Capítulo 11

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Narrador Omnisciente

—Aren... —balbuceó.

En ese momento, el rostro del recién nombrado, se despegó automáticamente de las sábanas de la camilla para encontrarse con los ojos entrecerrados de  Elizabeth y, como de costumbre, ella le enseñó su mejor sonrisa. Por lo que, sin previo aviso, la vista de Aren se cristalizó por el hecho de retener las lágrimas.

Él se ocultó, volviendo a su anterior posición, y oprimió con fuerza los labios para tratar de reprimir su voz temblorosa.

¿Por qué sonríes? Yo soy quien te hirió.

Los pensamientos lo han perturbado desde hace días, incluso llegó a creer que ella jamás despertaría y ese simple pensamiento lo arrastró a un abismo de emociones. Él ni siquiera debería suponer perderla, ya que también lo haría consigo mismo y sería una completa catástrofe para todos.

—Lo siento... —sollozó.

Largó con tanta potencia el llanto que tenía en la garganta que sorprendió a Elizabeth, quien desvió la mirada de Aren por su dolor.

Él, a toda costa, intentó ocultarse a fin de no sentirse avergonzado por sus acciones que la pusieron en peligro.

Le encantaría volver el tiempo atrás para no haber vivido una vida miserable repleta de maltrato, es más, a día de hoy sigue viendo a Elizabeth con la esperanza de convertirse en un humano como ella. Alguien con tanta luz para poder cegarla e iluminar sus días grises.

—¿Por qué...? —suspiró antes de mover la cabeza de un lado a otro—. Tú estás bien —declaró en un tono tenue, palpando con sutileza su melena oscura. Acción que lo tomó por sorpresa. —Ya no llores, Aren. Te verás fatal —soltó, evadiendo la carcajada.

Se removió con cuidado en el momento que le faltó el aire, siendo algo doloroso tratar de soltar la risa, llamando la atención del chico que se puso de pie para asistirla.

—¿Estás bien? —chilló alarmado.

Elizabeth se quedó en silencio, ni siquiera pudo pensar con claridad cuando se topó con aquellos ojos que brillan gracias a las lágrimas.

No estoy bien.

—¡Claro qué no! —gritó con fuerza. Se aferró a los brazos trabajados de su compañero—. ¡¿Qué demonios pretendías?! ¿Por qué...? ¿Por qué dejaste que ese bastardo tome el control? —cuestionó furiosa, frunciendo el ceño a más no poder en el momento que su amigo no hacía más que quedarse mudo—. ¡Aren!

Su voz se ahogó, pero no puede evitar ser apasionada cuando sus emociones están golpeándole el corazón.

Di algo, por favor.

Rogó en silencio.

—Tú estabas en peligro... —respondió en un balbuceo agarrando por la cintura a la chica, quien quedó en blanco por sus palabras—. No quiero perderte, Lizzie —murmuró, en un hilo de voz, acurrucándose en su pecho.

El sonido de las palpitaciones de Elizabeth le generaron calma, porque es una dulce melodía que le encantaría oír para siempre.

—Aren... —llamó. Este elevó la mirada. —Yo tampoco quiero perderte, pero debemos ser honestos y, sin importar qué, yo también haré lo que sea necesario para estar aquí —confesó rodeando por el cuello al chico—. No vuelvas a hacer una locura como esa o voy a enfadarme —musitó, besando su coronilla con cariño, frotando el mentón en aquella hermosa cabellera lacia.

Él no dijo nada, prefirió el silencio para no abrumar a la chica que recién despertaba de una larga siesta. Es decir, no quiere ser histérico, pero ella había estado cuatrodías inconsciente y, honestamente, fueron los cuatrodías más largos de su vida. Además, no fue fácil llamar a su tutor con el objetivo de decirle lo que había ocurrido, este solo se refirió a él como «chico» en un tono sombrío y despiadado.

Él va a matarme.

—Llamé a Einar —informó, tomándola por sorpresa.

—¿Ah? —chilló alarmada, separándose de su amigo—. Debo suponer que no dijo nada bueno... —murmuró para sí misma estrujándose el entrecejo—. Si así fue, voy a disculparme contigo. No deberías hacerle caso porque a veces es un poco paranoico —trató de apaciguar las aguas.

—No me interesa lo que llegue a pensar de mí —respondió desganado, arrebatándole una mueca—. Él no me importa —confesó seguido de sentir los brazos de la menor aferrarse a él.

—¡Eres tan romántico! No digas esas cosas que me voy a sonrojar —parloteó divertida restregando su mejilla con la contraria, haciendo que él empiece a comportarse como un cachorro.

—Irritante —musitó siendo sacudido por ella, aun así, no se negó a las acciones de la chica.

Mentira.

—Ya, ya, ya —tarareó antes de estrujarle las mejillas y palmearlas con una sonrisa—. ¿Cómo están los demás? Félix estaba muy herido. Además, tenemos que agradecerles porque fueron ellos quienes se ofrecieron a ayudar —comentó preocupada, haciendo rodar los ojos de su amigo—. ¡Eh! —retó gracias a ese gesto desinteresado.

—No somos humanos, Elizabeth —recordó, picándole con fuerza la nariz—. No tengo que disculparme con ellos porque su deber es protegerme —explicó antes de recibir un manotazo en la cabeza.

—¡No seas así! —exclamó.

—¡¿Por qué me golpeaste?! —estalló indignado, por primera vez, elevando la voz.

—No estás obligado a seguir las reglas de la manada, Aren. Tú no eres así —respondió desviando la mirada—. Ese hombre no tiene razón —sentenció—. He oído que tu padre es muy estricto con los demás, pero no por eso hay necesidad de seguir su camino —balbuceó dejándolo helado, siendo determinada con sus palabras—. No cuando deseas ser un líder ejemplar —murmuró viendo por la ventana.

Hoy es un bonito día.

Los labios de Elizabeth se curvaron, los cuales no pasaron desapercibidos por Aren, quien cerró los ojos y se encogió en el lugar para reprimirse. Su lobo empezaba a martirizarlo por dentro. Se mordió con fuerza el labio inferior, lastimándose a sí mismo para no cometer una estupidez enfrente de su compañera. Deseaba tanto decirle lo que sentía y quería hacer cada vez que la veía.

Va a llover.

Insistió.

—En el futuro, sí, no rompes las reglas, seguirás el destino de ese hombre y no quieres eso para ti —musitó siendo dulce—. No lo he visto, por lo que no puedo juzgarlo con exactitud. Pero las voces de los licántropos están por todas partes... —suspiró volteando a verlo—. Tú eres magia, al contrario que tu padre, yo quiero que veas lo que tienes y que los demás sean capaces de contemplarte —confesó con una sonrisa de dolor.

No sabe por cuánto tiempo ha oído lo que el miedo ha causado en esas personas, pero a juzgar por sus palabras temblorosas y tonos sumamente bajos al hablar de ese hombre puede comprender por qué Aren es de esa manera.

No obstante, el silencio reinó entre ellos, sepultándolos sin ninguna consideración y haciendo obvia la perturbación de su amigo. Elizabeth, por primera vez, se había topado con la debilidad de su compañero, su padre. Ella se relamió los labios antes de tratar de rozar sus manos a fin de trasmitirle calor, aun así, él solo se volteó en el lugar para marcharse.

—Ya veo —suspiró, entristecida, observando la puerta—. Ahora sé más de ti, Aren.

Espero que mis sospechas no sean ciertas.

Tiene en mente muchos sucesos, los mismos le dan dolores de cabeza. De todos modos, su visión aún se encuentra en el momento que se encontró con el cuerpo arruinado de su mejor amigo. Es decir, solo un monstruo lo suficientemente inhumano le haría algo así a alguien más.

En ese instante comprendió la negativa de Aren a ser visto por los demás o a verse al espejo, ni siquiera la acción de mirarse a sí mismo en una foto le generaba satisfacción.

Él cree que es alguien sucio por no ser como los demás y eso le duele más a ella que debe soportar su negativa.

—¿Por qué no rompes las reglas...?

¿Qué hizo ese hombre contigo?

Las cicatrices que Aren ocultaba con tanto esmero empezaron a tener forma en la mente de todos, las cuales poseían un nombre, Adalsteinn, y él cargaba con un peso inhumano, el ser igual que su padre.

Sangre de Lobo © BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora