó la daga de su madre. Sentir la empuñadura con los cisnes grabados le infundió valor. Sin atreverse a mirar, sin atreverse siquiera a esperar, continuó acuclillada tras el baúl con el cuchillo contra su pecho.

La embestida final hizo tambalearse el barco y Serenity terminó cayendo al suelo. Volvió la cabeza, esperando ver entrar el agua, pero el barco vikingo permanecía entero. A las órdenes de Endymion, los remeros remaron hacia atrás todos a una, revelando un impresionante agujero negro en uno de los laterales del barco enemigo.

El aire se llenó de oraciones y súplicas procedentes del barco destrozado.

Si nadie acudía en su ayuda, Ran pronto extendería su red para pescar con ella las almas de los ahogados.

Sobre sus cabezas, las gaviotas volaban en círculo y chillaban con entusiasmo. ¿O sería algo más siniestro, como los gritos de las valkirias pidiendo a los guerreros que regresaran al palacio de Odín?

Serenity tensó la mano sobre la daga de su madre y susurró oración tras oración. Rezaba por el barco destrozado. Rezaba por ella. Porque aquella batalla llegara a su fin. Seguramente Zafiro acudiría en ayuda de sus hombres, y de esa forma, los vikingos podrían escapar. Comprendía de pronto la lógica de las acciones de Endymion.

Zafiro no se arriesgaría a perder a sus guerreros. Sus barcos acudirían en ayuda del barco para evitar que naufragara. Como buen comandante, no podía permitir que sus hombres se ahogaran.

Entrecerró los ojos y vio la silueta de Endymion recortada contra el sol. Gritaba órdenes mientras los remeros continuaban remando como si fueran un solo hombre. El barco vikingo se deslizaba lentamente por la superficie del agua, pero poco a poco iba avanzando.

A Serenity dejó de latirle el corazón cuando vio uno de los barcos navegando a toda velocidad; adelantó al barco que estaba a punto de naufragar y se dirigió directamente hacia la embarcación vikinga. Pero en vez de embestirla, se situó en paralelo a ella, haciendo que chocaran sus laterales.

—¡Alzad los escudos! ¡Preparaos para la defensa! —gritó Endymion por encima del estruendo.

Serenity miró hacia el sobrino de Endymion y vio su rostro pálido, pero decidido.

Apenas parecía tener edad suficiente como para alzar la espada.

—¡Hoy voy a estrenar mi espada!

A Serenity se le retorció el estómago. Era demasiado joven. Esperó. Sujetaba la daga con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

Los gritos aumentaron y comenzó a oírse el sonido del metal. Pero los vikingos parecían estar impidiendo que los ranrikes colocaran la pasarela para abordar el arco.

Sin embargo, cuando vio que desde un tercer barco conseguían extender la pasarela para llegar hasta ellos, comprendió cómo iba a terminar aquella batalla.

Se suponía que las sagas eran terriblemente realistas. ¿Cuántas veces había oído historias sobre aquellas batallas con el corazón en la garganta? Pero la realidad era mil veces peor.

A pesar del ruido, los gritos y la confusión de la batalla, había una mesurada calma en la forma en la que Endymion conducía a sus hombres, exhortándoles a defenderse y a atacar, según convenía. Y él parecía estar en todas partes.

UNA PRINCESA INDOMABLE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora