La sala de justicia (Parte uno)
Las tinieblas se arremolinaban alrededor en una danza morbosa dejando estelas de polvo y abandono. A lo lejos se escuchaban los gritos de una mujer que rogaban por misericordia ¡No me pegues por favor! ¡Soy una buena esposa, no me pegues! Casi instantáneamente se apagaron los gritos para dar paso a un espectáculo sírquense lleno de luces que irritaban los ojos y payasos sonrientes con maquillaje que era más vulgar que gracioso, disparaban risotadas agudas como de una grabadora anticuada que rodeaban a un niño macilento que lloraba —¡Me dan miedo los payasos! —Miren todos, él bebe está llorando porque nos tiene miedo, somos aterradores, ¡Ja! —Grito el payaso mientras su cabeza se inflaba cada vez más y más arrugando su maquillaje y dejando lucir cada imperfección de su cara. —Miradme a los ojos y veras tú propio reflejo bebe llorón.
—Hola, me preguntaba si... podría besarte. —Preguntó un rostro congestionado de ternura y timidez, aguardando la respuesta de un chico sombrío que hace unos momentos estaba ensimismado en sus pensamientos desde la esquina de un salón de clases.
— ¿Pero de que hablas? —Preguntó a la pregunta.
—Estoy jugando a los retos con mis amigos y vaya que son pesados pero... no pienso perder, además... creo que podría gustarte. —Se insinuó acercando ese rostro de ternura, que a ojos del chico se iban haciendo más evidentes sus defectos, era esa ternura corroída por la hipocresía.
Sus labios llegaron a tocarse. La chica estaba equivocada, no, para nada, no se sentía como algo que podría gustarle, solo se sintió un disgusto, sus labios no tenían el sabor dulce del que tanto relatan las historias de amor, tenían el sabor de la soledad, el rubor que se incidió sobre el sombrío varón no correspondía al romance, correspondía a la sangre, una sangre fría.
Mientras la estatua de un alma rota se petrificaba frente a un inocente beso, los compañeros de clase aplaudían como si la chica hubiera logrado una hazaña de valentía inquebrantable, se reían a carcajadas mientras las lágrimas del chico fluían torrentosamente sobre su cara de estupor.
La fiebre del rubor se hacía más densa, el deseo más ambicioso de ese desgraciado chico era ser una sombra, quería desaparecer, pero su fiebre se acentuaba más, solo veía rojo, como si la luz de una luna violeta inundara su salón de clases de colores sangrientos, su mente se quejaba; rubor, sangre, sombra, rubor, , sombra.
—Inútil, tráeme otra botella. —Dijo un hombre que sostenía una botella de licor vacía y cuya pansa se asomaba más que su propio rostro.
—Ya voy papa. —Respondió un chico flaco y débil con resignación mientras avanzaba balanceándose torpemente por una casa sórdida y lúgubre.
Los pasillos de esa casona estaban adornados por cuadros empolvados y grises que miraban con ojos desdeñosos, entre esos ojos se encontraban los de su madre que lo seguían de forma acusadora como culpándolo por no haberle defendido de su propio padre. El chico solo apartaba la vista de esos cuadros con el corazón agitándose y pensando en lo inútil que era. Se detuvo justo detrás de la cocina donde el licor estaba guardado. Tenía miedo de seguir avanzando pues era de noche, era ingenuo y el interruptor de luz estaba muy adentro, temiendo que justo cuando su mano estuviese a punto de encender el interruptor lo agarrasen de los pies y lo arrastraran a las profundidades de la oscuridad.
— ¿Dónde está mi licor? ¿Voy a tener que ir a traerlo yo? —Escucho a lo lejos pero, de forma imponente como si un gigante estúpido y sediento reclamase su aperitivo. Apresurándose sin saber si tenía más miedo a su padre o a los monstruos que habitaban las sombras. Se aventuró con los ojos cerrados a encender la luz pero, se tropezó torpemente en el intento.
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Aventuras extraordinarias de criaturas pasionarias
Short StoryRecopilación de historias cortas de terror, fantasía y misterio.