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Aquella noche Hugo durmió más bien poco pero era algo que ya tenía asumido que iba a ser así. Aún así a las ocho de la mañana se encontraba en la estación de Sants para coger un tren dirección Córdoba. La cabeza le daba vueltas y no sabía si eran los efectos del alcohol que aún hacían estragos en su cuerpo o si su corazón seguía igual de perdido que hacía veinticuatro horas. Era probable que fueran ambas cosas porque, por mucho que intentara olvidar con alcohol y con otras mujeres, la chica de la peca seguía en su mente y en su corazón. Siempre había sido ella, desde la primera vez que la vio hacía diez años. Siempre había sido ella, incluso cuando besaba a otra persona. Siempre había sido ella, aunque intentara alejarla.

Se enterró en la capucha de su sudadera e intentó dormir gran parte del viaje en tren. Estaba cansado y necesitaba recuperar fuerzas. Además de que necesitaba desconectar de todo lo que estaba pasando en su vida. Y, la verdad es que lo consiguió: Hugo durmió las cinco horas que duraba el viaje y se bajó, algo somnoliento, en la estación de Córdoba. Sonrió al salir al exterior y ver su ciudad. Cerró los ojos y dejó que la brisa de febrero lo envolviera por completo. Hacía frío y, por supuesto, se arrepintió de no haberse abrigado más. Pero lo importante era que ya estaba allí y que había puesto unos cuantos kilómetros entre él y Ana Julieta.

*

Corría el último día de febrero y hacía semanas que el chico rubio de los ojos nácar se marchó sin decir adiós. Semanas que pasaron sin pena ni gloria para ambos. Anaju en Barcelona, Hugo en Córdoba. Separados pero pensándose en todo momento. Quizá el problema más grande que tenían era que ninguno de los dos tenía el suficiente valor para coger el teléfono y llamar al otro. Ambos se concentraban en el trabajo e intentaban distraerse con cualquier cosa que encontraran. Para Ana Julieta era ayudar a Flavio a preparar sus conciertos en pequeño formato, para Hugo era componer canciones a todas horas del día.

Ana Julieta se quedó un rato más en las oficinas de GestMusic cuando acabó el reparto de temas y la toma de tonos. Estaba ultimando los detalles sobre las maquetas que los concursantes iban a necesitar aquella semana. Ya habían pasado siete semanas desde que el concurso había empezado y la morena se dio cuenta de que el tiempo no esperaba para nadie, nunca. Flavio la había puesto sobreaviso de que se marcharía por su cuenta puesto que tenía el ensayo general de su concierto que era al día siguiente. Miró el reloj que marcaba las seis y media mientras apagaba el ordenador y se dirigió a paso lento hacia las afueras del recinto. Era la última, como casi siempre desde hacía unas cuantas semanas, pero no le importaba. Se despidió de la recepcionista y del guardia de seguridad una vez en la puerta y salió al exterior. El frío sacudió su cuerpo e intentó abrigarse con el pañuelo que llevaba al cuello. A veintiocho de febrero hacía fresco, aunque siempre podía ser mucho peor. Caminó con parsimonia sumida en sus pensamientos sin apenas darse cuenta de que había un par de ojos nácar que la observaban atentamente.

- ¿Ya te vas? - preguntó una voz que ella conocía perfectamente.

- ¿Hugo? - preguntó ella incrédula. - ¿Qué haces aquí? - se le escapó una sonrisa tímida.

- Esperarte - respondió el chico dándole una última calada a su cigarro antes de apagarlo en el suelo. - ¿No es obvio?

- Pues no - Anajú se encogió de hombros. Su último encuentro aún la atormentaba.

- Vengo en son de paz a pedirte que vayamos a tomarnos una cerveza juntos. - dijo él acercándose a ella. - ¿Te hace? - la morena se lo pensó un momento antes de contestar.

- Hugo...

- Vamos, Ana Julieta, no seas así. - imploró él. - ¿No te alegra ver a un viejo amigo?

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