33. Ardió la pólvora

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Tiraron cohetes y la pólvora ardía dentro de nosotros mismos, engullendo y destrozando sentimientos que antes no abarcaban ni el mar y ahora se pueden coger con las manos, los pedazos desparramados por las esquinas de esta habitación hecha de dolor y tristeza, de paredes de cristal que se rompen con los gritos y las miradas que quiebran almas, de dos corazones partidos en dos mitades, ya no tan iguales.

Hubo tormenta, cayeron truenos y rayos y dormimos en camas distintas, con edredones distintos, con sufrimientos distintos, separados por el muro de hielo que construyó el orgullo al no pedir perdón, luchando contra la razón de un amor que valía más que cualquier discursión. Se contrajeron los músculos del vientre y se anudaba la garganta, brotaban las lágrimas que no caían por miedo a ser demasiado débil y la despedida pudo con ellos detrás de una puerta que se convirtió en espejo de dos manos en dos cuerpos distintos que se tocaban a la vez separados por cinco centímetros de angustia.

Empezaron las dudas y el alcohol en vena, las noches de humo y soledad acompañada de una vela en honor a nadie, una cena para dos con un solo cubierto, una canción de amor, un vals para bailar y una cama vacía que grita por dentro que vuelva. Por otra parte, empezó a olvidar, a creer que no necesitaba, a sentir que no necesitaba, se acostumbró a dormir solo, a preparar cenas solo, sin "para dos", a soñar despierto y a vivir dormido, empezó a morir de olvido.

Llegaron los arrepentimientos y los sentimientos enterrados bajo llave y tierra brotaron de nuevo por ser regados por tanta lágrima de sal. Uno de los dos ya no necesitaba al otro y aprendió a decir no.

Uno murió de amor, otro sobrevivió sin él.

Versos hechos de InsonmnioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora