Capítulo 13

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 La noche del primero de noviembre de 2014, después de estar de mal humor todo el maldito y puto día de los muertos, deseando que la gentuza que comía fiambre junto a las tumbas de sus seres queridos se atragantara y muriera ahogada para unirse a ellos, una ansiedad recalcitrante se apoderó de mí, como un escozor que me devoraba la piel de la espalda. Por nada del mundo quería salir de mi apartamento. Para mi mala suerte el alcohol y los cigarrillos se me terminaron. Las manos me temblaban y de pronto sentí una horrible necesidad de compañía. Recordé a la chica guapa, baja y fina que había visto por primera vez en el restaurante italiano el día que me reencontré con Giovanni. Eso, por desgracia, también me hizo recordar que ella había sido la que se acercó a él, por lo mismo me pregunté si a lo mejor sí había sido yo el que lo degolló en medio de un ataque psicótico. Que yo supiera, hasta esa fecha, jamás me había puesto lo suficientemente borracho como para no recordar alguno de mis actos, por muy vergonzosos o comprometedores que fueran. 

Incapaz de resistir un minuto más de soledad opté por salir, con la esperanza estúpida de encontrarme con la chica misteriosa. Cuando entré al bar que escogí por ser el menos bullicioso, y comencé a beberme mi primera cerveza de la noche, la fe en que algo así de ridículo sucediera me abandonó. Pero el destino se burló de mí jugándome la peor broma pesada que me han hecho en la vida. Sentí que una mano delgada se posó sobre mi hombro. Al notar que se trataba de la persona que había estado deseando mis ojos no podían creerlo.  Los de ella, grandes y hechizantes, rutilaban como diamantes de color café. Llevaba puesto un vestido corto blanco del que emanaba una pureza que no había percibido antes. Fue como volver a ver a María por primera vez, o quizá resucitada e indemne. 

—¡Hola! —me saludó con su voz sensual e hipnótica—. Eres amigo de Giovanni, ¿no es así? 

Su pregunta me rompió el corazón y me hizo alegrarme de que aquel bastardo ya no respiraba más. 

—Si me estás hablando de Giovanni Arriaga... no, jamás fui su amigo. 

—Ok —respondió bajando levemente la mirada con una actitud un tanto sumisa que me estremeció—. Pero ¿lo has visto por casualidad? 

—¿No lo sabes? 

—¿Qué cosa? 

—Temo ser yo quien te dé esta noticia, especialmente porque no te conozco, pero hace unos días un policía fue a verme y me notificó que Giovanni fue asesinado. 

Para mi alegría la chica ni se inmutó, se sentó junto a mí y me miró de nuevo con extrañeza, frunció el ceño y dijo: 

—Oye, ¿no serás uno de esos confianzudos que le juegan bromas de ese tipo a personas que apenas conocen? 

—Para nada, no suelo ser así. 

La expresión de la chica esta vez sí cambió. Bajó la cabeza y dejó la vista fija en la mesa por un tiempo que me pareció eterno. 

—¿Recién lo conociste? —pregunté por temor a que la falta de conversación la alejara de mí ahora que por fin la tenía cerca. 

—Sí… era un pedante, se notaba que era mentiroso y mujeriego. Claro, eso lo deduje solo con verlo…, pero no lo abordé porque me pareciera atractivo. 

Confuso por la respuesta de la muchacha le di a mi cerveza un trago tan enorme que casi me la acabo. 

—¿Y por qué razón le hablaste entonces? —pregunté. 

Ella me miró de nuevo con sus ojos enormes. Era curioso cómo una mujer tan mínima y aparentemente retraída podía intimidar tanto con la mirada. Tragué saliva y casi mojo los pantalones al momento de escuchar su respuesta: 

—Me acerqué a él porque estaba hablando contigo la primera vez que te vi en ese restaurante que está muy cerca de aquí, ¿recuerdas?  ¡Yo sé que tú también me viste! En fin, no pude reunir el valor para hablarte, soy mala para eso, y además te fuiste. ¡Me dolió tanto! Supuse que eran amigos, así que decidí entablar una conversación con él para ver si así tenía chance de conocerte. 

—¿Estás hablando en serio? 

—¡Me gustas! —Su rostro se sonrojó, pero el tono color fuego que su piel adoptó en aquel momento no era ni la mitad de intenso que el que de seguro yo tenía en el mío—. La verdad es que a Giovanni le pregunté mucho sobre ti, al principio con discreción, pero para mi sorpresa se extendió mucho con el tema. ¡Y ahora ese pobre tipo está muerto!  ¡No puede ser! ¡Me siento tan mal…! 

La chica reposó su cabeza entre sus brazos, escondiendo el rostro. Yo no sabía qué responder, ni siquiera quería pensar en las cosas que Giovanni le había dicho. 

—¿Quieres un trago? —dije al fin. 

—¡Pensé que nunca me lo preguntarías! ¡Claro que sí! —dijo mostrando su rostro de nuevo al recostar su cabeza de lado sobre sus brazos. ¡Se veía tan sexy! 

—¿Cómo te llamas? 

—¡Regina! ¿Tu nombre es Antonio? —Asentí con la mayor de las satisfacciones: ¡Ella sabía mi nombre!—. ¿Te digo algo? ¡Me encanta tu acento! Eres todo un «tonatiuh». 

El resto de la noche fue como si estuviera bajo los efectos de una droga, sentía que estaba hablando con una representación femenina de mi alma. Cuanto más la miraba, más me gustaba. Su voz era música para mis oídos y su aroma un afrodisíaco que me hacía hervir la sangre. Al final terminamos charlando de pie en una esquina poco iluminada dentro del lugar.  No podía dejar de verle los labios en movimiento cuando me hablaba. La tomé de la cintura, la acerqué hacia mí para besarla pero ella agachó el rostro y no me correspondió. 

—¡No, espera, esto va muy rápido! Todo me parece perfecto. ¡Tú eres perfecto! ¡Te me figuras como la persona que siempre quise tener a mi lado! Pero en el pasado he sido impulsiva, por tomar las cosas a la ligera, y esta vez no quisiera equivocarme. 

Su elocuencia me dejó pasmado. Luego se despidió, pero yo no quería dejarla ir. Insistí en llevarla a su casa, sin importar donde viviera, en aquel momento yo estaba dispuesto a acompañarla hasta el mismísimo infierno. Por un momento tuve la impresión que mi insistencia la asustó. Finalmente me dijo que sí, pero que antes iría al servicio. Pasaron cuarenta y cinco minutos y al no saber nada de ella, desesperado, fui a buscarla. Del lugar salió una chica morena con el cabello rizado, le pregunté por Regina dándole su descripción, pero la muchacha me aseguró que allí dentro no había visto a nadie con vestido blanco. Uno de los meseros escuchó mi pregunta, me confirmó el aspecto de mi musa y me aseguró que la había visto salir del bar apresurada, como a hurtadillas. Mi reacción fue maldecirme por imbécil.   

Ánima SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora