Capítulo 05

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Narrador Omnisciente

—¡Dormirás aquí!

—No. No quiero.

La cabeza de Aren se agitó de un lado a otro, mostrándose reacio a seguir las órdenes de su compañera.

En cambio, Lizzie frunció con rudeza el ceño ante la actitud infantil de su mejor amigo. Suspiró. Posó las manos a cada lado de la cadera, observándolo con reproche.

—La cama de Einar no muerde, Aren —susurró abrumada caminando hacia él—. ¿Qué ocurre?

—Su olor —suspiró desganado—. Su aroma me disgusta —confesó haciéndole poner los ojos en blanco.

—¡No puede ser! Eres como un cachorro caprichoso —farfulló, llevándose una mano hacia el puente de la nariz—. Tonto.

—¿Estás enojada? —preguntó curioso.

No escuchó una respuesta por parte de Elizabeth, por lo que sin cuestionárselo dos veces agarró del suelo la almohada que ella dejó caer y la puso bajo su brazo. Sonrió desvelando sus hoyuelos antes de voltearse y caminar hacia el lugar donde el aroma de Lizzie se hace más embriagador.

Su nariz se arrugó como la de un conejo al olfatear y sentirse pleno cuando poso la mano en el pomo de la puerta blanca. Y la mirada de Lizzie vaciló al percatarse de todos aquellos movimientos por parte de su amigo.

¿En serio piensa dormir en mi cuarto?

Elevó una de las cejas y curiosa se acercó al chico para observar cada uno de sus movimientos. Siendo honesta consigo misma, le parece extraña la situación, pero tratándose de Aren no le importa. Él siempre ha tenido un apego incondicional hacia su persona, él es como un pollito intentando ocultarse detrás de ella cuando se siente presionado, lo cual es gracioso porque el hombre lobo es él.

—¿Te agrada mi habitación? —cuestionó, observando cómo su cuerpo quedó en pausa.

—Sí, pero no voy a pasar hasta que me lo digas. Lo siento —musitó volteando a verla, a lo que Lizzie se sonrojó por la pena.

—¿Eh? No tienes que disculparte, Aren. Puedes pasar, yo no voy a enojarme contigo. ¡Adelante! Eres bienvenido —tarareó, posándose entre la puerta y él.

Los nervios de Lizzie fueron captados por los sentidos de Aren, porque su aroma se intensificó de tal manera que él no pudo evitar olerla y suspirar.

—¡Te presentó mi cueva! —exclamó, abriendo la puerta para que ambos entraran.

Él se notó complacido al contemplar su pequeño dormitorio.

—Me gusta. Me gustan los colores de Elizabeth —confesó, encontrándose con aquellas tonalidades de verde que adornan la habitación, sin dejar de lado el blanco que le da una vista más limpia del lugar—. Eres como la naturaleza —canturreó siendo dulce, caminando hacia la cama de una plaza para lanzarse a ella.

La acción de Aren llamó tanto la atención de Elizabeth que por unos segundos se vio obligada a contemplarlo. El color pálido del rostro de Aren se iluminó por la felicidad como si hubiese llegado a casa luego de mucho tiempo.

Eres un niño.

Suspiró.

Debe admitirlo, ver a Aren acurrucarse en su cama, la enternece. También tiene que confesar que se siente agradecida por contemplar los gestos adorables de su compañero.

Bendito seas, Aren.

—¡Hazme un espacio!

La noche había caído.

Aren se encuentra despierto en una posición recta y boca arriba, ya que la cama es estrecha para ambos. Además, su sueño se vio afectado por los murmullos de Elizabeth, que se encuentra tendida encima de su cuerpo. Aunque el hecho de tenerla sobre él no le molesta, pero es incómoda la posición de la chica.

Él solo puede apreciar los cabellos chocolate de su compañera, ya que la cabeza de Elizabeth está encima de su pecho, y sus pequeños brazos tratan de rodearlo, pero es en vano. Aun así, ese no es el problema, el hecho de que la pierna de su compañera se mueva sobre su intimidad alterando a su lobo hace que se cubra con sus manos para que ella no lo perturbe.

Se siente avergonzad debido a que su pecho está ardiendo, pero molesto porque su bestia quiere hacerse con él y lastimar a Elizabeth. Acción que no va a permitir y jamás se lo perdonaría si así sucediera.

—Lizzie —llamó, por séptima vez en la noche.

De todos modos, la tranquilidad de la chica logró descolocarlo, más cuando sabe que es una persona de sueño profundo.

Eres insoportable.

Pensó.

Intentó acomodarse para sentarse, siendo cuidadoso con el objetivo de que la chica no se despierte debido a sus movimientos. No obstante, en el accionar no pudo evitar divertirse, ver cómo ella trata de acurrucarse a su lado, le enternece, más cuando una inconsciente Elizabeth intenta aferrarse a su cuerpo a fin de no dejarlo ir.

—Elizabeth.

Se las arregló para contemplarla en silencio, acomodándose en el borde de la cama, apoyó el codo en las colchas y recargó el mentón en la palma de la mano. La comisura de sus labios se afiló al divisar las imperceptibles pecas en el rostro de su compañera. Las pestañas voluptuosas que decoran su preciosa mirada, de hecho, le encantaría acariciarlas, al igual que sus labios gruesos de color rosado.

Respiró con pesadez.

El pecho de Aren se infló inhalando el aroma característico de Elizabeth, «ciruela y flor de vainilla», que logra persuadirlo, quizás, porque ella desde un principio decidió verlo a él. A partir de que se conocieron ha sido vivaz y encantadora, y, a veces, un tanto arrebatada cuando no logra controlar sus emociones.

La mirada lobuna, del ser solitario, se suavizó al contemplar las facciones tranquilas de la humana que se encuentra a su lado, por lo que su naturaleza le genera proteger al pequeño ser.

La adolescente que yace junto a él es el pilar que lo sostuvo de haber caído en innumerables ocasiones. Elizabeth es la luz que necesitaba en aquel camino oscuro y doloroso; es el aire que goza respirar al estar abrumado y también es la voz que le endulza los oídos.

Él se siente afortunado por tener a alguien como ella a su lado, porque desde que nació no ha hecho más que conocer el dolor.

—Are....

El mismo cuerpo ajeno reaccionó a ese suspiro encantador.

A tan solo unos centímetros del cuello de Elizabeth, Aren por instinto inhaló el aroma de su compañera, rozando la punta de la nariz con la piel contraria. Sintiéndose curioso por pensar en el sabor de la sangre de la chica que duerme a su lado, deseando desde lo más profundo de su alma «marcarla».

—¿Por qué no me rechazas como los demás, Elizabeth? —murmuró con la voz ronca.

Sin embargo, se vio obligado a volver a la realidad saliendo del trance en el que había caído con tanta facilidad. Agudizó sus sentidos, percatándose de pisadas apresuradas a unos cuantos metros de la casa de la chica, por lo que se apartó de la cama enfatizando sus dones lobunos.

El sonido del bosque y de los animales nocturnos, la brisa del viento golpeando la ventana de la habitación y las hojas crujir bajo aquellas botas que pisan con fuerza provocaron en Aren una reacción instantánea.

—Se dirige hacia aquí —murmuró consternado, observando de reojo a su compañera.

El corazón del hombre lobo empezó a bombear sangre con ferocidad.

Sangre de Lobo © BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora