La chica llevaba el cabello suelto e iba ataviada con un vestido floreado y corto que parecía expeler un aroma igualmente floral. Una bufanda roja le cubría el cuello pero más parecía que se la había puesto para disimular su escote. También llevaba colgado al hombro un bolso de lana en colores pastel que se me hizo familiar. Al verla supe de inmediato que era Regina, la habría reconocido en cualquier lugar a un kilómetro de distancia, pero su aura era distinta a como la recordaba, la pureza que había percibido la noche que nos conocimos se había convertido en una electricidad que me erizaba la piel. Me miró y sus ojos esta vez no me parecieron rutilantes, más bien sombríos y funestos, pero me intimidaron. Absorbió mi voluntad a través de ellos. No dijo nada, simplemente entró a mi morada como si nos conociéramos de toda la vida. Cuando cerré la puerta tras de ella dejó caer su bolso al suelo, me rodeó con sus brazos y me dio un beso con sabor a sal y vinagre que provocó en mi mente, a pesar de que la mayoría de las luces de mi apartamento estaban encendidas, que todo lo que nos rodeaba desapareciera.-¿Cómo supiste dónde vivo? -le pregunté en un santiamén que logré zafarme del abismo de sus labios.
-Lo sabía desde antes de que habláramos por primera vez. Te seguí un día sin que lo notaras.
Su respuesta me sorprendió. No entendía lo que sucedía, estaba pasando lo que más había deseado en mi vida desde que tuve a María, pero algo me hacía pensar que me encontraba en peligro. Quería librarme pero no podía; jamás, en todo mi historial de alcoholismo, me había sentido tan ebrio como cuando percibí la aspereza de su lengua rozándose sin pudor contra la mía. Los besos siguieron, a mansalva, como torbellinos de lujuria. Nos acariciábamos el rostro con la intensidad de nuestras respiraciones. Terminamos en la cama, ella sobre mí; abrió mi camisa y me pasó sus uñas largas sobre el pecho de una manera que se me antojó un tanto dolorosa y luego se inclinó sobre mí para darme un mordisco en una tetilla. No creía lo que veía. Ni el día que la vi por primera vez, ni la noche que hablamos, me la habría imaginado haciendo tal cosa, parecía estar poseída por algo que realmente me asustaba.
-No sabes cuánto me arrepentí la otra noche por salir huyendo y no dejarte que me besaras -dijo con los ojos cerrados; su respiración era tan intensa que se le dificultaba hablar.
Yo no supe qué responderle, pasaban tantas cosas por mi cabeza que me quedé petrificado. Mi estatismo empeoró cuando Regina se quitó la bufanda y, gracias a su pronunciado escote, pude ver la hendidura pecaminosa y angosta que separaba sus senos, los cuales se me antojaron como imanes que atraían todas las moléculas de mi ser. Apenas noté cuando ella utilizó la prenda que acababa de desenrollarse del cuello para atar mis muñecas a uno de los barrotes de madera de la cabecera. Por un momento temí que sacara un picahielo de debajo de las sábanas para convertirme en una víctima de un guión de Joe Eszterhas. De hecho, contrario a todos mis deseos, recuerdo que protesté; pero bastó un chitón de ella para que desistiera de mis reclamos. Desabotonó mi cremallera, bajó mi pantalón y mi ropa interior sin llegar a descubrir mi pene y arañó suavemente mi pubis.
Repentinamente, Regina se detuvo y exhaló con fuerza, me miró de una manera que no pude descifrar el sentimiento que ocultaba y se disculpó preguntándome por la ubicación del baño, el cual estaba dentro de mi habitación con la entrada a un lado de la cama. Contrario a lo que esperaba, ella se levantó y se dirigió hacia la salida, haciéndome temer, a pesar de que me tenía a su merced, de que estuviese utilizando nuevamente aquello como pretexto para escapar de mi apartamento. Después de diez segundos, que se me antojaron eternos, la vi regresar con su bolso en mano. Se dirigió al servicio y antes de entrar me miró de soslayo de forma picaresca y me dijo: «No te vayas a ir». Eso me hizo soltar una pequeña risa de los nervios.
Afuera escuché a Regina abrir el grifo del lavabo, ese sonido me hizo volver a la realidad momentáneamente. Comencé a dudar de mí y de lo que sucedía, todo parecía demasiado idílico. El sexo casual era mi especialidad, pero no me gustaba ser el sumiso, necesitaba tener el control. Intenté zafarme del nudo, pero me preocupé al darme cuenta que me estaba costando mucho trabajo y que el sonido del agua saliendo del grifo no cesaba. Finalmente se detuvo luego de varios minutos, demasiados para alguien que en teoría se estaba lavando las manos o la cara. Luego se escuchó un chasquido atronador, como un cortocircuito, y se fue la luz. ¡El apartamento quedó completamente a oscuras! Supe que solo había ocurrido en mi vivienda y que no se trataba de un apagón porque, dado que la puerta de mi habitación estaba abierta, desde mi cama podía notar que un poco de iluminación, proveniente del alumbrado público, apenas se filtraba por los ventanales de la sala.
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Ánima Sola
HorrorAntonio Rodríguez, un guatemalteco que ha vivido la mayor parte de su vida en España, regresa a su país natal para cobrar una oportuna herencia que lo salva de la penuria. Sin embargo, mientras se va adaptando de una manera hedonista e irresponsable...