32. Nunca sentí algo así.

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Barbara trató de pensar con claridad pero cuando Tobías la besaba así, haciendo que su piel se erizara, simplemente no podía.

Sabía que tenía razón, ¿qué podría pasar si lo intentaban? Ella quería lo mismo que él, no lo podía negar. Pero tenía miedo. Miedo a que fuera una mentira, porque no podía creer que alguien como Tobías pudiera quererla. Era como una ley escrita, como tratar de convencer a alguien que puedes volar, o respirar bajo el agua.

Pero él lo había dicho y lo dijo de una manera tan creíble, que Barbara podría decir que sí a ciegas, pero era el miedo que no la dejaba, ¿y si era una broma, o solo una venganza? ¿Y si la dejaba después? Ella se lo merecía. Merecía que Tobías le hiciera eso porque sabía que ella le había hecho cosas peores. No podía quererlo después de tanto, ella era mala y él... él era la persona más dulce que conocía.

—Yo nunca había sentido algo así —le dijo ella, mientras se alejaba de sus labios. Era verdad. Nunca había sentido ese sentimiento de necesidad. Pero tampoco había sentido un miedo parecido, como si estuviera a punto de caer de un edificio enorme. —Yo te odio.

Esta vez quién rio fue él, pero ella se frustró aún más, quería que le dijera que lo odiaba.

—No, tu no me odias... te lo hubiese creído hace unos meses atrás, pero aunque tú no te des cuenta, me has demostrado que puedes llegar a quererme. —Le explicó despacio, como si hablara con una niña pequeña. —no me odias.

En su desesperación, Barbara se dejó caer en la cama y se cubrió con las cobijas y sabanas. Sabía que era infantil, pero se sentía desesperada y no sabía de qué otra forma actuar. Quería perderse en la cama, quería que las cobijas la salvaran de las palabras de Tobías.

—No quiero hablar de eso. —murmuro, con la voz apagada.

—Tenemos que hacerlo —insistió él. —Escucha, te propongo algo pero tienes que salir de ahí, por favor.

Espero que ella lo hiciera, pero ni siquiera se movió, estaba quieta, muy quieta.

—Puedo ir lento. —dijo derrotado, sabiendo que ella no se movería. —Podemos ir muy despacio, sé que piensas que estoy loco, yo también lo haría, porque tú y yo nunca nos llevamos bien pero quizá...

—Esta no es la típica historia, Tobías —lo interrumpió, saliendo de su escondite. —No salgas con la mierda esa de que nos llevábamos mal para ocultar nuestros sentimientos, porque sabes que nunca fue así, tu siempre me caíste mal.

—Lo sé, —le dijo mirando con una sonrisa el desastre que era su cabello, aun así le parecía adorable. —Tú me caías peor, y odiaba todo lo que hacías.

—Te odio desde que empezaste actuar como todo un amargado en los juegos —dijo ella retándolo, como si al recordarle pudiera hacer que su antigua relación de odio volviera. —Te estabas quejando demasiado y lo único que quería era divertirme, pero allí estabas tú, quejándote como mi madre...

— ¿Qué me dices de ti? ¡Estabas allí, fingiendo que no existía! Me trataste mal y luego simplemente me ignoraste.

—Estaba muy emocionada, ¿está bien? —le dijo en voz baja, como si le diera vergüenza recordarlo. —te iba a pedir disculpas hasta que empezaste a quejarte todo el día, y después, en el auto cuando se cayó mi chocolate encima, ardía como el infiero y tú no me ayudaste.

—Lo sé, y siento eso, es solo que la manera en la que actuabas... te daban todo, y tú ni siquiera tenías que decir por favor... —admitió. — no te toleraba. Pero perdón por reírme de ti y no ayudarte cuando se cayó tu chocolate.

—Eso ya no importa, Tobías... tampoco es como si eso fuera lo más grave —le recordó ella, abrazando sus piernas, —después fui horrible contigo.

—Creo que todo fue un mal entendido —la consoló él.

—No, no lo fue... te odiaba tanto —confesó. —Estaba tan celosa de ti.

— ¿Celoso de mí? —resopló. —Tú lo tenías todo.

— ¡Pero era una niña! —casi gritó ella. —Cuando llegaste diste la buena impresión que todo adulto ama: inteligente, educado, hablabas cuando era necesario y lo mejor; eras un niño, ¡lo que mi padre siempre quiso, un varón! —le explico ella con voz entrecortada. — Y eso no era todo, tus padres te amaban y pasaban tiempo contigo...te amaban y lo demostraban... por eso yo me burlaba de todo lo que no tenías. La cosas materiales... dinero —suspiro— no era que yo me sintiera más que tú por tenerlo, si no que eso era lo único que yo tenía y tu no.

Tobías no sabía que decir, su garganta estaba seca y su corazón latía dolorosamente, no podía imaginar a Barbara sintiéndose así.

—Yo podría tener dinero —continuó —, pero no el amor que te daban tus padres, Dios, ¡de verdad te odiaba por eso! ¿Qué te dice eso de mí? —le preguntó llorando de nuevo, parecía que habían abierto una llave y no podía cerrarla. Se sentía histérica, culpable. — Y luego, cuando tus padres murieron mis papás te dieron toda la atención a ti, ¡y se olvidaron de mí! Pasaba las noches llorando, rezando para que ellos me trataran como a ti —le recordó. — Pensé que eras consciente de que me estabas quitando a mis padres, que eras feliz y te juro que yo de verdad me alegre que ya no tuvieras a tus padres tampoco. ¡Era una persona horrible que disfrutaba que fueras huérfano!

Silencio. Lo único que escuchaba era como trataba de tranquilizar su voz para dejar de llorar.

Ante la confesión, Tobías no se molestó, sino todo lo contrario, se sintió culpable, era cierto y lo recordaba: sus padres pasaron mucho tiempo preocupados por él. Sin pensarlo, o quererlo, le había robado a sus padres.

Nunca la había entendió tan bien hasta ahora. Siempre creyó que Barbara era alguien que necesitara amor, y atención, pero nunca se le pasó por su mente que él había sido el culpable de que no lo recibiera.

—P-perdón y-yo... —tuvo que tragarse sus lágrimas. —Déjame devolverte lo que te falta... —le pidió, pero ella solo lloro más.

—Deja de tratarme bien, Tobías... —rogó. — ¿No entiendes? No es tu culpa, sino de mis padres, por no criar a su hija como es debido, y mía, por ser cruel... es todo lo que yo te he dado.

—Quizá yo lo merecía...

Esta vez Barbara fue la que se rio, tan seca y sarcástica que le erizo los vellos de su nuca.

— ¡Eras un niño, Tobías! —su voz era la misma, como si se odiara a ella misma. —No merecías que una niña viniera a recordarte que tus padres estaban muertos, yo...

—Escucha, cariño, sé que estas molesta, pero tú también eras una niña —se atrevió a pasar su mano por el brazo de ella, y lo acarició cuando no se apartó. —Te prometo que te perdono, y por favor... tú perdona todo lo que yo te hice.

Ella lo miro a los ojos y por un instante creyó que podía morir ahí. Quizá tenía razón, tal vez podía intentarlo. Sí él decía que la perdonaba, él también podía hacerlo.

—Te perdono —le dijo con su labio inferior temblando, tuvo que morderlo para después poder hablar. —Y p-podemos intentarlo... despacio.

Tobías sonrió, pero en vez de besarla, la rodeo con sus brazos hasta acomodarla en su pecho, y la abrazó tan fuerte que pensó que la podía quebrar.

—Iré lento, iré exactamente como tú me lo pidas. —prometió

¿Comprometidos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora