Serenity había mentido, pero esperaba que Endymion no se hubiera dado cuenta.
Se llevó la mano a los ojos y se hundió en el lecho que tenía en el palacio del rey. Era consciente de su mentira antes de que las palabras salieran de sus labios. Palabras amargas sobre Galaxia y la corte, cuando lo que debería haber hecho era suplicarle que le permitiera acompañarle en aquel viaje.
Quería estar allí y saber de Kenji y de Rie . Quería ver el rostro de su tío cuando se diera cuenta de que su estrategia para aterrorizar a los vikingos había fracasado.
Durante las últimas semanas, mientras veía trabajar a Apolo, había llegado a la conclusión de que era imposible pensar que su tío, el rey de Ranrike, no hubiera dado su consentimiento a Zafiro para que actuara como lo hacía. Su tío debería haber previsto las consecuencias. Pero sobretodo, quería estar con Endymion para asegurarse de que no le ocurriera nada. Ya no le importaba que pudiera utilizarla para desafiar al rey Diamante y aspirar a arrebatarle el ,,trono. Él podía tener miedo de regresar a una casa vacía, pero lo que ella temía era que Endymion contara solamente con la protección de su escudo.
Endymion acababa de dejarla en su habitación, una celda más que una habitación, con poco más que una somera despedida. Quizás no volvieran a verse nunca más, pero Endymion ni siquiera confiaba en ella lo suficiente como para permitir que se quedara en su casa. Ella no era como su anterior esposa. Ella había dirigido la hacienda de Ragnfast desde que tenía ocho años. Sabía lo que había que hacer en cada estación, sabía cómo atender la hacienda, cocinar y supervisar las tareas de hombres y mujeres. Conocía los peligros.
Hundió la cabeza. Su madre jamás habría permitido que le ocurriera algo así. Habría exigido y exigido hasta salirse con la suya. «O en caso contrario, se habría escapado…», le susurró una vocecilla interior.
Apretó los puños. Ella no tenía ganas de guerra. Podría ir a ver al rey Diamante para suplicarle que siguiera los consejos de Kenji una vez muerto Zafiro. En ese caso, no estaría huyendo de la corte, sino dirigiéndose a su destino. Se negaba a renunciar. Incluso a esas alturas, tenía que haber alguna manera de llegar al barco, a pesar de que Endymion se negara a considerar siquiera esa posibilidad. Sí, era él el que la estaba obligando a engañarle.
Helios. Serenity se llevó las manos a las mejillas mientras su mente corría a toda velocidad. Helios le debía la vida. Todos los hombres del barco se la debían y así lo habían dicho. Utilizaría la deuda que habían contraído con ella para llegar a Ranrike. Porque quedarse en la corte sería peor que morir.
Cuanto más pensaba en ello, mejor le parecía la idea Comenzó a revisar los objetos que necesitaría: Una capa, unas botas sólidas y la daga de su madre. Intentaría disfrazarse. Sintió una ligera inquietud al pensar en ello.
Si Endymion la descubría antes de tiempo, obligaría a la felag a regresar, pero Serenity tenía la esperanza de que para cuando se diera cuenta de que iba en el barco, ya estuvieran demasiado lejos de Kaupang. Lo único que sabía era que se negaba a quedarse bajo el mandato de Galaxia y preocupada por él.
Abrió el baúl y comenzó a hacer una pila con todas las cosas que necesitaba.
—Hija, ¿qué haces?
Serenity se sobresaltó al oír la voz de Apolo y cerró bruscamente el baúl.
La silueta del rey se recortaba contra el marco de la puerta. Su capa morada y la corona que llevaba en la cabeza demostraban que estaba a punto de salir hacia el puerto.
—Sólo estaba intentando buscar… Quería encontrar otro poema ranrike.
Los escaldos…—Una extraña manera de buscar nada, hacer esos gestos tan raros en el aire y abrir después un baúl —le tendió las manos. Serenity se levantó y le dio un beso en la mejilla—. Estoy a punto de dirigirme al puerto para darle a la felag mi bendición. La reina y las mujeres de la corte están vistiéndose. Asa quiere que nuestros hombres reciban la despedida que se merecen.
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UNA PRINCESA INDOMABLE
AventuraLa batalla que se libraba era para conseguir su corazón. El peligroso guerrero Endymion Shields era un hombre de acción, más que de palabras. Sin apenas tiempo para pensar en amores ideales, se apropiaba siempre de cuanto quería, y la princesa Sere...