Como ya no quería permanecer ni un segundo más en aquel lugar de muerte, opté por venderle todas mis propiedades a los mejores postores. Al narco le vendí el hotel y una de las fincas, esta última sin duda iba a ser utilizada para plantar coca o marihuana. La otra se la dejé al alcalde, la que de seguro me pagó con el dinero de los contribuyentes y le serviría como lugar de relajamiento para follar con sus distintas amantes y quizá hasta con su mujer. Carranza aplaudió mi decisión de complacer a los dos mafiosos, pues ambos tenían fama de ser rencorosos y vengativos. El que se quedó sin nada fue Enrique, quien me maldijo por mi avaricia y mi cobardía, lo cual me importó poco debido a mi premura por desaparecer e intentar continuar con mi vida.
Mi abogado me sugirió que me fuera a vivir a la capital, ya que según él era lo «menos peor» del país en cuanto a infraestructura y comodidades. Sin embargo, también me advirtió que la urbanidad no era garantía de que me encontrara con gente más civilizada que la que vivía en el municipio, ni tampoco que pudiera considerar dicho lugar como seguro. En algunos casos podía ser todo lo contrario.
—¿En qué parte de la ciudad me aconseja vivir? —le pregunté.
—Eso depende de lo que usted quiera hacer allá.
—Me gustaría estar en un lugar rodeado de bares donde pueda festejar y follar todas las noches. ¿Me explico? Una parte donde pueda ingerir tanto alcohol como para joder mi hígado de cirrosis en el menor tiempo posible, y donde haya también una cantidad ingente de putas que me garantice contraer una supergonorrea que haga que se me caiga la polla.
Carranza exhaló cerrando los ojos emitiendo una especie de ronquido. Luego me miró de una manera paternal y dijo:
—¡Puchis! Veo que los sucesos que ha experimentado durante su estadía aquí le han afectado. No se desanime, mi amigo, todos pasamos épocas difíciles. Si le sirve de consuelo recuerde que no existe un estado lo suficientemente malo como para que no pueda existir otro peor.
—¡Vaya a que se lo folle un pez, Carranza! ¡Gilipollas!
El gordo rio y concluyó:
—¡No nos queda más que hacerle huevos a la vida, don Antonio! Con respecto a su pregunta no puedo darle una respuesta definitiva, para mí todos los lugares de la Ciudad de Guatemala están plagados de degenerados. Supongo que ya estando allá se identificará con algún lugar. En fin... ¡le deseo buen viaje!
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Ánima Sola
HorrorAntonio Rodríguez, un guatemalteco que ha vivido la mayor parte de su vida en España, regresa a su país natal para cobrar una oportuna herencia que lo salva de la penuria. Sin embargo, mientras se va adaptando de una manera hedonista e irresponsable...