Narrador Omnisciente
—¡Lizzie!
La puerta es azotada por Einar, quien, abatido por la situación, ingresó a la habitación del hospital sin tener el consentimiento de las enfermeras. Los gritos de las mujeres se escucharon por el piso, los cuales llamaron la atención de las personas a su alrededor.
En cambio, el rostro de Elizabeth detonó confusión por la repentina situación que se resume en ver cómo su tutor se está preparando para hacer un drama. Así que, no lo pensó dos veces, solo se recostó en la camilla con una mueca de desconcierto y se cubrió el rostro con la almohada blanca, seguido de gritar, chillar tan fuerte que ni siquiera los lloriqueos de Einar logren abrumarla.
Esto no podría ser peor.
Elizabeth se descubrió para poder observar la expresión de pánico de Einar, quien le habla con los ojos cristalizados y, aparentemente, oye cómo ella responde que está bien. Sin embargo, se siente humillada por no haber sido capaz de ayudar a su mejor amigo.
Ella declaró en pensamiento que no es fuerza, no es voluntad y, por último, no es nadie para Aren.
¿Qué está cambiando entre nosotros?
(...)
Las gotas de sudor se deslizan por la piel tersa del contrario y la sangre cubre gran parte de las heridas que le han hecho. De todos modos, ya nada puede lastimarlo porque hace mucho tiempo ha dejado de sentir, ni siquiera la plata es capaz de envenenarlo, como la razón de alejarse de Elizabeth.
Si sigo con ella tarde o temprano, esto volverá a ocurrir.
Pensó.
Se recostó en la pared del inmenso sótano de su hogar.
—Estoy cansado —suspiró.
Los muros son fríos y el panorama es oscuro, a penas ingresa luz por las rendijas. Es un lugar húmedo y agobiante por su exagerada extensión, pero personalmente para Aren ya no es así porque conoce de un extremo a otro el laberinto del lugar. Es decir, cuando era pequeño tenía mucho miedo de vagar por ellos porque la manada encierra, en los laberintos subterráneos de la ciudad que conectan con su hogar, a los lobos más peligrosos.
Los criminales son feroces, incluso no logran ser capaces de reconocer lo que está bien o mal, ya que actúan acorde a sus instintos asesinos sin importar las consecuencias.
Sin embargo, eso ya no le interesa porque prefiere toparse con las garras de desconocidos que han tratado de matarlo en innumerables ocasiones a tener el rostro de su padre enfrente. Ese hombre, licántropo y monstruo, terminó por destruirlo por ser alguien diferente.
Lo siento. No puedo protegerte, Elizabeth.
Los ojos de Aren se cristalizaron, llenándose de lágrimas, las cuales empezaron a caer por su rostro. Por esa misma razón golpeó con todas sus fuerzas el suelo, ni siquiera le importa hacerse daño porque es más doloroso estar lejos de ella.
«Eres alguien patético».
—¡Cierra la boca! —rugió con fuerza, golpeándose la cabeza para ya no oírlo más.
Esa voz es la sombra que no apareció en el ritual de los licántropos a fin de enseñarles a todos quién iba a ser. Solo es la bestia que convierte sus días en infiernos y lo arrastra lejos de su verdadero hogar. La manada lo ha humillado, por eso, por ser alguien «débil».
«No hagas oídos sordos cuando ambos sabemos que esa humana no es esencial para nosotros».
Las palabras de la bestia hicieron que Aren guarde silencio y así el deseo de hablar se hiciera presente, no puede emitir una palabra. El nudo que nació en su garganta le anuló los sentidos y la rabia que sigue consumiendo su alma cada vez se presenta con más frecuencia.
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Sangre de Lobo © BORRADOR
Hombres LoboEl sufrimiento de Aren no se detiene, ni mucho menos la oscuridad que rodea su cuerpo cada vez que es golpeado. Desde muy pequeño demostró ser alguien de pocas palabras, pero con un corazón bondadoso a pesar de lo vivido. El abuso que sufre a menudo...