Giovanni era un manojo de nervios, parecía no decidirse entre insultarme, amenazarme o hacerme bromas pesadas. Noté que la mano le temblaba cada vez que se acercaba el vaso a la boca. Cuando le pregunté qué lo había traído a la capital me miró fijamente con una expresión de odio en su rostro. Por un momento dio la impresión que quiso revelarme a gritos algo, pero al final no dijo nada. Una lágrima comenzó a escurrirle por el ojo izquierdo y a lo mejor hubiese derramado más llanto de no ser por el tremendo trago que le pegó a su vaso, con el que aparentemente logró apagar sus ánimos.
-Nunca le dije esto a nadie -comenzó-, pero yo le pedí al Ánima Sola que te separara de María. Debo admitir que jamás me imaginé que esa perra se engatusaría tanto contigo como para que la única solución que encontrara la Bendita para hacerlo fuese la muerte. Ni modo, se lo tenía más que merecido por fijarse en un idiota como tú.
-¡No seas imbécil! -le grité consiguiendo llamar la atención de todos los comensales y meseros del restaurante-. Todo fue un accidente, no tiene nada que ver con ese culto absurdo de gente ignorante y subnormal que, ¡sorpresa!, tú también practicas.
-¡Ja! Supongo que eso te has de decir por las noches para consolarte y aliviar la culpa que te carcome. ¡Fue tu culpa! Gracias a ti perdí a la única mujer que he amado. Pudiste sacarla de allí en cualquier momento, pedirle que se salieran del cementerio, colocarte sobre ella para protegerla y recibir la bala como un hombre...
Estaba a punto de ponerme de pie para molerlo a golpes y terminar lo que había comenzado en el municipio, pero sucedió algo que me hizo divagar y apaciguar mi furia: al restaurante entró intempestivamente una mujer delgada y bajita; lo hizo con prisa, como si estuviera llegando tarde a una cita. Luego, con su mirada hermosa, constituida por el par de ojos claros color café más grandes que he visto, comenzó a recorrer cada uno de los asientos del lugar como si estuviese buscando a alguien. Al hacerlo su tez clara cambió varias veces de tono conforme la luz tenue del atardecer chocó contra los diversos ángulos de su rostro, como si estuviese transfigurándose. Cuando me vio se detuvo como si hubiese encontrado en mí lo que estaba buscando; sin embargo, para mi desilusión, después de hacer una pausa continuó mirando a su alrededor hasta centrar su atención en una mesa vacía para dos. Su boca era pequeña y su cutis muy fino. Tenía el cabello castaño y ondulado y lo llevaba envuelto en una coleta. Vestía una camiseta blanca y tallada sin mangas y unos vaqueros raídos de color celeste. Llevaba un bolso hecho de lana en colores pastel. Por su apariencia fina podía ser confundida con una muchacha pubescente, pero a pesar de su delgadez había cierta voluptuosidad en sus curvas, además, de su rostro emanaba cierta sensualidad que la delataba como mujer. Su presencia me había dejado tan anonadado que le había salvado la vida a Giovanni.
Mi desagradable compañía se enfureció al notar que mi atención estaba en otro lugar. De seguro sintió curiosidad al punto de darse la vuelta y buscar cuál era mi fuente de interés. Al ver a la chica sorbió su saliva emitiendo un sonido asqueroso «¡Válgame Dios!» dijo, al de seguro experimentar una impresión similar a la mía. Su actitud descarada volvió a enfurecerme.
-¡Claro! Espántala con esa cara de mico obeso que tienes.
Al darse cuenta que su actitud me molestaba, Giovanni se empeñó en observar con morbo a la recién llegada. Aproveché la oportunidad para levantarme del asiento no sin antes dejar un billete sobre la mesa.
-¡Que te aproveche, troglodita! -dije para despedirme.
-Adiós, amigo. No olvides cuidarte la espalda. -Esto último Giovanni lo dijo bajo, como para no ser obvio, pero lo suficientemente fuerte para que yo lo escuchara.
Pensé en retirarme a casa, pero la mujer del restaurante me había dejado pensativo. La calentura se apoderó de mí, así que me puse a hablar con otra chica morena que me encontré en la barra de un nuevo bar. La habían dejado plantada, así que fue presa fácil. Luego de convencerla para que fuéramos a mi casa la tomé de la mano y pasamos caminando afuera del restaurante donde me había encontrado con Giovanni. Le dije a mi acompañante que esperara un momento. No pude evitar la curiosidad de asomarme a verificar si la chica de los ojos claros de color café aún se hallaba allí. Me encontré con la sorpresa de que sí, y que además se había traslado a la mesa de mi enemigo para charlar con él. Verlos juntos me llenó de rabia.
Me alejé molesto, tirando de la chica morena que me había ligado. Al llegar al apartamento le di una follada de puta madre, cosa que se repitió varias veces el resto de la noche y por la mañana le ofrecí café y como no quiso la eché del lugar.
Las siguientes noches apenas pude dormir: juraba que podía escuchar un sonido proveniente del apartamento que estaba al lado del mío (el que parecía estar deshabitado y tenía una puerta sólida, como bóveda de banco, con otra encima a manera de reja) similar al de unas cadenas arrastrándose. Me preguntaba qué demonios hacían en ese lugar. El rumor a veces se tornaba desesperante. Pensé en ir a reclamarles a mis vecinos, sin importar quiénes o qué fueran, pero la razón por la que no lo hacía era que a veces sospechaba que todo era producto de mi imaginación. Temía que uno de los tornillos que me sostenía el chasis de la sesera se me estuviese aflojando más de la cuenta.
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Ánima Sola
HorrorAntonio Rodríguez, un guatemalteco que ha vivido la mayor parte de su vida en España, regresa a su país natal para cobrar una oportuna herencia que lo salva de la penuria. Sin embargo, mientras se va adaptando de una manera hedonista e irresponsable...