Relatos sobre la Tierra Media que te dejarán con muy buen sabor de boca. ¡Toma tú espada, colocate el yelmo y entra a este reino!
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"La seducción del emisario".
El carmín ardiente se abrió paso en medio de un campo de flores blancas y azules que formaban las tiendas, impuestas por el Heredero de Eärendil. Un hombre más ambicioso y ciego que nunca antes se vio entre los suyos.
Sauron acudió al llamado de Ar-Pharazôn. Apareció cual fantasma inesperado, como una leyenda y observó, orgulloso a cualquier hombre que lo recibió incrédulo y pasmado.
Sauron, en apariencia era tan temible como lo que gritaban los rumores de sus hazañas previas.
El Maia bajó de su torre y se presentó inclinándose frente a un segundo nacido. No había mayor humillación para él en ese entonces, pero conocía su posición y esto sería a su favor pues no podía combatir a los Dunedain.
-Los rumores no me dicen buenas cosas sobre ti. Amenazas a mi pueblo con tu meta existencia -dijo Ar-Pharazôn, altanero desde el trono que hubo levantado. Sus ojos se opacaron y en ellos se reflejó la figura de un Sauron dócil y sonriente.
-Esos dicen muchas cosas. Algunas ciertas y otras no tanto ¿como podría saber si soy una amenaza si no me ha probado? Ya conoce el egoísmo que vive en el oeste. -respondió el Maia con delicadeza y seguridad. Acrecentando la poca belleza que podía permanecer en él-. Pero aquí traigo la verdad; la que seguramente está buscando. Puedo hablarle de cosas que no ha conocido, de nuevas formas de aumentar su poder entre los suyos y otorgarle aquello que durante generaciones han buscado.
El Numenóreano guardó silencio. Observó a la poca gente que permanecía a su lado y los obligó a salir de sus aposentos. Una vez quedó en completa soledad con la herencia que Melkor había dejado, su corazón terminó por marchitarse y su oído resbaló en dulzura.
Se decidió por tomar al Maia como rehén. Una sola decisión que sin pensarlo correctamente, había guíado a su pueblo como un rebaño al matadero.
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