Marcha fúnebre (Parte final)

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En la antigüedad los fenómenos fuera de lo común se explicaban con dedos temblorosos hacia lo particular, como brujería. La relación demoniaca con lo inexplicable hacia que sus mentes se resistieran al cambio cubriéndose de fachadas que inculpaban a una malignidad. Su error condenó a almas inocentes a desviarse a un destino injusto, pero aun asi, tenían cierto acierto, si, algunos eran posesiones demoniacas reales, otros... presentaban un fenómeno poltergeist.

Jonathan Been era uno de estos sujetos, poseía cualidades más allá de los límites de la comprensión. Su cuerpo estaba amarrado por sogas materiales, siendo arrastrado a una cámara de tortura, a la que los agentes del servicio secreto llamaban cámara de justicia. Pero su voluntad no estaba amarrada, solo estaba contenida. Contuvo desde su infancia ira, rencor, odio; se reprimió lo suficiente como para aflorar habilidades del fenómeno poltergeist, que satisfacía los caprichos de almas ambiciosas.

Algo andaba mal, a cada paso que avanzaban por la habitación, proyectando sus sombras sobre el suelo, los agentes sentían una presencia oculta que los observaba, esa sensación que les hacía erizar la piel cuidando de que sus espaldas estuvieran cubiertas, estaban sudando sin una razón visible al tiempo que empujaban a Jonathan Been hacia su prisión mental, que siendo el que más debía estar despavorido en ese momento solo tenía una mirada fría hacia el piso.

—La sombra de Jonathan no se está proyectando. —Rumoreó uno de los agentes hasta que todos se hubieron dado de enterados, observando estúpidamente al piso como la sombra de ese chico había desaparecido. Sus pasos eran lo único que sonaba en la habitación, con las luces titilando como un cine defectuoso.

—Solo quiero ser una sombra. —Masculló Jonathan Been.

—Niño escúchame—empezó el agente Christ elevando la barbilla de Jonathan. — Violaste las leyes a una escala de último grado, tus problemas no son incumbencia de la moral para justificar asesinatos en masa.

El chico miraba con una curiosidad inescrutable a Christ, cuya firmeza obstinada disonaba de ese malestar que le provocaban los ojos de Jonathan, tan atrayentes, pero tan... vacíos., cubiertos por una humedad que se había secado.

— ¿Leyes?—Pronunció el chico rasgando la tensión. — ¿Aquellas mismas escritas de la tiranía de unos cuantos hombres a conveniencia?

—Las leyes trazan límites de un derecho a otro.

—Limites, ¡que definición tan reveladora!, todo esto para limitarnos. —Rezongaba con alegría mientras la luz cada vez se hacía más intermitente.

—No sabes nada niño. No tienes poder sobre la vida de las personas, y ya no habrá otra ocasión en tu vida, que ahora solo tendrá reposo en las sombras.

—Sombras. —Se relamió los labios. — ¿Tan mala les parece la muerte? Si yo la encuentro tan... liberadora. —Pronunció en burlas agitando su respiración con risas tronantes.

—Caballeros, no hay nada que escuchar de un asesino, llévenlo a su prisión y olvídense del asunto—exigió el coordinador como un asunto sin importancia.

Jonathan odiaba a la humanidad, le parecían seres despreciables, algo cierto tal vez, pero solo dentro de ese pequeño mundo que su mente podía concebir, el condado de Untoldvil. El no conocía si quiera a su contraparte, esas personas que a pesar de su mártir obedecían a una bondad obstinada, no, en el mundo de Jonathan aquella criatura indulgente no existía, solo existía la ira, la catarsis vindicta.

Jonathan estaba sudando, no de cobardía por tener que enfrentarse a su condena, sino de emoción, del placer de un vaticinio liberador. De sus poros socavados salía una energía oscura tan palpable que la sala de la justicia temblaba al reconocer ante que fenómeno se habían cruzado, el fenómeno poltergeist. Las sombras del grupo de agentes que lo llevaba a su prisión dejaron de pertenecerle a sus portadores, se movían por si solas bailando alrededor de Jonathan; que dirigía su orquesta de sombras con su dedo como batuta, les ordenaba estrellarse una y otra vez contra las paredes jalando a sus portadores hacia los muros estampando su cara y llenándola de la agonía de la incapacidad del control de sus propios cuerpos que se habían adherido a las paredes como insectos pegados a una telaraña. Jonathan mostro repentinamente curiosidad por sus manos y comenzó a hacer figuritas con estas proyectando su sombra sobre las paredes hasta conseguir crear la forma de un conejito como los que hacían los niños al jugar con sus sombras, solo que este conejito poseía atributos violentos, con unas muelas del tamaño de una cabeza, una presencia hostil ansiosa de sangre que descubrió satisfacer de los insectos que se hallaban pegados a la pared, dirigiéndose hacia ellos paulatinamente hasta adentrar la mitad de sus cuerpos en sus fauces y cerrar sus dientes sobre ellos separando sus caderas de sus torsos, pintando el suelo de colores rojizos para que todos los presentes pudieran apreciar una obra incomprendida de una mente perturbada.

— ¡Apunten y disparen a matar! —Gritó el coordinador levantándose de su escritorio.

Las balas de las armas no abandonaron su hábitat, pues los dedos de los agentes eran incapaces de jalar el gatillo; sus sombras no coincidían con sus cuerpos, sus sombras le obedecían a Jonathan, aquellos que desenfundaron sus armas terminaron desenfundando el alma de su cuerpo al ser controlados por sus propias sombras rebeldes que se empeñaron en apuntar a las sienes de sus portadores y sonar una sinfonía de gritos que se apagaron al extinguir las llamas de sus vidas.

—Rubor, sangre, sombra. —Se rumoreaba por la habitación de unos labios invisibles, pues los de Jonathan temblaban mas no habían hablado, era la boca de su poltergeist, de sus vivas emociones intensificándose en el plano material.

El sonido de su orquesta llamo la atención de más espectadores que acudieron al espectáculo para quedarse atónitos de lo que sus ojos observaban, sus cuerpos solo pensaban en el escape más su sombras... fueron arrastradas adentro de la sala para unirse al show de sombras y formar parte del cuadro carmesí. Control, al fin, tenía el control de su pequeño mundo, podía controlar el sufrimiento de los demás, podía controlar su miseria proyectándola en sus sombras, podía... no, espera, ese sujeto, el mismo que extrajo las emociones profundas que albergaban unos recuerdos mal procesados no se veía afectado por su control, estaba ahí parado en medio de la habitación, en medio de la desesperación, todo a su alrededor moría menos el, ¿Por qué no podía controlar a Jack? Era lo único que podía preguntarse Jonathan conmocionado al verlo tan hermoso con su voluntad tenaz intransigente al caos, ¿qué clase de persona podría mantenerse en pie aun cuando se veía rodeado de la desesperanza? Jonathan estaba sumido en el estupor de la admiración mientras Jack se acercaba cada vez más hacia él, Jonathan sentía simpatía, ¿acaso él es como yo? ¿Por qué lloró al ver lo que estaba dentro de mí? Seguía cuestionándose, ¿Esto es... amor? Fue el último pensamiento que tuvo antes de que las manos de Jack se posaran una vez más sobre su cabeza doblegándolo al suelo.

—Jonathan, el control es algo que nunca podrás llegar a tener, vivirás en mí y tu miseria seguirá existiendo, pero no, no tienes el control; simplemente, seré el sucesor de las sombras. —Le dijo Jack volviendo sus ojos oscuros, absorbiendo sus recuerdos, sus pensamientos, su alma, su amor, sus sombras.

Aventuras extraordinarias de criaturas pasionariasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora