25. ELLA

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Miguel.

Corro.

Corro cómo la furia corriendo por mis venas, viendo su imagen alejándose, escapándose de mis manos como si fuera agua, y me dejo caer de rodillas frente al lago. El sol poniéndose. Nuestra hora favorita. Su sonrisa ladeada. El brillo de sus ojos apagándose con los últimos rayos de la tarde.

No sé cómo me siento. En realidad no sé si después de esto que me acaba de pasar, voy a volver a sentir.

Si ella tan sólo supiera...

Si pudiera contarle...

Definitivamente estoy seguro de que todo sería diferente.

Me costó un mundo dejarla atrás cuando se fue en aquel entonces. Me repetía a mi mismo una y mil veces que ella no iba a volver, que se acabaría olvidando de todo lo que vivimos y no volveríamos a ver el atardecer juntos.

Después encontré ese papel. Ese insignificante trozo de papel al que me aferré con la esperanza de equivocarme, y efectivamente me equivocaba, porque ella volvió, pero si me había olvidado. No de la manera que pensaba, pero lo había hecho. Había olvidado todo lo que un día fuimos, y había olvidado lo que escribió en aquel trozo inservible que después metió en la cápsula del tiempo.

"Serás mi primer beso"

Ella me lo había prometido, lo guardó ahí. Aún recuerdo sus lágrimas, a su abuelo tirando de ella y a mí padre agarrándome para impedir que fuera detrás.

¡La cápsula, Ojitos! —sonó desesperado, desgarrador... —¡Abre la cápsula!

Y la abrí, y ví nuestros colgantes y ese papel con aquella frase escrita.

Ella me prometió algo que ahora jamás podrá darme.

Había estado desaparecido porque mi padre me había asegurado que era peligroso lo que hicimos y no debía salir de casa. Me confirmó que Paula estaba bien, que no le había pasado nada malo, y yo, como siempre, había confiado.

Decía que hasta que las cosas no se calmaran no debía hacer lo que yo quisiera, y yo le había creido, hasta que Guillermo me abrió los ojos y entendí que mi padre lo único que quería es que yo estuviese de su lado, ponerme en contra de Paula y que volviese a ser el chico de hace pocos meses.

Me revelé, le dije todo aquello que no quería escuchar, y aguardé unos días antes de volver con mi madre. La persona que siempre estuvo ahí y que yo no supe ver.

¡Me has engañado, maldita sea! —grité con desesperación.

No tienes idea de a donde te estás metiendo, Miguel. No me provoques —mi padre enterró la mano en su bolsillo y me miró a los ojos.

Eres un hijo de puta, papá —solté con rabia —Y ahora me doy cuenta de quien realmente vale la pena en esta guerra absurda que empezaste.

Después de aquello me dió la hostia de mi vida y simplemente me fui, desaparecí y llegué a Interlaken con la esperanza de un abrazo alentador, que acabó sustituido por la aparición de Ángela.

Aún no sé cómo la llegué a enfrentar sin desmoronarme allí mismo, pero ya todo me daba igual, y la única persona que ahora puede hacer que eso ocurra, ya ha acabado conmigo.

El sol se ha puesto y el cielo malva me recibe, junto al sonido del agua y la brisa fresca del final del invierno. Necesito un abrazo. Necesito derretirme en los brazos de alguien y que me contengan unos minutos.

Siento ruido a mi espalda y me encuentro a Guille, de pie, observándome con las manos metidas en los bolsillos. Lleva su pelo alborotado y la vestimenta hippie que le regaló mi padre el año pasado.

El eje. Entre luz y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora