Capítulo 11.

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Capítulo 11

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Capítulo 11.

(Sam).

Eran casi las 12:00 de la medianoche y todavía no podía conciliar el sueño, sabiendo que debía madrugar para ir a la universidad. Desde que Samanta fue a mi habitación y tuvimos sexo de forma desenfrenada, me había dejado más desesperado y frustrado de lo que ya estaba cuando no me llamó ni me buscó luego que sucedió lo de Rebeca en la sala.

Me giré de un lado a otro sobre la cama, buscando una posición en la que pudiera sentirme cómodo. Solté varios suspiros y cuando volví a enderezar mi cuerpo, miré hacia el techo. Tragué saliva al pensar en los gemidos de la malcriada y en cómo subía y bajaba sobre mi miembro sin ninguna verguenza. Luego coloqué los audífonos en mis oídos e intenté escuchar música desde mi teléfono. Necesitaba concentrarme en buscar el tan anhelado sueño de una vez. Sin embargo, Héctor me llamó de repente, interrumpiendo mi propósito.

—¿Dónde carajo estás? —le respondí de inmediato—. ¿No se supone que esta noche te quedarías en la mansión?

—Lo sé, pero estoy con Liz en el pueblo de Dorado. Fuimos a dar un paseo y terminamos en el yate de tu padre. Además, se supone que ella iba a quedarse con Samy, pero todavía no hemos regresado.

—Entiendo...

«Así que Samy no aceptó quedarse conmigo porque ya tenía un compromiso con su mejor amiga y no quería dejarla sola», fue lo que asumí al instante.

—¿Sabes, bro'? Tengo a la mejor novia del puto mundo —sonreí para mí mismo.

—¿Estás fumando hierba? —me preguntó con cierto sarcasmo en su voz.

—No, pero estoy jodidamente drogado de orgullo y satisfacción —le dije al volver a recrear en mi mente el arrebato de sexo que tuve con Samy—. Como sea, gracias por avisarme, porque así no tengo que perder más el tiempo.

—¿De qué hablas? —se rio de mí al otro lado del teléfono, como si yo estuviese loco.

—Te veo después, si es que logras llegar vivo y con energías —colgué la llamada.

No dudé en ponerme un abrigo para cubrirme del sereno. Pensaba escabullirme lo más pronto posible. Me cubrí los pies con unas medias y unas chanclas. Luego agarré un par de condones y los guardé en uno de los bolsillos de mi pantalón pijama.

Cuando me asomé en el marco de la puerta de mi habitación, miré hacia ambos lados del pasillo y decidí salir sigilosamente, hasta que logré bajar hacia la primera planta para salir al exterior. Sin embargo, una vez que crucé hacia la propiedad vecina y localicé la ventana de la habitación de Samanta, me percaté de que estaba cerrada.

—De verdad que a mi fea le hace falta malicia —murmuré por lo bajo y revolví mi pelo al creer que tendría que despertarla para que me abriera.

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