Capítulo 10

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Narrador Omnisciente

El sonido de pasos es lo único que invade su mente en medio de aquel pasillo desolado. Las luces titilan ante su presencia y las miradas repletas de prejuicios no lo dejan asimilar los acontecimientos que acaba de vivir.

—Elizabeth... —murmuró en hilo de voz—. Perdóname, Lizzie... —sollozó en silencio.

El rocío humedecía su pantalón rasgado mientras cargaba a su amiga hacia el hospital y no hubo momento en donde las lágrimas no cayeran por sus mejillas pálidas. Le rogó a su diosa, Luna, que proteja a su compañera mientras su corazón palpitaba con fuerza al ver sus recuerdos pasar enfrente de sus ojos.

—L-Llévala antes de que pierda más sangre... —declaró con esfuerzo, el chico de mirada esmeralda al volver a su forma humana—. Llévala o vas a perderla, Aren.

—Estás herido —balbuceó.

En ese momento no sabía qué deberían ver sus ojos, pero la sangre que bañaba sus cuerpos lo hacía temblar. Es decir, ver a su mejor amiga envuelta en heridas le produjo ansiedad, también no saber qué ocurrió con exactitud le generó pánico.

¿Yo lo hice?

La mirada azulada de Aren se perdía en el bosque cuando aún seguía sintiendo la agonía de verla caer enfrente de sus ojos. Es más, no comprende cómo fue capaz de volver en sí, pero a manera de un vago recuerdo, las súplicas de su compañera se oyeron a la lejanía mientras dormía. Su cuerpo inmóvil no le permitía estar consciente, pero en el momento que la voz de Elizabeth se volvía más clara su corazón empezó a palpitar con más fuerza.

—¡Aren!

No solo bajó la mirada, sintiéndose asustado, sino que enseñó su rostro embargado en lágrimas a alguien que jamás lo ha visto expresar emociones.

Perdóname, Elizabeth.

Pensó.

—¡Ayúdenme! —gritó.

La voz de Aren se escuchó por todo el hospital, siendo capaz, sin querer, de oírse como aquel hombre que tanto aborrece.

Las enfermeras voltearon horrorizadas, al igual que todos aquellos en la recepción que veían a ese chico, hijo mayor del Alfa, herido a más no poder con una humana en brazos.

—Colóquela en la camilla, joven —habló un hombre, acercándose con su equipo dispuesto a asistir a la chica.

Sin embargos, él no quería dejarla ir, sus manos se aferraron con fuerza a la piel de Elizabeth. Siendo un consuelo, el hecho de poder sentirla lo obligó a correrla de la vista de los presentes.

Él tiene miedo porque no desea alejarla. Ella siempre estuvo ahí.

—Debe calmarse, joven. Su compañera perdió mucha sangre y si no hacemos algo ahora no podremos ayudar. Ese es nuestro deber como médicos de su manada —manifestó en un tono tenue, acercándose al chico, quien lo observó a los ojos con terror.

—Se lo ruego —balbuceó con un nudo en la garganta—. Mi compañera necesita de su ayuda, por favor —murmuró siendo capaz de calmar la ferocidad de sus latidos.

No vas a dominarme. No pienses que voy a dejártela fácil. No cuando lastimaste a Elizabeth.

Las manos del joven se aferran a su cabello oscuro mientras se deshace por los hechos que fue incapaz de controlar.

—Todo se me ha escapado de las manos... —suspiró, limpiándose las lágrimas—. No pude protegerte, Elizabeth.

Sin embargo, abrió los ojos de par en par, volteó con asombro cuando la presencia de aquel licántropo empezó a invadir el hospital. La piel se le erizó, viendo que todos agachaban sus cabezas para recibir al único hombre lobo que desborda pavor. Su padre, Adalsteinn, había llegado con aquellos sujetos cubriendo su espalda.

Sangre de Lobo © BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora