015;; Eonwe y Mairon

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En aquella amistad hubo un sólo testigo; El tiempo, siempre posó sus ojos en las horas libres donde un brillante y despampanante Mairon corría en busca de Eonwë

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En aquella amistad hubo un sólo testigo; El tiempo, siempre posó sus ojos en las horas libres donde un brillante y despampanante Mairon corría en busca de Eonwë.

Nadie sabía con exactitud cómo o el porqué de aquella relación.

El joven Mairon es tan flamante y severo como el mismísimo fuego de las forjas, decían los unos. Alto y divino es, comprensible como hermoso de igual nivel, se rumoreaba por todo Aman concerniente a Eonwë.

Algunos hacían apuestas y otros sólo disfrutaban de aquel dulzor que daba esa amistad por los buenos días.

El tiempo jamás cambió las palabras de amor y honor que intercambiaron ambos Maiar, el tiempo jamás logró remover los sentimientos de Eonwë, a pesar de todo aquello que hubo de suceder.

Entonces las risas se perdieron con el viento, los rumores dejaron de existir y las travesuras de Mairon ya no le chamuscaban los cabellos; la traición y odio, como terror y envidia, tiñieron todo Aman.

No hubieron más ocasiones en las que Eonwë se sentía tan relajado como antaño, pero en Sauron sí se acrecentó la ansiedad que antes era calmada por el de hebras platas.

Ahí, dentro de ese oscuro pozo, Sauron levantaba la vista a las estrellas. Odiaba a la Dama de ellas, pero sabía que de cierta forma, estas le conectaban con Eonwë.

Cuando la noche pintaba el cielo y Eonwë podía dejar de ser por un momento, la mano derecha de el rey de la Tierra Media; levantaba la mirada y dejaba escapar una débil risa, burlándose de lo cruel que fue el destino para su buen amigo, Mairon.

Salió de su habitación, y se dirigió al balcón de la misma.

—¿Recuerdas? Aquella vez que me espanté tanto porque sólo sacudíste mi cabello y te arrojé lejos de una patada... Buenos tiempos —dijo Eonwë llevándose la mano al corazón.

—¡Simplemente no puedo olvidarlo, pequeña rata! —carraspeo Mairon, vestido en su oscura armadura, y notablemente cansado en medio de la penumbra—. Esa estúpida patada dolió como los mil Balrogs.

Sus corazones se rehusaban torcerse un poco, ignorando sus principios y creencias, al igual como las ramas del sauce, pero también eran necios al pasado olvidar.

Sus corazones se rehusaban torcerse un poco, ignorando sus principios y creencias, al igual como las ramas del sauce, pero también eran necios al pasado olvidar

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