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Nos asentamos en el extremo final de un espigón no muy concurrido al que solía ir a pescar. Desplegué las sillas en el borde, de forma que teníamos de paisaje el horizonte del mar. Aunque el sol aún calentaba, todo y estar avanzada la tarde, la brisa lo hacía agradable, pero había traído una sombrilla por si acaso. Kanna se sentó a la derecha, dejando a su lado una nevera que había traído con comida, algo muy atento considerando la improvisación del plan.

La había ido a buscar a su casa, cargando lo esencial para pasar la tarde pescando. El trayecto hacia la playa había sido como siempre, relajado y con bromas entre nosotros dos, pero por algún extraño motivo lo sentí diferente. Habíamos evolucionado de tal manera en nuestra relación que ya teníamos temas o muletillas que solo entendíamos nosotros dos. Pero había algo más que se me escapaba. Era más bien una sensación en el pecho, como si el ambiente entre nosotros fuera más delicado; quizá era porque cuando nos rozábamos o teníamos el más ligero contacto me ponía nervioso y luego me daba cuenta de Kanna también se veía turbada por ello. Quería pensar que en el fondo los dos nos habíamos dado cuenta de que nos gustábamos - o eso quería, ser correspondido- y no sabíamos cómo gestionarlo. De hecho hubo un momento que me pareció que Kanna iba a cruzar su brazo con el mío para andar juntos después de bromear, pero se lo pensó dos veces y no lo hizo. Mi primer pensamiento fue cogerle la mano, pero si ella se había apartado así tendría un motivo. Existía la probabilidad de que en realidad si le había afectado que yo no me quedara con ella después del partido. Encima me había ido con Saori, normal que ahora se pudiera sentir confundida. ¿Pero cómo le hacía entender que aquello no significaba nada? ¿Qué la qué me gustaba era ella y qué no estaba jugando? La respuesta más obvia era confesarme, pero no lo había hecho en la vida y no me veía capaz de ello aún.

La velada pescando pasó sin muchos sobresaltos, pues no había casi gente en la zona y los peces no picaban. Me di cuenta de que Kanna no soportaría un día entero pescando sin hacer nada y como si ella también lo hubiera sabido de antemano, se había traído un libro y un juego de cartas. Resultó que al final dejamos las cañas de pescar olvidadas mientras disfrutábamos de nuestra compañía. Kanna se enfadaba porque perdía a las cartas poniéndose de morros consigo misma y luego me miraba, decía alguna cosa sin sentido y nos reíamos. Leímos por un buen rato también y nos dedicamos a criticar a los personajes ociosamente. Las horas pasaron y aun cuando sentía que Kanna se distanciaba de mi de una manera indescriptible, fue un rato muy agradable. No olvidando la llamada de la noche anterior, Kanna exigió su helado de limón, así que me dirigí al puesto donde solía ir en verano, ya que alguien se tenía que quedar vigilando nuestras cosas.

Regresé unos minutos más tarde y le ofrecí su cono de helado a Kanna. Empezamos a comernoslos tranquilamente, sentados mirando al mar. Yo le hablé de que me transmitía el mar, pero por más que ella quisiera escucharme atentamente, el helado se le deshacía por todos lados y no paraba de comérselo intentado arreglarlo, con la consecuencia que al momento de morderlo se le congeló el cerebro.

- No te rías, podría haber muerto congelada - me golpeó ligeramente el brazo, provocando que se me destabilizara mi cono de helado por unos tensos segundos. Ella abrió mucho los ojos exclamando un pequeño ''oh no'', pero suspiró cómicamente al ver que no se me cayó encima. Yo me reí, más bien porque Kanna parecía haberse relajado y había vuelto a tocarme, aunque fuera para darme un golpe. Me la quedé mirando discretamente mientras hacía ver que estaba concentrado en la comida.

Kanna estaba con la espalda hacia delante, muy concentrada en el horizonte. Se había recogido la melena en un moño para que no le estorbara en los ojos. Se me pasó por la cabeza que me gustaría que la llevara suelta y así tener la excusa de apartárselo de la cara, como había hecho hacía no mucho. Saqué aire profundamente de mis pulmones, dejando de lado el helado. Al quedarme observándola me embargó una calidez en mi pecho que me hizo tener el impulso de querer besarla. Kanna se sentía como en casa. No fingía nada con ella, todo era real y sincero. Se sentía como cuando volvías a casa y todo el cuerpo se desentumecía del frío que cargabas de la calle. Kanna traía paz y de alguna manera seguridad, porque sabía que podía confiar en ella.

ONE-ON-ONE [Akira Sendoh]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora