Narrador Omnisciente
—Hola —saludó.
—¡Aren! —exclamó eufórica, viéndolo de pie en la entrada.
—Eh.
Los monosílabos de su mejor amigo a menudo suelen inquietarla, más de lo que deberían. Aunque sean cercanos, por el momento, no ha sabido adaptarse a ellos. Incluso le cohíbe lo callado que suele llegar a ser. Pero no le sorprende porque la mayoría del tiempo es ella quien habla más de lo habitual y rompe los silencios que, sorprendentemente, no son para nada incómodos.
—No te quedes ahí. Entra, por favor —parloteó con alegría—. Me sorprende que estés aquí. ¡Creí que Einar no te agradaba! —chilló divertida.
—De hecho, no me agrada —afirmó, siguiéndola por el largo pasillo de la casa hacia la cocina—. ¿Qué? Pensé que te gustaba mi sinceridad —confesó cuando ambos detuvieron su andar.
El rostro de Lizzie cayó al suelo por la simpleza de aquellas palabras. Después de todo, la afilada lengua y los siseos de Aren generan cierta inconformidad en los demás. Debe admitirlo, se siente afortunada por tener un amigo como Aren a su lado, es más, a veces las situaciones llegan a ser un tanto divertidas.
Sin embargo, siempre lo ha dicho, hay que saber llevarlo para que se sienta cómodo y así pueda expresar sus «inquietudes». Si es que debe llamarlas de esa forma.
—¿Por qué? —cuestionó con una sonrisa comprensiva, quizás, ella es una afortunada por estar a su lado.
Él, con las manos en los bolsillos, ojeó la estancia antes de contemplar la mirada azul de su amistad.
No sabría cómo explicar aquella sensación desconcertante que tiene cuando se encuentra con él, Einar. El aroma que emana el hombre es terrible, es decir, el solo hecho de tenerlo cerca le genera náuseas y repudio. Tiene un aura peligrosa e intimidante, incluso su presencia es más fuerte que la de su madre y padre Alfas.
La sangre se percibe en el hombre de sonrisa reluciente y carácter vivaz, es decir, tiende a sentir sus emociones. Pero también, ya sea un don o una maldición, siente a flor de piel como a este le disgusta su presencia. Einar posee ojos asesinos. Él es alguien peligroso, incluso para un licántropo puro como él.
No obstante, le importa muy poco la presencia del mayor, lo único que ha sabido hacer es mantenerse neutral por Elizabeth. Jamás le haría daño a alguien que le importa a su amiga y menos a quien la ha salvado de aquel asqueroso orfanato, como ella le confesó aquella vez.
De todos modos, así su posición sea de una honesta indiferencia, no puede tolerar a un humano que huele a sangre de hombre lobo.
—No me agrada —concluyó.
—¿Eh? Deberías explayarte conmigo. Tú no eres comunicativo —enfatizó, picándole el pecho.
—Lo soy contigo —contraatacó, haciendo énfasis en sus palabras.
En un movimiento casi imperceptible para ella, agarró su muñeca deteniendo los suaves golpecitos en su pecho. Elevó una de las cejas antes de inclinarse a la chica, quien dio un paso hacia atrás por la cercanía que a veces es inevitable.
—¿Tú eres honesta conmigo? —cuestionó, haciéndola ruborizar.
Ella desvió la mirada con el sonrojo hasta las orejas.
—Tonto —farfulló—. No deberías acercarte a una chica de esa forma —explicó, deshaciendo el agarre del contrario—. ¡Basta de charla! Necesito merendar. Mis tripas están rugiendo —se quejó cuando aquel sonido irrumpió la conversación de ambos.
—Comes demasiado, Elizabeth —declaró en un tono tenue llamando la atención de la chica.
—Lo sé. Estoy creciendo y necesito los nutrientes necesarios para esculpir mi templo —manifestó mientras ve cómo él se sienta en un taburete junto a la isla.
Él se mantiene callado, observándola ir de un lado a otro, preparando las cosas para que ambos merienden. También pensó en las palabras de la chica, quien por lo visto con el pasar de los años se ha convertido en una mujer llamativa para él.
Son jóvenes, pero a pesar de no tener un cuerpo el cual envidiar la sencillez de Elizabeth le agrada y justamente ese punto le gustaría encontrar en su mate.
—No serás más alta. Tu estatura no va a cambiar, has dejado de crecer hace dos años —confesó siendo inocente.
Ella chilló.
¿Qué fue lo que dije?
—Así estás bien —corroboró con una sonrisa de lado para calmarla—. No te alarmes por cosas tan innecesarias, Elizabeth.
—Lo dice quién mide 1,89 centímetros —farfulló con los ojos en blanco.
Él se encogió en el lugar restándole importancia. Luego agradeció el emparedado de mermelada y la taza de café que ella hizo.
—Ahora, ¿qué ocurrió? —cuestionó una vez se sienta junto a él—. No me molesta que estés aquí, pero desde que nos conocemos solo me has visitado tres veces. Corrijo, cuatro.
Aren guardó silencio haciendo a un lado la merienda, tratando de divagar en sus pensamientos para no molestarla con su sufrimiento.
—No es nada, Elizabeth.
—No —susurró—. No me mientas, Aren.
—Entonces, tú no necesitas saberlo —dijo con simpleza, dándole un mordisco al emparedado.
Siempre lo haces cuando se trata de tus emociones, ¿por qué eres así, Aren?
Ella relamió sus labios teniendo un nudo en la garganta, quizás, está decepcionada con su compañero que se cierra por completo y trata de separarse poniendo un inmenso muro de hierro entre los dos.
—Oh... —murmuró observado su reflejo en el café.
Luego, no se atrevió, guardó silencio bebiendo de la taza mientras su mirada se pierde en los utensilios de cocina que a Einar le fascina coleccionar. Este es aficionado por la gastronomía y, por supuesto, tiene una mano excelente para los platillos.
Suspiró sonoramente recordando a ese hombre, quien una semana atrás partió a un viaje de negocios. Es la primera vez que ambos se separan luego de la adopción y, siendo honesta, siente la casa más vacía que nunca.
—Elizabeth.
—¿Qué?
—¿Puedo quedarme aquí?
No se percató del tiempo que había pasado hasta que observó su reloj.
¡Una hora!
Abrió de par en par los ojos antes de cerrarlos con fuerza y maldecir abiertamente, porque no tiene caso que murmure a un lado de él, ya que va a escucharla por su superoído desarrollado.
—No. No puedes —negó, juntando la vajilla que ambos usaron.
Pero la mano de Aren sobre la de Elizabeth la detuvo, la misma quedó perpleja e incómoda gracias a los ojos penetrantes que él tiene.
—Por favor —susurró, enseñándole su mirada de cachorro mojado.
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Sangre de Lobo © BORRADOR
WerewolfEl sufrimiento de Aren no se detiene, ni mucho menos la oscuridad que rodea su cuerpo cada vez que es golpeado. Desde muy pequeño demostró ser alguien de pocas palabras, pero con un corazón bondadoso a pesar de lo vivido. El abuso que sufre a menudo...