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"A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd." (Alphonse de Lamartine)

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El tiempo es efímero, como un suspiro en el viento, y cuando menos te das cuenta, la vida se desliza delante de tus ojos con la velocidad de un parpadeo. Te encuentras ahí, inmóvil, sin poder saborear plenamente esos momentos llenos de sonrisas, abrazos, besos y, sobre todo, de amor, que hicieron tu vida un poco más especial.

Para Suga, era como si su madre se llevara consigo un pedazo de su alma que había protegido durante años, pero cada instante compartido con ella había valido la pena. No era momento de lamentarse, ya era tarde.

El día del funeral había llegado, el día de la despedida final, el último momento en el que contemplaría esos rasgos delicados, esa sonrisa que solo le dedicaba a él desde que era un niño. Aunque ahora su rostro yacía en reposo, tranquilo, y aquel precioso lunar que había heredado de ella permanecía como un recordatorio de su amor maternal. Su preciosa madre se marcharía hacia un lugar mejor, lejos de este mundo tan cruel que los rodeaba.

No era como en las películas, donde la lluvia caía torrencialmente sobre un cielo nublado, creando una atmósfera aún más melancólica. Tampoco había una multitud de personas en el entierro, solo estaban aquellos necesarios, en un día soleado y despejado, donde el sol brillaba a través de los árboles que rodeaban el lugar. Diferentes tumbas, con distintos nombres, cada una con su propia historia, pero hoy se reunían para despedir a aquella madre que había luchado por su hijo hasta el final, aquella mujer valiente que merecía mucho más de lo que la vida le había dado. Ella merecía el mundo entero, pero solo obtuvo una muerte injusta y cruel.

Suga, con su traje negro, se encontraba junto a la tumba, sosteniendo una rosa roja en su mano y con los ojos hinchados por el llanto -Madre, mi querida madre, ¿qué debo hacer ahora que ya no estás conmigo?- murmuraba mientras acariciaba con delicadeza el ataúd -¿Este será nuestro adiós, verdad? Sabes que te amo demasiado y te agradezco todo lo que hiciste por mí. Me arrepiento de no habértelo dicho más veces. Te amo tanto- Las lágrimas volvían a brotar en sus ojos. -Te voy a extrañar. Adiós, mamá... - Se despidió con un nudo en la garganta y se dio la vuelta, encontrando a su equipo y a Takeda llorando, cada uno a su manera.

-Ven aquí- indicó Takeda, secándose las lágrimas antes de envolver al peligris en sus brazos -Vas a estar bien, ella está en un lugar mejor- dijo con voz suave, mientras Suga apretaba más fuerte su agarre.

Poco a poco, el ataúd comenzó a descender lentamente. Suga observaba cómo iba bajando junto con sus lágrimas, su alma desmoronándose con cada centímetro que descendía. Todo había terminado.

De repente, sintió un tirón en su manga y se dio vuelta para ver al pelinaranja con la carita hinchada por llorar y unas pequeñas lágrimas aún saliendo de sus ojos.

-Sabes, Suga-san, nunca supe lo que era tener una madre, ni siquiera la conocí o tuve algo parecido, por lo que no entiendo tu dolor directamente- dijo con sinceridad. Suga asintió, comprendiendo su situación, y le acarició la mejilla, borrando el rastro de sus lágrimas.

-¿Entonces por qué sigues llorando?- le preguntó, sonriendo tiernamente.

-Nunca tuve una figura materna hasta que te conocí a ti- confesó el pequeño, sorprendiendo a Suga. -Y me duele aquí- señaló su pecho -cuando te veo sufrir. Quiero que seas tan feliz como yo lo soy desde que apareciste en nuestras vidas- concluyó con sinceridad. Suga, completamente conmovido, lo abrazó fuerte, agradeciendo al mundo por haber puesto a esos compañeros en su camino, su verdadera familia.

"Betta splendens"(omegaverse)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora