Capítulo 4.

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Capítulo 4

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Capítulo 4.

(Samanta).

Las horas habían transcurrido con normalidad después de varias clases consecutivas. Era la hora de almorzar y me había dirigido hacia la cafetería de la institución. Por una parte, me sentía bastante tranquila al saber que la mitad del día la pasé relajada, a pesar de que en secreto era la novia de Sam Chaidez Telles.

Le había escrito un mensaje de texto a Liz para que me acompañara en la hora del almuerzo, pero como todavía continuaba en su clase, no podíamos juntarnos. No me quedó más remedio que sentarme junto a una mesa que se encontraba vacía, ya que si no era con mi mejor amiga, estaba sola hasta que llegara el momento de volver a casa. Siempre había sido así y ya me había acostumbrado. Es decir, la mayoría de los estudiantes de padres ricos no querían juntarse con personas de bajos recursos como nosotras, aunque a última instancia tampoco le daba mucha importancia al asunto. Siempre había pensado que quien quisiera estar a nuestro lado era porque debía ser una persona sincera y leal.

Cuando coloqué la bandeja con el almuerzo sobre la mesa, comencé a comer como si no hubiese un mañana. Tenía mucha hambre y no pensaba desperdiciar ni un pedazo de mi sándwich. Justo cuando tenía la boca llena e intentaba masticar con calma, pasaron unos estudiantes y me observaron de forma despectiva y asqueados. Estaban riéndose de mí como de costumbre y como hacían con cada becado que se encontraban en su camino.

—Qué asco —comentó uno de ellos—, pero así comen los pobretones como ella —se rio y los demás también hicieron lo mismo.

—¿Qué puedes esperar de una vulgar como ésta? —bufó otro—. Es una muerta de hambre. Mírala, come como un pobre perro hambriento y abandonado.

Todos a mi alrededor continuaron riendo de lo que decían de mí. Luego se sentaron apartados de mi área y los ignoré como siempre. Los insultos y las ofensas eran la orden del día en la universidad, pero ya me había acostumbrado a hacer como si las personas que me rodeaban no existieran. Había aprendido a no sentirme tan afectada con los rechazos y comentarios de terceros. Y para ser sincera, tampoco era que me importara lo que pensaran de mí.

Continué comiendo en silencio, pero la cafetería se llenó de tensión y expectación cuando Héctor entró por la puerta acristalada. Iván, Xander y Ángel lo estaban acompañando. El rubio teñido se mostró con una sonrisa de suficiencia, ignorando los murmullos de las personas que lo miraban con admiración o tal vez con envidia. No podía negarlo, su estilo caro —muy parecido al de Sam— llamaba mucho la atención.

—¡Samy! —sonrió con emoción cuando me localizó entre las demás mesas de la cafetería—. ¡Pensé que no te vería por aquí el día de hoy! —caminó hacia mi dirección sin ningún tipo de preocupación por el qué dirían.

Iván, Xander y Ángel le siguieron los pasos a Héctor y también se dirigieron hasta mi dirección. Como su líder engreído no estaba presente, el rubio teñido quedaba al mando de sus amigos.

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