II: El ying y el yang.

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El instituto Karasuno era de los pocos institutos que no tenían entrenadores abusivos.

El entrenador Ukai, quien había sido ascendido por su gran desempeño junto con su compañero, Ittetsu Takeda, ayudaba a los chicos, y aunque les pusiese mano dura y los reprendiera de vez en cuando, hacía las cosas por su bien, trabajando diario por enseñarles lo que él había aprendido con los años.

Pero ahora que las mafias manejaban los institutos, estaba más tenso que nunca. ¿Qué si había desarrollado afecto por los chicos? Por supuesto que lo había hecho. ¿Iba a decirles que temía por sus vidas? Jamás. No en esa vida, al menos.

Estaban en un simulacro. Los amigos de Ukai, que eran hijos fuera de regla al igual que él, se habían prestado para un entrenamiento. Eran soldados, y después de los veintiún años, tenían la opción de hacer vidas normales, y podían recibir "honores" por sus acciones en épocas pasadas.

Una vida normal significaba no tener más a sus compañeros.

No era una opción, al menos para ellos.

Usaban balas de salva, que lo máximo que haría era crearles un moretón al día siguiente, y unos con otros intentaban defender a sus compañeros.

Todos ya con las respiraciones agitadas intentaban mantenerse a salvo a ellos mismos y a sus compañeros, librando bien la batalla ambos bandos, pues aunque si habían peleado mano a mano, ninguno había usado sus balas aún.

"Son buenos." Dijo Ittetsu, reconociendo la mirada de su compañero. "Deja de darle vueltas."

Y casi lo hizo cuando, en un movimiento certero, Makoto estaba apuntándole a Kei. Y le hubiese disparado, pues esa era su total intención, cuando Tadashi lo empujó, recibiendo la bala entre las costillas.

"¡Maldita sea, Yamaguchi, lo hemos hablado mil veces!" maldijo Keinshin cubriéndose el rostro con las manos. "Ven, ven, vente para acá. ¡Ah, no, no puedes! Anda, dime por qué no puedes."

Yamaguchi bufó.

"Porque estoy muerto." Dijo, entre dientes.

"¡Los muertos no hablan!" continuó Ukai, molesto. "Tsukishima, ven acá." Dijo, levantándose.

El rubio se acercó sin reprochar, y Ukai le hizo la pregunta que había contestado mil veces.

"Tsukki, si tuvieses la opción de escapar de la muerte, aunque significase la muerte de tu compañero, ¿Qué elegirías?"

Kei rodó los ojos y suspiró.

"Vivir." Respondió, directo.

"Ya, pero es que ese es Tsukishima, no soy yo." Dijo Tadashi, tomando la liga negra que llevaba en la muñeca para recogerse el cabello que le tapaba la frente hacia atrás.

"No voy a tener esta conversación." Ukai se frotó las sienes, y suspiró. "Salgan de la simulación. Ambos, a las duchas."

Kei y Tadashi no se dirigieron siquiera una mirada.

Tadashi le debía la vida a Kei, y Kei lo sabía. No pretendía que dijese nada, nunca lo hacía, y él le agradecía por ello.

Se estaba quitando la playera cuando lo oyó carraspear.

"¿Qué?" dijo, tajante.

"Hoy..." hizo una pausa, como si quisiera que Tadashi se diese cuenta de lo difícil que era para él pronunciarlas, y lo hizo. Hizo un ademán con la cabeza, y Tsukki se irguió, para continuar. "Lo hiciste bien hoy. No me di cuenta cuando tuve a Makoto encima. Lo siento."

Asintió una vez más antes de terminar de desvestirse y entrar a una de las duchas.

Eran soldados, pero no de hierro. Yamaguchi lo confirmó cuando escuchó a Tsukki maldecir repetidas veces. Él no tenía que decirle a Tsukki que le dolía la respuesta que le daba al entrenador cada vez que le hacía esa pregunta, Tsukki lo oía en su voz tajante, y lo detestaba. Como el infierno que lo detestaba. Detestaba oír cómo su cómo su compañero no se rendía, detestaba saber que podría dar la vida por él y que cada vez le importaba menos el hecho de sacrificarse por él.

『 fighters ; haikyuu 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora