Capítulo 31

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Si cuando estás solo, te sientes solo, no tienes buena compañía.

-Jean Paul Sartre

-Jean Paul Sartre

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Presente.

Me levanto con un jodido dolor de cabeza insoportable. No tengo idea a qué hora me acosté anoche. Lo único que sé es que no pude seguir escribiendo y me puse a beber las cervezas que compré mientras bailaba por toda la casa recogiendo y modificando toda la decoración del apartamento. Creo que ahora se ve más grande. Definitivamente se ve más grande.

Bostezo y me levanto de la cama para tomar una ducha. Casi me duermo en ella.

Lavo mis dientes y peino mi cabello. No sé qué debería ponerme para ir a esa cita. Opto por un pantalón blue jean y una camisa de volados. Sé cuánto le gusta a Sebastián verme usar vestido, así que por eso iré vestida como a mi me gusta. Casual y sexy a la vez. La camisa de volados la dejo sin abotonar hasta el inicio de mis senos, lo que los hace ver más voluminosos.

Me maquillo sencillo, dejo el labial de último para primero desayunar. Dicha tarea la encuentro complicada. Ayer en vez de comprar helado y cervezas, debí comprar comida decente. Bufo, pinto mis labios, cojo mi cartera y salgo. Ya comeré algo en el camino. Es temprano.

Paro en un Starbucks, compro rosquillas y café.

El corazón no deja de latirme de prisa, incluso encontré la comida insípida. No pude disfrutarla por los nervios. Anhelo que ya esto acabe y por fin Sebastián firme el divorcio.

Estaciono el auto de Gideón frente el edificio. Tomo aire suficiente, invoco una plegaria al cielo. Sé que no soy digna de pedirle nada a Dios, pero necesito toda la ayuda que pueda brindarme ahora mismo... Y la fuerza.

Subo los escalones hasta la entrada principal, sostengo fuertemente la cartera de mano como si mi vida dependiera de eso. Llego a la entrada y le pregunto al vigilante dónde queda la sala que me envió mi abogado. Me explica, le agradezco y hago lo que me dice. Toco dos veces antes de entrar. Dentro ya se encuentra mi abogado, el de Sebastián y falta él.

—Buenos días —saludo cortés. Ambos hombres responden educados. Tomo asiento al lado de mi abogado y todo es silencio. Aún faltan unos cuantos minutos para que se cumpla la hora citada. Espero que Sebastián llegue.

Cuento los minutos en mi mente mientras que froto mis manos constantemente.

—Buenos días. —El alma me vuelve al cuerpo al ver a Sebastián abrir la puerta sin tocar. Se queda un rato ahí parado viéndome. Después entra y se sienta junto a su abogado—. Acabemos con esto. —Espeta. Trago saliva. ¿Eso qué significa?

—Señora Alejandra, mi cliente tiene un requisito para firmar el divorcio. —Frunzo el ceño.

—Su cliente no está en posición de pedir nada. Déjeme recordarle que sigue libre porque mi clienta no puso ninguna denuncia en su contra. —En eso mi abogado tiene razón. Mi corazón en cualquier momento se va a cansar de latir tan de prisa y se va a detener. Entonces moriré. Sebastián enfurece sus facciones.

—Aún sigue siendo mi esposa, no pueden prohibirme verla cuando quiera —argumenta Sebastián. Giro los ojos. Es idiota.

—En el momento en que mi clienta solicitó el divorcio, automáticamente le dejó claro que no quiere seguir teniendo una relación con usted. Por ende, tampoco quiere que la vea. —Sebastián gruñe. Su abogado le coloca una mano en el hombro, imagino que pidiéndole en silencio que se calme.

—De todas maneras, lo único que pide mi cliente es que la Señora Alejandra se vaya del país y se aleje de su amante. —Parpadeo repetidas veces. ¿Qué?

—No pueden decirme qué hacer —aclaro enfadada—. Si a mí me place quedarme aquí y seguir revolcándome con Gideón, lo haré —sentencio, viendo directamente a Sebastián. En sus ojos veo furia. En los míos debe haber determinación. No haré lo que dice.

—Necesitamos llegar a un acuerdo y usted sabe muy bien, abogado, que su cliente está pidiendo una locura. Después de divorciados, él no puede exigirle nada a mi clienta —acota mi abogado.

—Lo sé, abogado. Por eso lo estoy pidiendo ahora. —Ruedo nuevamente los ojos. Sebastián me está tocando los huevos que no tengo. Ya quiero golpearlo.

—A pesar de que su clienta cometió infidelidad, mi cliente está dispuesto a darle la mitad de sus bienes. —Bufo.

—Yo no quiero su dinero. Quiero su firma. Quiero que firmes el puto divorcio, Sebastián —declaro. Veo como sus fosas nasales se expanden. Está más que molesto. Lo sé.

—No voy a darte el puto divorcio hasta que prometas que te alejaras de él. —Da un golpe seco en la mesa. No me espanto, no dejaré que lo haga.

—No voy a prometerte nada y tú firmarás el divorcio. Si no llevaremos esto a juicio y sabes que te obligarán a firmarlo de todas maneras. —Yo no debí decir eso, eso tenía que hacerlo mi abogado. Pero estoy cansada de sus estúpidas reglas. Él me mira confundido. No creía que llegaría tan lejos.

La niña tonta que sacó de un barrio de mala muerte, aprendió y ahora se enfrenta con ella.

—Le daremos unos minutos para que hable con su cliente y le explique que es lo mejor que debe hacer. —Mi abogado toca mi brazo y lo tomo como una señal para levantarme de mi asiento. Hago lo que me pide y lo sigo afuera de la oficina—. Muy bien hecho, pero debió dejar que yo hablara. —Asiento.

—Lo lamento, los nervios me traicionan. ¿Cree que firme? —cuestiono. Suspira.

—Si es lo suficientemente inteligente, esperemos que lo haga. Un juicio demoraría meses. —Un jadeo doloroso se me escapa. No quiero seguir con esto, quiero ya ser libre. Mi celular suena, es Gideón. Medito un segundo si contestar o no, prefiero no hacerlo. Corto la llamada y escribo un mensaje diciendo que estoy ocupada. El abogado de Sebastián se asoma por la puerta y nos pide entrar. Sebastián está de espaldas a nosotros viendo hacia la ventana. Tomo aire.

—Mi cliente ha tomado una decisión. —Contengo la respiración—. Quiere ir a juicio. —Cierro los ojos aguantando las ganas de llorar.

—¡Eres un imbécil, no puedes aceptar que quiero que Gideón me coja y no tú! Llévame a juicio, Igual no volverás a tocarme en tu jodida vida. —Salgo dando un portazo a la puerta. No me importa si aún faltaban cosas por hablar. No quiero seguir casada. Eso dificulta mucho mis planes.

Joder, odio tanto el día que lo conocí. Golpeo con fuerza el volante hasta que no aguanto más y me desplomo sobre él a llorar. El celular vuelve a sonar, nuevamente es Gideón. Lo apago. Debo ir a trabajar, pero no quiero hacerlo. No me siento bien para fingir que si lo hago.


Ya sé que repetí mucho las palabras: cliente y abogado

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Ya sé que repetí mucho las palabras: cliente y abogado. Busqué en internet como son esas reuniones con abogados y pues, así es que dialogan. No utilizan el nombre de las personas, sino la palabra cliente y como no recuerdo qué nombre le puse al abogado de Alejandra, así se quedó jajajaj. Espero les haya gustado.

Pasiones Infieles. (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora