Capitulo 11

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Se oyó el fuerte rechinido de unos frenos, provocando que soltara a Eren y rápidamente se dirigiera hacia una de las ventanas de la sala, justo a tiempo para ver a una camioneta derrapar hasta dar de lleno con un árbol, al otro lado de la carretera. Viendo atentamente, pudo reconocer la camioneta, dándose cuenta del peligro que estaba por venir. Eren corrió a la puerta, alertando al hombre que le tomo por la camisa con rapidez, obligándole a detenerse. Eren retrocedió e intento quitarse su agarre de encima, aunque fue detenido por la voz del hombre a su lado, mientras que su boca se encontró cubierta por una fría mano.

-¡Carajo, escúcheme ¡ ¿Ve a esos hombres? – Eren giro su cabeza hasta la ventana, logrando divisar a dos hombres bajando de la misma. – Más vale que no se les acerque, le harían mucho daño. Confíe en mí, por favor ¿De acuerdo? No estoy jugando, doc. Si usted me teme, entonces o no se imagina lo que ellos podrían hacerle. – Aquello le provoco un miedo inmenso, tanto que alejó su mirada de la ventana para posarla otra vez a su acompañante. –Tengo que salir ¿Puedo confiar en que se quedara adentro y no hará locuras? – Dijo tranquilamente, intentando calmarlo, aunque tuvo el efecto contrario. Sintió aun más miedo, su corazón latía con rapidez, pero no tenía de otra. ¿Qué opción le quedaba, más que asentir suavemente y confiar al menos un poquito en sus palabras? – Es enserio, no intento engañarle. Esos hombres son malos de verdad, ¿Me comprende?- Eren volvió a asentir, sintiéndose un poco reconfortado. La mano fue retirada de su boca y su cuerpo perdió un poco de la calidez que le provoco la cercanía del contario. –No deje que lo vean, manténgase oculto. – Le ordenó, mirándolo de reojo. Eren se aparto de la ventana y se dirigió hasta la cocina, manteniéndose fuera del alcance de aquellos hombres.

El extraño se colocó rápidamente sus abrigos y al estar conforme con la ubicación del doctor, salió de la cabaña. Salió hasta quedar a la vista de ellos, gritándoles con una ruda y fuerte voz.

-¡No se acerquen! – Los dos hombres se habían percatado de la presencia de la cabaña, por lo que se encontraban caminando en su dirección, hasta que él les gritó. Se detuvieron, mirándole con sonrisas divertidas, a las cuales les respondió con una mirada cargada de veneno. Avanzó rápidamente hacia su dirección, pudiendo percibir desde la distancia el rancio olor a tabaco y alcohol barato. Lucían desaliñados, con abrigos rotos y cubiertos de suciedad, además de unos gorros increíblemente pequeños y sucios. Sus pantalones eran casi iguales, ambos de goma, añejados y rotos, junto con botas de nieve que parecían ser usadas de toda la vida. Únicamente se diferenciaban por su altura, color y cortes de cabello y la escopeta que cargaba el más alto bajo su brazo. El más alto tenía una corta cabellera castaña, completamente desarreglada; mientras que el otro lucia un corte estilo militar, rapado a ambos lados, color rubio, algo mas aliñada que la de su compañero. Eran los vecinos más cercanos a la cabaña, los reconocía de vista, pero nunca habían hablado con él, aunque sus encuentros en la antigüedad fueron imanes de problemas. No habían sido pocas las veces que tuvo que limpiar el terreno a causa de botellas de licor desperdigadas, así como también latas de cerveza cercanas a la carretera, ya que las dejaban caer al pasar por ahí con su vehículo. Dos veces se había encontrado con balines incrustados en las paredes de la cabaña, seguramente disparados por el arma que traían consigo. La peor cosa que realizaron fue el fusilamiento de un mapache, el cual había sido dejado en su puerta, con la cabeza cortada. Detestaba la forma en que sonreían, disfrutando de aquellos actos, demostrando toda la maldita maldad que traían dentro. Sabía que todas esas cosas habían sido provocaciones, pero no se dejó amedrentar y las ignoro, impidiendo darles satisfacción al reclamarles por ello.

Ya se encontraba cerca de ellos, cuando el más pequeño se movió un paso adelante, se inclinó y escupió por encima de la valla, dándole justo en sus pies, para luego sonreírle con orgullo. El otro rió por lo bajo y se acercó, aparentando más educación que el otro, para luego saludarlo burlonamente. Sintió ira florecer en todo su cuerpo, pero se relajó, recordando que de provocar una pelea, no solo él saldría perjudicado, sino que también se vería incluido el muchacho que comenzaba a atesorar.

Maldad LatenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora