Capítulo 9.

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Capítulo 9

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Capítulo 9.

(Sam).

No me importaba que Rebeca supiera que yo estaba con otra chica, pero por el momento era importante cuidar a Samanta de cualquier detalle. Sabía que la rubia no sería capaz de delatarnos frente a mis padres, ya que no le convenía por la única razón de haberse metido conmigo por mucho tiempo. Sin embargo, no podía darme el lujo de que conociera cada cosa de ella. Además, me gustaba cuidarla. No podía permitir que nada ni nadie afectara mi relación con la respondona.

Había esperado un par de minutos en el segundo piso, junto a las escaleras. Saqué el teléfono del bolsillo de mi pantalón de deportes y me percaté de que Héctor me había dejado un mensaje, avisándome que estaría acompañando a Samanta en la cocina mientras ella limpiaba y preparaba más aperitivos. Al menos me aliviaba saber que él sabía cómo entretenerla y apoyarla.

Guardé mi teléfono y solté un leve suspiro al bajar las escaleras hasta la primera planta, simulando que venía de mi habitación cuando en realidad le estaba chupando la vagina a Samanta. Cuando fui hasta la sala de invitados, allí estaba Rebeca con un escotado vestido negro que se ceñía a su figura, sentada con las piernas cruzadas, haciendo que sus tacones relucieran como la mujer imponente que podía ser cuando se lo proponía.

—¿Qué sucede? —me detuve en seco al cruzarme de brazos. No me sentía molesto, pero me fastidiaba saber que había interrumpido un rico momento entre Samanta y yo.

—En realidad, vine para ver a tu madre, pero ya me han informado que tus padres están en un viaje de negocios.

Me resultaba divertido que Rebeca me dijera todo lo que ya sabía, puesto que yo estaba entre las piernas de la chica que le había informado ese detalle.

—Bueno, como ya puedes ver, no están —me giré sobre mis pies para seguir mi camino.

—Espera —Rebeca se levantó del sillón y se acercó hacia mí—. Debo aceptar que también necesitaba verte —colocó una de sus manos sobre mi hombro.

—Sabes perfectamente que ya hablamos sobre esto.

—Lo sé, pero todavía me cuesta resignarme a que terminamos con lo que teníamos cuando nos llevábamos muy bien.

—Lo sé, pero ya te resignarás, así como cuando yo me resigné y aprendí que cuando las cosas no son mutuas, lo mejor es dejarlo —espeté—. Y ya yo te dejé ir, Rebeca.

—Patrañas. Solo lo dices porque crees estar enamorado de esa tonta niña del servicio —insistió al ubicarse delante de mí y sujetar mis mejillas con insistencia, rozándome sus pulcras uñas en un manicura rojo. Se veía sumamente desesperada—. Ella no tiene todo lo que yo tengo y lo que siempre puedo ofrecerte. Es solo una más, te lo aseguro.

—¿Eso crees? —bufé con fastidio.

—Por supuesto. ¿Crees que todo lo que vivimos puede terminarse de la noche a la mañana por una particular? Sabes perfectamente que no.

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