Elizabeth Hoffman
—Hola, Elizabeth.
Mi visión recorre a Bennett, Félix y Trevor, quienes al parecer compraron globos y chocolates de camino a la visita. Les sonreí con adoración, sintiendo los brazos de los tres luego de haber extendido los míos en su dirección.
—No sabíamos qué te gustaba —murmuró Bennett, enseñándome las cajas de chocolate—. Así que fue una compra variada.
—No se preocupen por mí —reí, recibiendo los dulces para abrirlos y ofrecerlos—. ¿Gustan o los hombres lobo son solo carnívoros? —me burlé en una carcajada, por lo que ellos refunfuñaron.
—Eres un asco haciendo chistes —murmuró Félix, rodando sus orbes, agarrando uno de los chocolates—. ¿Cómo te sientes? —cuestionó, ojeando el vendaje que tienen mi muñeca y mano.
—Según los médicos, perdí mucha sangre de camino al hospital. También, tuve suerte de que ese licántropo se haya contenido, porque si no no tendría brazo... —susurré, por lo bajo—. Gracias.
—No tienes que agradecernos, Elizabeth.
Observé a Trevor curiosa, porque recuerdo que Bennettdijo que iban a ser castigados por su Alfa, Adalsteinn.
—¿Por qué Bennettdijo...? —no pude continuar.
—Los licántropos del exterior no pueden tener contacto con los prisioneros —comunicó Félix—. Ni siquiera se nos permite acercarnos a las rendijas que están en el exterior, ya que podría ser peligroso —hizo una pausa—. De todos modos, nuestro Alfa decidió hacer una excepción porque los humanos no están al tanto de las prisiones subterráneas de la manada. Por ende, está claro que tarde o temprano iba a ocurrir un incidente como este.
No sé qué decir, ¿una prisión bajo tierra? ¡Qué locura!
—Es un tanto curiosa la situación —reí, haciendo una mueca—. Así que, supongo que debo estar tranquila, ¿no es así? —pregunté, sintiéndome confusa—. Quiero decir, ustedes no van a recibir un castigo, ¿no?
—¡No! ¡No! ¡No! —parloteó Bennett, por lo que suspiré aliviada.
Un cargo de consciencia menos.
—Pero, la mala noticia, tendrás que... —levanté la mano deteniendo a Trevor, ya que no quiero pasar por más dolores de cabeza.
—El destino tendrá que sorprenderme, porque no voy a escuchar más nada —declaré con resignación.
He tenido tantos problemas que, esta vez, no me interesa saber más respecto a mi accidente. Quiero decir, solo deseo ponerle un poco de color a mi vida, pero está siendo un tanto difícil hacerlo o al menos vivir de manera despreocupada.
Ya agoté todas las energías positivas que tenía, por lo que no voy a amargarme. ¿Saben qué? Que fluya.
No obstante, a pesar de haberme desligado de un problema, sé que tengo uno gigante en casa con Einar. Él ha sido comprensivo, ni siquiera se quejó cuando esto ocurrió, pero sé que le cuesta contenerse porque realmente quiere matar a todos.
Bufé, soplando algunos cabellos que están sobre el rostro.
—Al menos tendré un bonito recuerdo de nuestras caminatas —musité siendo sarcástica, quizá, cansada de que siempre me ocurra algo.
—Sé positiva, Elizabeth. Al menos tienes los dos brazos —siseó Félix, por lo que lo fulminé con la mirada.
—Eres un asco —escupí molesta, haciendo un mohín—. No tienes sentido del humor.
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Sangre de Lobo © BORRADOR
WilkołakiEl sufrimiento de Aren no se detiene, ni mucho menos la oscuridad que rodea su cuerpo cada vez que es golpeado. Desde muy pequeño demostró ser alguien de pocas palabras, pero con un corazón bondadoso a pesar de lo vivido. El abuso que sufre a menudo...