(+21) (Libro 2) La manera en como se conocieron y ocurrieron las situaciones entre los Sam's fue muy peculiar. Al parecer el segundo amor había triunfado en la millonaria vida de Sam Chaidez Telles.
Sin embargo, las situaciones y los embrollos apena...
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Capítulo 13.
(Sam).
—Beba, ya tienes que despertar —susurré en el oído de Samy, posando suaves besos sobre su delicada mejilla.
Samanta presionó los párpados con cierto fastidio y arrugó la nariz, removiendo su cuerpo e ignorando lo que le decía. Sabía que estaba algo agotada, pero estaba suponiendo que la situación lo ameritaba.
—Oye, en serio —sonreí sobre su oreja—. Desde aquí puedo oler el café que tu madre está preparando en la cocina.
Samanta abrió los ojos como platos. Los ruidos que solo yo había escuchado, ella también los empezó a escuchar. El sonido de los trastes era evidente desde donde nos encontrábamos, porque había amanecido y la señora Villeda estaba en la cocina preparando el desayuno.
—Mierda —Samy se levantó de la cama desnuda, asustada y abriendo la ventana junto a su cama—. Tienes que irte.
—¿Cómo te atreves a botarme después de hacerlo conmigo? —me levanté de la cama y me ubiqué delante de ella. También estaba desnudo, aunque me sentía cómodo cuando ella tenía que verme sin nada puesto.
—Tus dramas los dejamos para luego —me dijo por lo bajo—. En serio tienes que irte, Dragón —me recalcó—. Mi madre está en la cocina.
—¡Sam, hija! —la señora Villeda tocó la puerta de la habitación—. ¡El desayuno ya está casi listo!
—Estaba —murmuré por lo bajo y enarqué las cejas.
—No puede ser —susurró al empujarme hacia la ventana.
—Oye, fea...
—Sí, sí —me dio un beso en los labios, sabiendo que era eso lo que le pediría.
—Sam, cariño —Sara volvió a tocar la puerta de la habitación—. ¿Necesitas que hoy te lleve a la universidad?
—Eh... —Samanta me miró dudosa, pero negué con la cabeza.
—No, ma' —carraspeó mientras me tiró la ropa para que me vistiera—. Puedo irme en el bus, no te preocupes —me asesinó con la mirada al informárselo.
—¿Segura? —preguntó Sara con cierta extrañeza.
—Segurísima, segurísima —me obligó a salir por la ventana después que logré ponerme la ropa como pude.
—Bien, me daré un baño mientras te preparas —le avisó.
—Está bien —vi alivio en sus ojos.
—No te preocupes. En cuanto tu madre comience sus labores en la mansión, te recogeré y nos iremos juntos a la universidad.
Me puso los ojos en blanco al ver mi cara de satisfacción y felicidad. En realidad, sí quería hacerlo.